IV. El escenario comunista
Europa del Este en el marco de la desestalinización
Desde la muerte de Stalin en 1953 hasta el ingreso de los tanques soviéticos en Checoslovaquia en 1968, el bloque soviético europeo fue sacudido por una profunda crisis, con picos y reflujos y con diferentes alcances y significación según los países. Se pueden distinguir tres tipos principales de conflictos. El primero, caracterizado esencialmente por episodios de rebelión causada por la escasez o bien como reacción por reajustes en los centros de trabajo para incrementar la productividad o como protesta frente a la desvalorización de la moneda. El segundo está representado por la Revolución húngara de 1956, que cuestionó en forma radical el sistema comunista de partido único. El tercer tipo se concretó en Checoslovaquia con el intento, desde un sector de la cúpula del partido gobernante, de concretar reformas políticas y económicas.
En otros casos, como los de Rumania y Albania, no hubo estallidos sociales pero sí la decisión de los partidos comunistas de estos países de tomar distancia de Moscú. La disidencia de este segundo grupo impugnó la desestalinización, o bien no se sumó a este proceso, para centrarse en la ruptura de su condición de satélites respecto del rumbo diseñado en Moscú y emprender su propio programa económico y de relaciones exteriores.
En este contexto, China cuestionó muy tempranamente las críticas a Stalin, repudió decididamente los movimientos de protesta que tuvieron lugar en los países europeos y acabó, por un lado, denunciando la naturaleza imperialista de la URSS y, por el otro, recomponiendo sus relaciones con Estados Unidos.
A la muerte de Stalin, el giro adoptado por la dirección colegiada desde Moscú dio paso a la emergencia del concepto de revisionismo. El término fue acuñado originariamente por los sectores que se oponían a los cambios propiciados por los reformadores y a través del mismo se pretendía descalificarlos al asociar sus planteos con los de la corriente de la socialdemocracia alemana encabezada por Bernstein a fines del siglo XIX. Los revisionistas de ayer habían traicionado a la clase obrera al sumarse a las “uniones sagradas” que posibilitaron la Primera Guerra Mundial y la habían vuelto a traicionar cuando criticaron la toma del gobierno por parte de los bolcheviques en octubre de 1917. Bajo el término revisionismo coexistían principios no acabadamente articulados y se englobó a diferentes sectores que, aunque compartían su oposición al estalinismo, aún no habían precisado sus diferencias internas. El grupo central lo integraban quienes propiciaban la eliminación de los métodos autoritarios y burocráticos en el Partido y en el Estado, el desarrollo de la autogestión, la apertura en el plano cultural y un cierto pluralismo político pero bajo la dirección del Partido Comunista.
Los “liberales”, con objetivos más limitados que el grupo anterior, impulsaron inicialmente los cambios pero circunscriptos a la adopción de un nuevo estilo político por parte de la conducción del Partido. La renovación debía conferir un carácter menos arbitrario a las decisiones del gobierno y del Partido y habría de incluir medidas económicas destinadas a recoger las demandas más imperiosas de productores y consumidores: normas de trabajo más flexibles, mayores salarios, posibilidades de acceso a la vivienda. Todo esto sin poner en tela de juicio el control del Partido sobre la organización de la producción y de los criterios en que se basaba la distribución y sin abrir el juego a la competencia política.
Los revisionistas de izquierda propiciaban una democratización más profunda en el campo del trabajo a través del fortalecimiento de los consejos obreros no subordinados al Partido y la configuración de un espacio abierto para el debate al margen de este. Este sector solo se visualiza en aquellas situaciones en que la crisis se combinó con la movilización organizada de sectores de la sociedad.
También se sumaron al nuevo espacio abierto por los revisionistas aquellas fuerzas políticas tradicionales que habían intervenido en la lucha contra el fascismo y luego en el marco de la sovietización fueron proscriptas: socialdemócratas, católicos, agrarios.
En relación con el marxismo, los revisionistas reconocieron la posibilidad y la necesidad de leer e interpretar las obras de Marx sin atenerse a la intermediación institucional. Además, reivindicaron la incorporación de otras corrientes teóricas que habían estado censuradas en virtud de su condición de ciencias burguesas. Se prestó atención a otras tradiciones y corrientes socialistas no aceptadas hasta entonces por el poder, tanto la de los marxistas que habían formulado críticas al curso de Revolución bolchevique y algunos aspectos de la doctrina leninista, como la de Rosa Luxemburgo, o bien las de los partidos socialistas de Europa Occidental.
El nuevo rumbo puesto en marcha por Kruschev desestabilizó a las dirigencias comunistas de los países europeos. En parte porque deslegitimaba a quienes habían actuado como “pequeños Stalin”. El giro del XX Congreso los colocó frente a severos desafíos: encarar la dirección colectiva; asumir la crítica al culto de la personalidad; corregir los excesos en la industrialización y colectivización; suprimir los aspectos más brutales de la represión; rehabilitar a algunas de las víctimas más notorias.
El objetivo de los dirigentes soviéticos no era liquidar la hegemonía de los jefes políticos del bloque soviético sino continuarla por otros medios más flexibles, más racionales y más respetuosos. Pero la puesta en marcha de la reforma produjo divisiones en el seno del Kremlin que se reprodujeron en los órganos de poder de los otros países del bloque. La presencia de diferentes tendencias, la de los conservadores estalinistas por un lado y la de los revisionistas por otro, dio paso a un proceso signado por avances y retrocesos en la implementación de las reformas y, en algunos casos, a situaciones revolucionarias.
Las fracciones estalinistas de las democracias populares contaban con el apoyo del grupo Mólotov-Kaganóvich, que resistía en Moscú al grupo de Kruschev; por su parte, los más dispuestos a promover cambios tuvieron el aval de los “liberales” del Kremlin. En Hungría, por ejemplo, el secretario general del Partido, Mátyás Rákosi, organizador del proceso contra László Rajk en 1952, debió aceptar que Imre Nagy ocupara el puesto de primer ministro. Nagy, vinculado con Malenkov, prometió una relajación general de los controles y una economía orientada hacia el consumo. No llegó a desplegar su programa porque en 1955 cayó junto con Malenkov.
IMRE NAGY (1896-1958) )
VÍCTIMA DE LAS PURGAS POR OPONERSE AL PROCESAMIENTO DE RAJK Y PRECONIZAR UNA POLÍTICA ECONÓMICA QUE ALENTABA REFORMAS RESPECTO DE LA COLECTIVIZACIÓN FORZOSA Y LA INDUSTRIALIZACIÓN CENTRADA EN LOS BIENES DE PRODUCCIÓN.
Dado que el revisionismo fue principalmente un movimiento intelectual, su base de acción se encontró en las revistas culturales o especializadas, las escuelas superiores –incluyendo las del Partido– y las asociaciones culturales, científicas y políticas. Lograron extender su campo de acción al asociarse con el ala reformista de los aparatos del Partido. No formaron nunca una organización política propia, optaron por actuar dentro de los cuadros institucionales dirigiéndose en primer lugar al Partido Comunista con el fin de promover una auténtica renovación de la práctica socialista. En gran medida, el impulso provino de los sectores marginales del Partido y logró afianzarse en virtud de la acogida que tuvo el cambio de rumbo por sectores de la dirigencia y en ámbitos clave de la sociedad.
El fenómeno del revisionismo tuvo diferentes alcances, asumió una posición moderada tanto en la URSS con Kruschev como conGomułka en Polonia. En cambio, en Hungría se alcanzó el punto de lucha frontal, y en Checoslovaquia, al cabo de una larga incubación, en 1968 la dirigencia del Partido encabezó una reforma que tendía a rebasar los límites ideológicos y políticos del revisionismo.
La confrontación en el seno de los grupos dirigentes atravesó al conjunto del Partido y trascendió fuera del mismo. Para dar cuenta del rumbo seguido por los diferentes países, a las divisiones en las cúpulas dirigentes es preciso sumarle la presencia de iniciativas de diferente alcance y consistencia en el seno de las sociedades. La desestalinización abrió espacio a la impugnación del pasado reciente; a las reivindicaciones de los obreros descontentos por los bajos salarios, las elevadas normas y el autoritarismo de las relaciones laborales; al malestar de los campesinos, obligados a aceptar la colectivización forzosa en condiciones inapropiadas, y a los reclamos de los intelectuales y estudiantes especialmente sensibilizados contra las formas de opresión cultural.
Las primeras explosiones sociales tuvieron lugar en Alemania Oriental y en Checoslovaquia, a los tres meses de la muerte de Stalin. A principios de junio, los trabajadores de varios centros industriales de Checoslovaquia iniciaron paros y manifestaciones en las acerías y minas de Ostrava, en la gran fábrica de industria mecánica de Praga y en la fábrica Lenin de Pilsen. El detonador fue una reforma monetaria que implicaba la pérdida de parte de los ahorros de la población. El problema de fondo residía en que el impulso conferido a la industria de base en detrimento de la de bienes de consumo, junto con la baja producción agrícola, había provocado escasez de bienes y la consiguiente inflación. Los obreros de Pilsen asaltaron la sede del poder local y exigieron elecciones libres. El gobierno envió unidades del ejército para reprimir y prometió inmediatos aumentos salariales.
La conducción del Partido se dividió: mientras algunos se pronunciaron en contra de la colectivización de las tierras, el secretario general Antonín Novotný se opuso a la restauración de la propiedad privada. El debate quedó zanjado pocos meses después en favor de Novotný, quien recibió el apoyo de Kruschev.
A mediados de junio, los obreros de la construcción de Berlín Oriental se declararon en huelga y salieron a la calle a protestar contra el aumento de las tasas de producción. Al día siguiente, la huelga se generalizó y las manifestaciones se hicieron masivas. El jefe de la guarnición soviética organizó la represión y hubo detenciones en masa con aplicación de condenas a muerte para algunos de los detenidos. El gobierno adjudicó la explosión a provocadores burgueses y a los agentes del imperialismo El escritor Bertold Brecht, evocando la exigencia de “dimisión del gobierno” planteada por los manifestantes, ironizó en un poema titulado La solución: “¿no será más sencillo que el gobierno licencie al pueblo y elija uno nuevo?”. En ninguno de estos casos los manifestantes pretendieron derribar el gobierno en forma violenta. Sus acciones fueron espontáneas, no ideológicas, y efímeras.
Los intelectuales alemanes se movilizaron solo después de la explosión obrera de 1953, en un primer momento acogida pasivamente. El protagonismo principal lo asumió la joven generación de escritores agrupada en torno de la revista Der Sonntag. Entre sus representantes se destacó Wolfgang Harich, quien lanzó la escandalosa propuesta –en la Alemania de Ulbricht – de “enriquecer” el marxismo leninismo con las aportaciones de Trotski, Luxemburgo, Bujarin y hasta Kautski.
WOLFGANG HARICH (1923-1995) )
UNO DE LOS MÁS ORIGINALES Y COMBATIVOS PENSADORES MARXISTAS DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX, ENCABEZÓ EN 1956 EL PRIMER MOVIMIENTO DISIDENTE EN LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA ALEMANA.
TRAS LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, HARICH TRABAJÓ COMO PERIODISTA Y CRÍTICO TEATRAL. AFILIADO AL PARTIDO SOCIALISTA UNIFICADO DE ALEMANIA, EN 1948 FUE NOMBRADO PROFESOR DE FILOSOFÍA DE LA HUMBOLDT UNIVERSITÄT. EN 1953 EDITÓ DEUTSCHE ZEITUNG FÜR PHILOSOPHIE CON ERNST BLOCH, A QUIEN UNÍA UNA DESTACADA RELACIÓN. FUE ARRESTADO EN 1956, JUZGADO POR CONSPIRACIÓN CONTRA EL ESTADO Y CONDENADO A DIEZ AÑOS DE CÁRCEL, DE LOS QUE CUMPLIÓ OCHO.
LIBERADO EN 1964, NO FUE REINCORPORADO A LA VIDA ACADÉMICA. RECIÉN FUE REHABILITADO EN 1990.POR SU OBRA ¿COMUNISMO SIN CRECIMIENTO?
[1975], HARICH ES CONSIDERADO HOY UN PRECURSOR DEL ECOSOCIALISMO.
Después del XX Congreso se concretaron movimientos de protesta de mayor envergadura en Polonia y Hungría, que fueron contenidos vía la negociación en el primer caso o reprimidos a través de los tanques soviéticos en Budapest.
El 28 de junio de 1956, en el centro industrial de Poznan (Polonia), miles de obreros desfilaron por la ciudad reclamando pan, elecciones libres y evacuación de las tropas soviéticas. La represión, que dejó un alto número de muertos y heridos y centenares de detenidos, no logró desmantelar la protesta. En la fábrica de Zeran, en Varsovia, el levantamiento obrero estableció contacto con la Universidad. Los católicos también se movilizaron: un millón de creyentes se concentraron en Cracovia con motivo del tercer centenario de la Virgen de Czestrochowa, patrona de Polonia. En la trama de fuertes tensiones que dividieron al Partido, con los estalinistas recalcitrantes en favor de un golpe de Estado, acabó imponiéndose la tendencia liberal en favor de la restitución de Gomułka. Pero antes fue necesario el visto bueno del Kremlin. Una delegación presidida por Kruschev arribó a Varsovia y tras unas tensas conversaciones con la dirección polaca, al mismo tiempo que las tropas soviéticas se movían en la frontera, el secretario general del PCUS acabó aceptando que Gomułka se hiciera cargo de la dirección del Partido.
WŁADYSŁAW GOMUŁKA (1905-1970)
DIRIGENTE DE LA RESISTENCIA BAJO LA OCUPACIÓN ALEMANA Y SECRETARIO GENERAL DEL PARTIDO DESPUÉS DE LA LIBERACIÓN. FUE DESTITUIDO EN 1948 ACUSADO DE TITOÍSMO Y ENCARCELADO. LIBERADO EN 1955, RECIÉN FUE READMITIDO EN EL PARTIDO DESPUÉS DE LOS ACONTECIMIENTOS DE POZNAN.
Gomułka se inclinó en favor de un reformismo suave que incluyó un cierto grado de autonomía en los contactos con Occidente, alguna tolerancia en materia cultural, mayor grado de acción del Poder Legislativo y la revisión de la colectivización en el campo. En materia religiosa, el cardenal Stefan Wyszynski fue puesto en libertad y cesaron las persecuciones a la Iglesia. Todo esto en el marco de un definido reconocimiento de la hegemonía de Moscú.
La designación de Gomułka y la aprobación del programa que había planteado antes de su destitución permitieron controlar la situación y generar expectativas en la población.
Por otra parte, no hubo en la sociedad, ni por parte del movimiento obrero ni en el campo intelectual, una estrategia ni una dirección que sostuvieran iniciativas propias con el suficiente grado de convicción para profundizar el alcance de las reformas y obtener un mayor grado de autonomía frente al partido único que, en consecuencia, logró preservar su poder sin excesivo desgaste.
Sin embargo, con el paso del tiempo, el gobierno de Gomułka se mostró muy distante de las esperanzas que había suscitado. Su conducción asumió un carácter autoritario que restringió las libertades en principio admitidas. Si bien no se volvió a intentar la colectivización rural, en el plano industrial la economía central planificada no logró satisfacer las expectativas de consumo y mantuvo unas relaciones laborales que negaban la autonomía de los trabajadores tanto en el plano de la organización de las tareas como respecto de la posibilidad de contar con organizaciones propias para defender sus reclamos. Desde mediados de la década de 1960, el movimiento polaco fue abandonando los propósitos comunistas reformistas. A mediados de los años sesenta, salió a la luz la última expresión de autocrítica comunista, la Carta abierta de Karol Modzelewski y Jacek Kuroń a los miembros del Partido Comunista Polaco, que proponía un levantamiento dentro del espíritu del socialismo contra la “nueva clase”.
La crisis política en Hungría iniciada al morir Stalin estuvo caracterizada por la articulación de dos elementos. Por un lado, la agudización del conflicto interno entre los estalinistas agrupados en torno de Rákosi y los reformistas encabezados por Nagy. Por otro, la emergencia rápida y generalizada, tanto dentro del Partido Comunista como fuera de él, de una oposición al gobierno despótico de Rákosi. Ambos factores se alimentaron recíprocamente. La lucha intestina facilitó la aparición de las fuerzas contestatarias y estas fortalecieron la línea de Nagy. Si bien Rákosi logró destituirlo en 1955, esta decisión hizo crecer el prestigio de Nagy entre sectores del Partido, de la intelectualidad y de la población. El 6 de octubre, alrededor de doscientas mil personas desfilaron por Budapest con Nagy a la cabeza en homenaje póstumo a Rajk. Entre el 22 y 23 de octubre, el círculo Petöfi y los estudiantes presentaron programas exigiendo elecciones y la evacuación de las tropas soviéticas. El 23 de ese mes, una manifestación multitudinaria destruyó una estatua de Stalin y ocupó la ciudad.
La conducción del Partido aceptó desplazar a Rákosi y nombrar a Nagy al frente del gobierno, pero simultáneamente apeló a la guarnición soviética para restablecer el orden. Durante varios días, los manifestantes enfrentaron a los tanques soviéticos.
El nuevo gobierno encabezado por Nagy se mostró impotente para restablecer el orden y llegó una misión desde Moscú que desplazó al secretario del Partido para nombrar en su lugar a János Kádár. Esta medida no impidió la extensión de la huelga general declarada por los consejos obreros. El 26 de octubre, Kádár anunció la formación de un gobierno que incluiría ministros no comunistas y el reconocimiento de los consejos obreros. Al mismo tiempo, el mando soviético ordenó la retirada de sus tropas. Sin embargo, grupos armados de dudosa composición lanzaron acciones mortales contra miembros de la policía política y contra comunistas. Las escenas de linchamiento y ejecuciones sumarias, ampliamente difundidas por la prensa internacional, fueron utilizadas por los partidos comunistas como prueba del carácter “contrarrevolucionario” de la insurrección húngara.
A fines de octubre, los dirigentes comunistas húngaros aprobaron la abolición del sistema de partido único y la vuelta a una coalición con otros partidos, como la de 1945; también propusieron la retirada de Hungría del Pacto de Varsovia. En respuesta, desde Moscú se ordenó a sus tropas ponerse en marcha hacia Hungría. Kádár, que en estas jornadas abandonó la escena pública, reapareció el 4 de noviembre solicitando la “ayuda” del Ejército soviético para combatir la “contrarrevolución”. Kádár, un hombre del aparato comunista que había sufrido como Nagy la represión estalinista, decidió mantener al país en la órbita soviética.
Nagy se asiló junto con sus seguidores en la embajada Yugoslava y cuando la abandonó, creyendo contar con garantías, fue detenido y dos años después ejecutado en el marco de la creciente cautela de Kruschev frente al embate proestalinista de Mao.
El argumento de los partidos comunistas para justificar la intervención soviética fue que no había otra opción para salvar el socialismo en Hungría y prevenir los peligros que para otros países socialistas se habrían derivado de su destrucción. A lo que Jean Paul Sartre, polemizando con los comunistas franceses, respondió dando cuenta de las consecuencias negativas de dicha intervención.
Kádár intentó conciliar dos políticas que parecían incompatibles, pero que le dieron resultado: la represión de los radicales y la negociación con los más moderados para incorporarlos a su equipo. Conseguido lo segundo – lo primero se llevó a cabo con la directa intervención soviética –, Kádár protagonizó una política revisionista en lo económico que permitió diferenciarse respecto del resto de los países de Europa del Este, con la inclusión de actividades y prácticas más liberales y promercado.
En la trayectoria de ambos procesos se distinguen significativos contrastes. En el caso de Varsovia, se aceptó la vuelta al gobierno de Gomułka, una de las víctimas de las purgas de Stalin, y el sesgo más flexible de su gestión alentó durante cierto tiempo la esperanza de un comunismo más afín con las peculiaridades de Polonia: la preservación de la propiedad de la tierra por los pequeños campesinos, el reconocimiento del arraigado catolicismo en la población. Sin embargo, en la década de 1980 Polonia, a través del movimiento obrero organizado en el sindicato Solidaridad, pasó a ser el epicentro de la oposición cada vez más frontal contra el orden soviético.
Un intento similar en Hungría –la reposición en el gobierno del perseguido Nagy–, fracasó. Los reformistas húngaros fueron más allá del límite que Moscú estaba dispuesto a aceptar: decidieron abandonar el Pacto de Varsovia. Además, el ala comunista conservadora de Budapest era más consistente que la polaca. Por último, la movilización de la sociedad desbordó al conjunto de la dirigencia comunista húngara.
La crisis húngara frenó la desestalinización. Aunque en Moscú la lucha se resolvió provisionalmente en favor de Kruschev con los desplazamientos de Mólotov y Kaganóvich, Kruschev tuvo que contemporizar con los dirigentes europeos más inclinados a la línea dura de la facción Mólotov y con el decidido antirrevisionismo de Mao. El dirigente yugoslavo Tito fue nuevamente convertido en símbolo del repudiable “revisionismo”.
A fines de 1957, se reunió en secreto la primera conferencia internacional de partidos comunistas desde la disolución del Komintern. La conferencia de los partidos en el poder aprobó una declaración común, no firmada por los yugoslavos. Mao adoptó un tono belicista muy distante de la coexistencia pacífica alentada por Moscú. En el texto definitivo se reconoció el papel dirigente de la URSS al frente del campo socialista y la necesidad de que en las relaciones entre los países y partidos se lograse una cooperación estrecha. Al mismo tiempo se criticó el revisionismo como expresión de una ideología burguesa que apuntaba a la restauración del capitalismo.
Respecto de las relaciones con Occidente, Mao asumió un discurso agresivo que reconocía la superioridad del socialismo y en consecuencia su posibilidad de expandirse mundialmente: no había que temer una guerra con el imperialismo porque este sería vencido. Sobre esta cuestión, la postura de Mao no suscitó adhesiones de los dirigentes de Europa del Este, que temieron la adopción de líneas de acción aventureras poco realistas.
El régimen de Tito, por su parte, organizó el Congreso de la Liga en abril de 1958, que reafirmó los principios en que se había fundado la escisión yugoslava: los peligros de la centralización burocrática, el reconocimiento de la diversidad de caminos hacia el socialismo y la gestión obrera como base de la democracia socialista.
En 1958, el antirrevisionismo alcanzó su mayor gravitación. La dirigencia soviética no solo denunció el revisionismo yugoslavo como caballo de Troya introducido en el ámbito comunista, también fueron suspendidos los créditos prometidos en la etapa de la reconciliación. En este marco, fue ejecutado el dirigente húngaro Nagy, cuyo proceso venía siendo aplazado.
No obstante, en el XXII Congreso del PCUS en octubre de 1961, Kruschev concretó la segunda y más profunda revisión crítica del estalinismo, que contribuyó a que en las democracias populares se reanimaran las tendencias opositoras. Sin embargo, el debate en el seno del Partido no fue acompañado de una reactivación de la vida política en la sociedad rusa. Los chinos abandonaron la reunión y las divergencias entre Moscú y Pekín se profundizaron en forma irreversible.
La controversia chino-soviética fue más la expresión de las tensiones entre dos políticas estatales que producto de diferencias ideológicas. La ruptura entre ambos países favoreció la diáspora de algunos países europeos respecto de Moscú. Albania, cuyo dirigente Enver Hoxha había soportado una presión constante de Kruschev para que revisara su ortodoxia, se colocó bajo la protección de China. Ambos países reivindicaron abiertamente la figura de Stalin. En un tono más velado, el dirigente rumano Gheorghe Gheorghiu-Dej y luego su sucesor, Nicolae Ceaucescu, no cuestionaron la vía soviética al socialismo pero se opusieron exitosamente a los planes de integración económica del Kremlin –que asignaban a Rumania el papel de proveedora de materias al mercado común soviético – para impulsar un programa de industrialización nacional. Los rumanos deseaban acrecentar los intercambios comerciales y la cooperación técnica con los alemanes occidentales, contrataron a ingenieros y especialistas, buscaron divisas fuertes, prefirieron vender su maíz a Inglaterra en lugar de a Checoslovaquia y exportar cerdos y aves a los países capitalistas en lugar de a Checoslovaquia o Polonia.
La desestalinización abrió el camino a las voces disidentes en los países europeos. En cambio, en China hubo una reivindicación del pasado estalinista, cuya consecuencia más significativa fue la fragmentación del campo comunista y la creciente deslegitimación de la Revolución Rusa como el camino incuestionable hacia el socialismo. Aunque la disputa se planteó básicamente en términos ideológicos, el principal factor que dio paso a la ruptura chino-soviética remite al peso decisivo de la competencia entre los dos grandes Estados de la esfera comunista.
En Checoslovaquia, la crisis de 1953-1956 no llegó a profundizarse. A pesar de la explosión de Pilsen y de las demandas por parte de grupos del Partido para encarar la revisión de los juicios del período estalinista, el equipo de Antonín Novotný logró controlar la situación. Luego de la represión de la oposición húngara, en un contexto signado por el fortalecimiento de las corrientes más autoritarias, la dirigencia checoslovaca sancionó a los comunistas proclives a la liberalización del régimen.
Cuando desde Moscú, en el XXII Congreso del PCUS, Kruschev volvió a criticar el estalinismo, en Praga adquirió destacada gravitación el movimiento en favor de la rehabilitación de los condenados en los procesos de 1949-1953, un reclamo que afectaba a los dirigentes del gobierno que habían tenido un papel destacado en su instrumentación.
Novotný se vio obligado a aceptar la responsabilidad de parte de la dirigencia del Partido en dichos crímenes. Al desprestigio del grupo dirigente por estos hechos se sumó la presencia de problemas económicos: creciente déficit de la balanza de pagos y excesivos niveles de producción propuestos por el plan quinquenal.
En este contexto, se afianzó la oposición tanto dentro como fuera del Partido. Esta planteó tanto la reforma del sistema de planificación como la liberalización de la vida cultural. Entre los sectores más activos se destacaban los escritores y los estudiantes. Los semanarios culturales Kuturny Zivot, de Bratislava, y Literary Noviny, de Praga, denunciaban el estalinismo vigente y atacaban el dogma de la infalibilidad del Partido. La oposición tuvo especial fuerza en Eslovaquia, donde se vinculó con los reclamos de una mayor autonomía frente al centralismo impuesto por los checos, que controlaban el gobierno.
La Unión de la Juventud, organización controlada por el Partido, pidió en la conferencia que realizó en 1965 una mayor independencia para poder expresar sus juicios y reclamos. En este marco, el escritor Milan Kundera publicó la novela La broma.
La conducción del Partido aceptó la creación de comisiones para evaluar los alcances de la crisis y proponer alternativas en el plano económico, científico y político. Novotný fue reemplazado por Alexander Dubček en la secretaría general del Partido. En un contexto de crisis económica, la oposición parecía afianzarse.
ALEXANDER DUBČEK (1921-1993)
EL PRIMER ESLOVACO NOMBRADO AL FRENTE DE LA CONDUCCIÓN DEL PARTIDO
Entre marzo y abril de 1968, se concretaron cambios a nivel del gobierno y el Partido que significaron una presencia más destacada de los renovadores. Algunos de ellos ocuparon funciones clave en el gobierno. Se reorganizaron e intentaron asumir un papel más activo otros partidos políticos: el Popular, de inspiración católica, y el Socialista Checo, cuya actividad había quedado reducida a la aprobación de las decisiones del Partido Comunista. Junto con ellos surgieron organizaciones nuevas: el Club 231, que agrupaba a los ex presos políticos; el Club de los Sin Partido, que postulaba la democracia parlamentaria socialista. El consejo central de los sindicatos anunció la celebración de una conferencia nacional para la renovación de su organización. En abril, la sesión plenaria del comité central del Partido aprobó un programa moderado para la edificación de un nuevo modelo de sociedad socialista, vía la combinación de una moderada apertura política con retribuciones que discriminaran los diferentes grados de responsabilidad, y alentaran el incremento de la productividad.
Frente a esta situación, los gobiernos de Moscú, la RDA y Polonia presionaron para evitar una profundización de las reformas en curso.
El gobierno checoslovaco intentó frenar el proceso de constitución y afianzamiento de nuevas organizaciones: prohibió la creación del partido socialdemócrata y reforzó el control sobre los medios de comunicación, especialmente respecto de las críticas de la política de Moscú y en relación con la información sobre los procesos de los años cincuenta.
A fines de junio, un grupo de personalidades del mundo cultural elaboraron un documento, llamado de las dos mil palabras, en el que expresaron su descontento por el estancamiento de la democratización. Proponían la organización de las fuerzas progresistas para romper la resistencia de los conservadores y asegurar el éxito de la renovación.
El gobierno y la conducción del Partido manifestaron su desacuerdo con el documento, especialmente en relación con la ausencia de un criterio de oportunidad, dada la posición delicada en que se hallaba el país tanto en el plano interno como internacional, y reclamaron moderación.
Estas actitudes conciliadoras no impidieron la intervención militar de las fuerzas del Pacto de Varsovia. Esta se concretó antes de la reunión del Congreso del Partido que habría de elegir su nueva conducción, con el propósito de evitar el afianzamiento de la corriente más radicalizada. La entrada de las tropas fue justificada aludiendo a la presencia de fuerzas contrarrevolucionarias y a que su intervención había sido solicitada por representantes del Partido y del Estado checoslovaco.
REPUDIO A LA INVASIÓN DE CHECOSLOVAQUIA
LA UNIÓN SOVIÉTICA, ALEMANIA ORIENTAL, BULGARIA, POLONIA Y HUNGRÍA INVADIERON SIMULTÁNEAMENTE CHECOSLOVAQUIA. NI RUMANIA NI ALBANIA TOMARON PARTE EN LA INTERVENCIÓN
En forma inmediata, Dubček y sus más estrechos colaboradores fueron detenidos y enviados a una cárcel situada en territorio soviético. A pesar de esta situación, logró reunirse el Congreso del Partido, que sesionó clandestinamente en una fábrica en las afueras de Praga con la presencia de más de dos tercios de los delegados que habían sido elegidos en las semanas precedentes. El cónclave condenó la ocupación y eligió un nuevo comité central en el que figuraban los dirigentes detenidos por las fuerzas de ocupación. Se acordó exigir la inmediata liberación de todos los detenidos y la retirada de los ejércitos del Pacto de Varsovia, se solicitó el apoyo de todos los partidos comunistas a las resoluciones del congreso y se sugirió la convocatoria de una conferencia internacional de los partidos comunistas.
El Kremlin resolvió negociar con los representantes del gobierno checoslovaco. Se reunieron en Moscú las figuras del ala conservadora y los dirigentes detenidos, que fueron trasladados desde la cárcel. El comité central del Partido, no renovado, ratificó el 31 de agosto los acuerdos logrados en esa reunión. En la declaración pública sobre el contenido de los mismos, se destacan los siguientes puntos: la renuncia del gobierno checoslovaco a plantear la cuestión de la intervención soviética en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la anulación del XIV Congreso del Partido y la permanencia de las tropas soviéticas hasta que el país se normalizara.
En este contexto, el grupo de Dubček, repuesto en el gobierno, asumió una política conciliadora con el ala conservadora, que salió fortalecida. El sector reformista con Dubček como símbolo de la Primavera de Praga perdía posiciones. Los dirigentes más radicalizados habían sido marginados después de la invasión, y en abril de 1969 el Comité Central del Partido Comunista aceptó la renuncia de Dubček, que fue reemplazado por Gustáv Husák.
Husák había sido una de las víctimas de los procesos de los años cincuenta y pertenecía al grupo de Dubček; sin embargo, aceptó el reajuste de la política checoslovaca en virtud de lo que consideró como una lectura realista de la situación. Desde esta perspectiva, el gobierno restableció la censura, depuró el Partido a través de la renovación de carnets y clausuró toda forma de organización autónoma en el seno de la sociedad.
En relación con el ingreso de las fuerzas militares en Checoslovaquia, se descartó que hubiese significado una ocupación: dicha acción había sido un “acto de solidaridad internacional que contribuyó a cerrar el paso de las fuerzas antisocialistas antirrevolucionarias”.
Esta situación profundizó la fractura del grupo liberal. Un sector se agrupó en torno de Husák y aceptó las limitaciones impuestas por la fracción estalinista. Otra parte rechazó la legalidad de la ocupación y denunció la connivencia del grupo conciliador con las fuerzas extranjeras. Frente a estas definiciones, esta fracción fue expulsada del Partido, en virtud de lo cual la oposición se organizó cada vez más al margen del mismo.
LAS TROPAS SOVIÉTICAS EN CHECOSLOVAQUIA
NO HUBO UNA REPRESIÓN COMPARABLE A LA DE HUNGRÍA EN 1956 PERO SE PRODUJO UNA GRAN PURGA EN EL PC: MÁS DEL 20% DE LOS MILITANTES FUERON EXPULSADOS.
LA OPOSICIÓN POPULAR A LA INVASIÓN SE EXPRESÓ EN NUMEROSOS ACTOS DE RESISTENCIA NO VIOLENTA. EL 19 DE ENERO DE 1969, EL ESTUDIANTE JAN PALACH SE QUEMÓ A LO BONZO EN LA PLAZA WENCESLAO DE PRAGA PARA PROTESTAR CONTRA LA REANUDACIÓN DE LA SUPRESIÓN DE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN.
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