II. El derrumbe del bloque soviético
El escenario postsoviético
En Rusia el gobierno encabezado por Yeltsin no dudó en arrastrar a la sociedad a un drástico salto hacia el capitalismo. La economía quedó librada a las reglas de juego del mercado a través de las intervenciones estatales a favor de los grupos económicos que se enriquecían y apoyaban al nuevo jefe político. Los efectos del capitalismo salvaje sumieron en la pobreza a millones de habitantes, la inflación se disparó, los sueldos cayeron, los ahorros se esfumaron y el mercado negro y los sobornos pasaron a formar parte de la economía cotidiana.
La privatización de la economía rusa favoreció a la llamada “oligarquía” rusa, en la que de destacaron figuras como Boris Berezovsky, Vladimir Gusinsky y Borisovich Khodorkovsky a la cabeza. Su gran poder económico fue reforzado con la entrega de la propiedad de los medios de comunicación a los partidarios del gobierno: así se creo un círculo virtuoso, para la minoría beneficiada, entre gobierno, poder económico y medios de información. El puñado de oligarcas favorecidos por el Kremlin consiguió el control de los grandes polos financieros, industriales y mediáticos y se sumó a la especulación internacional en desmedro del desarrollo de una base productiva que fuera más allá de los sectores tradicionalmente predominantes de los cuales procedían (hidrocarburos, complejo militar-industrial, metalurgia). En medio de los profundos cambios surgió un gran número de empresas más modestas, cuya privatización fue controlada por las regiones. También en este ámbito gravitaron el favoritismo y los lazos poco transparentes entre políticos locales e industriales, pero la lógica del funcionamiento empresarial a nivel regional fue mucho más sensible a los problemas y las presiones de la población.
Yeltsin tuvo su peor enfrentamiento político en el otoño de 1993 cuando la Duma, todavía heredera de las últimas elecciones soviéticas de 1990, desafió abiertamente las medidas de la presidencia. La principal fuerza opositora era el cada vez más nacionalista partido Comunista, dirigido por Gennady Zyuganov. El choque culminó con la sangrienta toma del edificio de la Duma por los militares, que produjo un alto número de muertos sin perjudicar por ello la figura de Yeltsin.
El presidente contó con el apoyo internacional y, en el plano interno, ganó el referéndum de reforma de la Constitución en diciembre de ese mismo año. Aunque Yeltsin retuvo la presidencia hasta 1999, su liderazgo se deterioró de manera drástica. En su primera elección como presidente de Rusia en junio de 1991, cuando todavía existía la URSS, obtuvo más del 50 % de los votos compitiendo con varios candidatos comunistas. Cinco años más tarde, con una sociedad rusa inmersa en la crisis y el desencanto, fue necesario convocar una segunda vuelta en la que Yeltsin obtuvo el 53,8% de los votos mientras que su principal rival, el comunista Zyuganov, recogió el 40,3%. En el transcurso de los años siguientes la figura de Yeltsin quedó cada vez más asociada a la corrupción, la incapacidad y el autoritarismo.
Las consecuencias sociales de las medidas impulsadas en el marco de una concepción neoliberal fueron devastadoras. El programa de privatizaciones de Yeltsin fue de catástrofe económica y crisis social para la gran mayoría de la población: el PIB se contrajo el 34 por 100 desde 1991 a 1995 –un descenso mayor que durante la Gran Depresión en Estados Unidos– mientras que, en el mismo periodo, los niveles de los salarios reales cayeron más de la mitad y el empleo quedaba significativamente reducido, en muchos sectores hasta el 20 por 100. Las tasas de crímenes y asesinatos se doblaron a principios de los años noventa, y la salud pública se deterioró a una velocidad increíble: la expectativa de vida de los varones, por ejemplo, se acortó en cinco años entre 1991 y 1994. El índice de pobreza, ya en ascenso cuando la URSS se acercaba al colapso, se disparó después de la liberalización de precios en enero de 1992: un estudio de la OIT de ese año afirmaba que el 85 por 100 de la población de Rusia se encontraba por debajo del umbral de pobreza.
La desintegración de la URSS aceleró el desplome económico. En todas partes se levantaron barreras arancelarias y algunas repúblicas acuñaron moneda propia, provocando de ese modo la desarticulación de los sectores productivos y los mercados internos. En casi todos los nuevos países el hundimiento de los viejos gigantes industriales de propiedad pública, combinado con la ausencia de instituciones y códigos reguladores, posibilitó la aparición de compañías privadas gestadas, en gran medida, por los miembros de la elite soviética que habían logrado acumular fabulosas ganancias apropiándose a bajos costos de los bienes estatales y también gracias a la proliferación de actividades ilícitas, en algunos casos criminales.
En diciembre de 1999, Yeltsin presentó como su sucesor a Vladimir Putin, quien en los comicios de marzo de 2000 se impuso cómodamente al nuevamente opositor Zyuganov.
Al llegar al gobierno en el año 2000, Putin definía a Rusia como un país europeo y animaba a Occidente a invertir y a aportar tecnología a cambio de materias primas y seguridad energética. Putin quería desplegar un sistema de defensa antimisiles común con Estados Unidos y los europeos y muy rápidamente manifestó su interés en brindar ayuda a Washington tras el atentado del 11 de septiembre de 2001. Se encaminó hacia la concreción de una estrecha relación con su par estadounidense, George W. Bush. Coincidió con él en la necesidad de emprender una lucha frontal contra el terrorismo. Incluso justificó la teoría del ataque preventivo de Bush y anunció que la adoptaría como propia.
Pero la desconfianza y las tensiones acabaron por imponerse en la relación entre Rusia y Estados Unidos dando paso a la llamada “nueva Guerra Fría”.
Los conflictos en las repúblicas desatados al calor de la perestroika se prolongaron en el tiempo y después de declarar la independencia y desintegrarse la URSS se sumaron otros. La intervención militar rusa jugó un papel protagónico en la mayoría de ellos.
Las trayectorias de los nuevos Estados fueron afectadas por el tipo de vínculo adoptado con la Federación Rusa y por la creciente gravitación de Estados Unidos y Europa interesados en extender la presencia de la OTAN y de la Unión Europea. El avance de la rivalidad entre Moscú y Washington de índole económica y militar fue un dato de peso en el curso seguido por los nuevos Estados que habían abandonado la URSS. Una parte de los mismos debió lidiar también con movimientos secesionistas que, con el apoyo de Moscú, lograron el control de una porción de los territorios y los recursos para dar vida a los pequeños “Estados de facto”. Estas rupturas con rasgos similares a la del Alto Karabaj respecto a Azerbaiyán, afectaron a Georgia, a Ucrania, y a Moldavia.
Además, en el primer quinquenio del siglo XXI, en Georgia, en Ucrania y en Kirguistán, la competencia política entre los gobiernos y la emergencia de fuerzas opositoras dio lugar a enfrentamientos conocidos como “revoluciones de colores”: la Rosa en Georgia, la Naranja en Ucrania y de los Tulipanes en Kirguistán. En los tres casos los gobiernos fueron derrocados. Poco más tarde hubo dos movimientos de protesta que fracasaron. La Revolución Blanca fue un fallido intento de derrocar a Alexander Lukashenko en Bielorrusia en el 2006. La Revolución Twitter, consistió en una oleada de protestas contra el triunfo del Partido de los Comunistas de la República de Moldavia en las elecciones parlamentarias de 2009 calificadas como fraudulentas.
“Revoluciones de colores” es el nombre colectivo que han recibido una serie de movilizaciones políticas en el espacio ex soviético llevadas a cabo contra gobiernos acusados de prácticas dictatoriales y de corrupción. En ellas los manifestantes adoptaron como símbolo un color específico que da nombre a su movilización. Este fenómeno surgido en Europa Oriental también tuvo posterior repercusión en Oriente Medio.
Estas protestas tienen en común el recurso a la acción directa no-violenta, la adopción de un discurso a favor de la democracia y el liberalismo político, en el plano internacional apoyan la inclusión de sus países en los organismos del campo occidental. También coinciden en el importante papel jugado en las fases iniciales por organizaciones estudiantiles. En Europa occidental y Estados Unidos fueron saludadas como la manifestación de la sociedad civil a favor de la democratización de sus Estados. En contraposición, los gobiernos cuestionados y los críticos de las mismas denunciaron la injerencia de Estados Unidos y de la CIA. Desde esta mirada, el objetivo de las “revoluciones de colores” sería el de propiciar cambios que redujeran la influencia de la actual Rusia para pasar a formar parte del bloque occidental.
Un factor de peso en la importancia concedida por Rusia a Ucrania es la del papel clave de esta república en la exportación del gas y el petróleo ruso. No hubo una opinión pública cohesionada en torno a la distinción de una nacionalidad ucraniana. Fue un caso complicado, dado que los fuertes sentimientos antisoviéticos convergían con la falta de una tradición estatal autónoma y de un vínculo nacional que cohesionara al conjunto de la población. En contraste con la región occidental, el este y sur de Ucrania contaba con una de mayoría ruso hablante y predominaba la decisión de preservar un estrecho vínculo con Moscú. También en Crimea se consolidó un movimiento a favor de la separación de Ucrania y su inclusión en la Federación Rusa.
La dirigencia ucraniana tomó, con reservas primero y mayor convicción después, un rumbo que la distanciaba de Moscú y la alineaba con Occidente.
Las elecciones presidenciales de junio de 1994 presentaron una votación fracturada territorialmente. Por Kuchma votaron masivamente los habitantes de las zonas meridionales y orientales, donde se concentra la minoría rusófona. Esto fue más acusado en la república autónoma de Crimea, objeto de disputa con Rusia, y presidida desde enero por el separatista prorruso Yuri Meshkov. También eran prorusas la región carbonífera de Donbass, formada por los oblasts de Donetsk y Luhansk, donde la población exigía el reconocimiento del ruso como lengua en cooficialidad con el ucraniano. La región occidental se pronunció a favor de Kravchuk, especialmente en la ciudad de Kiev, aquí Kuchma sólo captó el 16% de los votos.
Tras acceder a la
presidencia, Kuchma no tardó en marcar distancias con los postulados más
acusadamente prorrusos para terminar articulando en 1996 un discurso
prooccidental y hasta discretamente proatlantista. En esta cautelosa evolución
el mandatario ucraniano tuvo en cuenta la situación geográfica de Ucrania, país
de innegable potencial industrial y encrucijada de la red de gasoductos que permitía
a Rusia y a las repúblicas ex soviéticas del Este exportar sus hidrocarburos a
Europa con los consiguientes cobros por derechos de tránsito.
El gobierno de Ucrania estaba cerca del de Georgia y de Azerbaiyán, cuyos
presidentes, Eduard Shevardnadze y Heydar Aliev eran también antiguos hombres de Moscú que sin embargo
buscaron tomar distancia de este centro.
Desde final de los años noventa Kuchma fue criticado por su conducción autoritaria cada vez recurría más a imponer sus decisiones vía decretos y subordinaba el parlamento a sus iniciativas. En abril de 2000, después de su reelección, en un referéndum, con más del 80% de los votos se aprobó una serie de enmiendas que reforzaban las atribuciones del presidente. Desde ese momento Kuchma pudo disolver el parlamento si no aprobaba los presupuestos del gobierno. Además, los diputados perdían su inmunidad frente a una acusación criminal. Se introdujo una nueva Cámara con una composición favorable al presidente. Kuchma justificó estos cambios como vías para agilizar la aplicación de reformas vitales. La oposición denunció el intento de imponer un régimen con rasgos “oligárquicos”.
Después de tener cinco primeros ministros en cinco años, a fines de 1999 Kuchma nombró al liberal Viktor Yuschenko quien, después de dejar el gobierno a mediados de 2001, fundó un nuevo partido.
Las elecciones de 2004 volvieron a poner de manifiesto la polarización regional del electorado. Al finalizar el mandato del presidente Kuchma se desató una feroz competencia entre quienes habían sido primeros ministros durante su gestión. La lista encabezada por Viktor Yanukovich fue respaldada por Kuchma y Moscú. El Bloque Nuestra Ucrania encabezado por economista liberal Viktor Yushchenko que había sido ministro de Kuchma contaba con el beneplácito estadounidense. La población ucraniana se partió en dos: la decididamente antirrusa de la zona occidental se definió a favor de Yushchenko, la de las zonas mineras e industriales del este votó a Yanukovich. A fines del 2004 se produjo la llamada “Revolución Naranja” Cuando los resultados electorales dieron una ajustada ventaja al candidato de la zona oriental, los seguidores de la opositora “lista naranja” salieron a denunciar el fraude.
REVOLUCIÓN NARANJA 22 DE NOVIEMBRE DE 2004
Ante la crisis, los Estados Unidos y los dirigentes europeos occidentales anunciaron que no reconocían las elecciones presidenciales e incluso amenazaron con sanciones. El secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, afirmó en una conferencia de prensa que en las elecciones no se habían respetado “los estándares internacionales” y no se investigaron “las acusaciones de fraude y abusos” formuladas por los observadores. En tono amenazante advirtió que "Si el gobierno ucranio no actúa inmediatamente de manera responsable, ello tendrá consecuencias sobre nuestras relaciones, sobre las esperanzas de los ucranios de una integración euro-atlántica y para los responsables del fraude".
La posición estadounidense contrastó con la adoptada por Rusia, que se había apresurado a felicitar a Yanukovich antes de que se conociera el resultado definitivo.
Simultáneamente, la prensa occidental anunciaba la amenaza de que Ucrania quedase fracturada. A fines de noviembre, las regiones del este y el sur advirtieron que declararían su autonomía si se proclamaba ganador al candidato de la oposición El mayor desafío provino de la región de Donetsk, bastión del primer ministro Yanukovich. Unas 30.000 personas reunidas en el centro de la provincia recibieron con ovaciones y fuegos artificiales el anuncio del plebiscito. Los delegados de las provincias rebeldes se reunieron en un congreso de regiones de habla rusa. Este encuentro agrupó a representantes de 18 de las 27 regiones que componen Ucrania, los delegados anunciaron que se reservaban el derecho a celebrar un referéndum sobre la creación de un territorio autónomo en caso de que "llegue al poder un presidente ilegítimo. Según los delegados, apoyados por Rusia, la nueva entidad federada podría llamarse Región Autónoma Sudoriental de Ucrania, o incluso Autonomía Eslava de Ucrania, y debería aglutinar a las regiones de Donetsk, Dnepropetrovsk, Zaporozhie, Lugansk, Odessa, Nikolayev, Jarkov y Jerson, así como a la península de Crimea y la ciudad portuaria de Sebastopol.
Mientras tanto, el presidente ucraniano saliente acusó a la oposición de buscar un golpe de Estado. Según Kuchma, los simpatizantes de Yushchenko planearon antes de las elecciones “crear un escenario de fuerza, un plan de golpe de Estado” al que definió como “un atentado a la soberanía y a la indivisibilidad de Ucrania”. Kuchma pidió a la comunidad internacional que “se abstenga de interferir en los asuntos ucranianos”.
Powell acusó al gobierno de Putin de no haber cumplido con sus promesas de retirar las tropas de Georgia y de Moldavia y destacó la preocupación por el avasallamiento al estado de derecho y por la falta de libertad de prensa en Rusia.
Según Putin la “dictadura” que actuaba a nivel mundial, se revestía de “una bella retórica seudodemocrática”. Allí estaba para confirmarlo la situación en Irak. En este país se había llamado a elecciones con muy pocas garantías, “Honestamente, no puedo imaginar cómo se pueden organizar las elecciones (el 30 de enero 2005) bajo una ocupación total del país por fuerzas extranjeras”
Finalmente, Yanukovich advirtió que el país estaba al borde de la catástrofe y exhortó a sus seguidores a evitar un baño de sangre. Se acordó efectuar una segunda convocatoria electoral cuyo resultado permitió a Yushchenko ocupar el sillón presidencial. El nuevo equipo gobernante se dividió rápidamente, por un lado la facción que reconocía la conducción del presidente, por otro la que lideraba la primera ministra Yulia Timoshenko. Cuando dos años después, en el 2006, se renovó la legislatura, la fuerza encabezada por Yanukovich recogió el mayor porcentaje de votos, mientras que hubo dos listas oficialistas: la de la ex primera ministra Timoshenko se posicionó en el segundo lugar y la del presidente Yushchenko en el tercer puesto.
ALIANZA ROTA: PRESIDENTE VÍCTOR YUSCHENKO Y EX PRIMERA MINISTRA YULIA TIMOSHENKO
Las profundas divergencias sólo habían sido acalladas. El conflicto se reabrió en 2014 y fue una pieza clave de la “nueva Guerra fría” entre Rusia y Estados Unidos. (La crisis de Ucrania y el conflicto internacional se tratarán en la próxima carpeta)
En contraste con la accidentada trayectoria de Ucrania, el gobierno del comunista Aleksandr Lukashenko en Bielorrusia se alineó decididamente con Moscú. Su larga y autoritaria permanencia en la presidencia contó con el aval de dos plebiscitos –cuestionados en el plano internacional– que extendieron los plazos de su mandato. Desde la campaña presidencial en 1994 Lukashenko se definió a favor de la vuelta a los métodos de control administrativo sobre la economía, la desaceleración de las privatizaciones, la imposición de controles sobre los precios y los salarios, y el establecimiento de una unión aduanera y económica en el seno del CEI.
En el marco de la preparación de una nueva reelección que sería concretada en el 2006, la oposición proclamó la necesidad de enfrentar al gobierno y frenar el extendido mandato de Lukashenko. En este sentido, los opositores anunciaron a fines de abril de 2005 a la secretaria de Estado de EEUU, Condoleeza Rice, que pretendían lanzarse a la calle como antes lo hicieron ucranianos y georgianos porque era la única vía para lograr un cambio político. Rice calificó a Bielorrusia como “la última dictadura de Europa” y, aunque no ofreció apoyo explícito a la rebelión, subrayó que el pueblo bielorruso debe decidir cómo actúa.
A mediados de marzo de 2006, la Unión Europea elevó el tono de sus críticas hacia el Gobierno bielorruso por su continua violación de los derechos políticos. A tres días de las elecciones presidenciales, la comisaria de Exteriores de la Unión Europea dijo en Varsovia que “la nueva ola de arrestos de líderes de la oposición es completamente inaceptable” y advirtió que Bruselas “está dispuesta a tomar nuevas medidas restrictivas si las elecciones no son conducidas de manera democrática”. Asimismo, el alto representante de la Unión Europea para la Política Exterior, Javier Solana, expresó su “indignación y sorpresa” ante las advertencias del Gobierno bielorruso de que reprimiría cualquier manifestación durante las elecciones. A principios de abril de 2006, el pleno del Parlamento Europeo condenó “firmemente el fraude electoral” y señaló que el régimen de Lukashenko carecía de “toda legitimidad democrática”, por lo que pidió la celebración de nuevos comicios acordes con el derecho internacional.
Estados Unidos se sumó a las sanciones económicas contra las autoridades bileorrusas. El presidente George W. Bush ordenó congelar las cuentas y los intereses en EEUU de Alexander Lukashenko y otros dirigentes del régimen, además de prohibir las relaciones económicas y comerciales con ese país. El líder de la oposición de Bielorrusia, Alexandr Milinkiévich, aplaudió las sanciones impuestas por la UE y EEUU. Milinkievich fue elegido a finales de octubre de 2006 ganador del premio Sajarov a la libertad de conciencia otorgado por el Parlamento Europeo.
A diferencia de lo ocurrido en Georgia, frente a las movilizaciones de los opositores Lukashenko logró mantenerse al frente del gobierno.
Al año siguiente, la Asamblea de Parlamentarios del Consejo de Europa pidió a las Naciones Unidas que rechazaran la eventual entrada de Bielorrusia en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en virtud de que la situación de las libertades en ese país era “deplorable”. Al mismo tiempo, el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, visitó oficialmente Bielorrusia a finales de mayo de 2007 con el fin de reforzar la cooperación política y energética entre ambos países. El dirigente iraní calificó a su colega bielorruso como “uno de sus mejores amigos” y abogó por impulsar la cooperación bilateral en todos los terrenos. Lukashenko, por su parte, negó que su país e Irán fueran Estados “parias” y destacó la coincidencia de posturas en política internacional.
En el Cáucaso Sur hubo diferentes trayectorias.
En Azerbaiyán se logró preservar la continuidad política con Aliev como presidente a lo largo de diez años.
HEYDAR ALIEV (1923-2003)
ANTIGUO DIRIGENTE DEL PERÍODO SOVIÉTICO UBICÓ AL PAÍS EN LA SENDA DE LA ESTABILIZACIÓN Y DEL AVANCE DEL CAPITALISMO.
Acusado de agente de Moscú, Aliev demostraría rápidamente su aspiración a imponer el orden como jefe de un Estado independiente eliminó a los numerosos grupos armados y encarceló a los militares golpistas. Firmó contratos de varias decenas de miles de millones de dólares con las compañías petroleras occidentales, entre ellos uno de 7.600 millones de dólares en septiembre de 1994, calificado como el “contrato del siglo”, que convirtió a Azerbaiyán en un centro “prioritario” para los países occidentales. Hasta sus adversarios políticos, como el Frente Popular de Azerbaiyán, reconocieron sus logros. “No apoyamos su política interior, pero en el último período, Aliev se aproximó a nuestra posición, abandonando sus inclinaciones prorusas”.
Dos años después de su elección logró la aprobación de una nueva Constitución que reforzaba extraordinariamente los poderes presidenciales. Fue reelegido en 1998. Gracias a la reforma electoral de 2002 incorporó a su hijo al gobierno que fue confirmado electoralmente meses antes de la muerte de su padre. Aliyev falleció en diciembre de 2003 y fue sucedido por su hijo Ilham.
En Georgia, el afianzamiento de las fuerzas que reivindicaban la desvinculación respecto a Moscú fue acompañado por crecientes tensiones entre los georgianos y los pobladores de las regiones autónomas de Osetia del sur y Abjazia. Estos temiendo por su suerte al quedar como minorías en el nuevo Estado nacional exigieron una mayor autonomía. Cuando la URSS ya había dejado de existir, las tensiones derivadas de esta manifestación de pasiones nacionalistas se combinaron con los enfrentamientos entre las fracciones en que se escindió la dirigencia georgiana. Después del golpe que derrocó a Gamsajurdia en 1992, el gobierno quedó en manos del ex canciller soviético Eduard Shevardnadze a quien, en un primer momento, se visualizó como el personaje favorable a los intereses rusos.
EDUARD SHEVARDNADZE (1928-2014)
PRIMER SECRETARIO DEL PARTIDO COMUNISTA GEORGIANO ENTRE 1972 Y 1985. ACOMPAÑÓ COMO CANCILLER A GORBACHOV HASTA 1990, OCUPÓ LA PRESIDENCIA DE SU PAÍS TRAS EL GOLPE QUE DERROCÓ AL LÍDER NACIONALISTA Y ANTICOMUNISTA ZVIAD GAMSAJURDIA EN 1992.
La carrera de Shevardnadze puede compararse con la de Heydar Aliev
Tras abandonar la Unión Soviética tanto Georgia como Azerbaiyán pusieron en práctica la estrategia política de invitar a los jefes del partido del periodo de la perestroika, Shevardnadze y Aliev, a fin de superar el desastroso colapso económico y los conflictos armados que habían signado la trayectoria de los primeros presidentes poscomunistas. Ambos líderes lograron neutralizar a los caudillos locales, a menudo mediante la cooptación, al tiempo que se adaptaban a las nuevas circunstancias geopolíticas de la supremacía de Estados Unidos. Sus finales, sin embargo, fueron muy diferentes: Aliev logró asegurar la sucesión dinástica antes de morir. Shevardnadze, en cambio, fue perseguido hasta que abandonó el poder presionado por las movilizaciones de la oposición.
Shevardnadze debió enfrentar una triple acometida militar: la de los leales a Gamsajurdia, quien hasta su muerte en 1994 no renunció a recuperar la presidencia, la de los secesionistas osetios y, algo más tarde, la de los abjazios.
Si en Crimea y en Transnistria los rusos allí residentes se consideran tales por razones principalmente étnicas, tratándose de ex ciudadanos soviéticos de origen eslavo y con el ruso como lengua matera, lo que hace rusos a los pueblos de Osetia del sur y Abjazia es el pasaporte, la ciudadanía. Los osetios son un grupo étnico de origen iranio. Separados lingüísticamente tanto de los georgianos, como de los rusos, los habitantes de Osetia del Sur han tenido relaciones muy estrechas con Rusia, llegando a auspiciar, a través de un referéndum que tuvo lugar en enero de 1992, su anexión a la república autónoma de Osetia del Norte-Alania bajo la soberanía de Moscú.
Abjazia como Osetia del Sur no es un territorio étnicamente eslavo, siendo los abjazios un pueblo autóctono del Cáucaso. Sin embargo, tal como en el caso de sus vecinos osetios, los abjazios han tenido en Rusia un aliado fundamental. Tras el logro de la independencia de facto de las dos repúblicas, a comienzos de los años 90, el apoyo de Moscú a Tsjinval (Osetia) y Sujum (Abjazia) se ha materializado no sólo con la presencia de pacificadores rusos en los territorios que habían sido teatro de los conflictos, sino también con la concesión de pasaportes rusos a quienes los solicitaban.
Cuando los fracasos militares en estos dos frentes lo llevaron a recurrir a la ayuda rusa para mantenerse en el gobierno, Shevardnadze aceptó las presiones de Moscú para que Georgia ingresase a la Comunidad de Estados Independientes, dos años después de su creación.
En febrero de 1994 Yeltsin y Shevardnadze firmaron en Moscú un Tratado de Amistad y Cooperación y, no casualmente, en mayo, los abjazios accedieron a firmar el cese de hostilidades. El 15 de junio 3.000 soldados rusos adscritos a la fuerza de pacificación aprobada por la CEI comenzaron a desplegarse en la zona.
En los últimos años de la década de los noventa Shevardnadze buscó relajar los lazos que lo ataban a de Rusia y apostó por el ingreso del país en la OTAN. Esa posibilidad parecía bastante incierta incluso a largo plazo, y por el momento el dirigente se esforzó en hacer méritos ante Washington y Bruselas, por ejemplo, apoyando en 1999 la intervención militar de la Alianza en Kosovo que luchaba contra Serbia por su independencia.
Shevardnadze no se encontraba solo en esta orientación prooccidental y constituyó en 1997 con el ucraniano Kuchma, el azerí Aliev y el moldavo Petru Lucinschi una entidad intergubernamental llamada GUAM, nombre formado a partir de las iniciales de los cinco países, que al principio fue únicamente un foro consultivo informal de los presidentes para discutir fórmulas de cooperación e integración económicas.
La llegada a Georgia de consejeros militares estadounidenses en febrero de 2002 provocó amenazas por parte de Putin. Washington declaró que su objetivo era apoyar al ejército local para combatir a un grupo musulmán ligado a la red terrorista al-Qaeda, cuya base se encontraba, presuntamente, en la frontera con Chechenia.
Shevardnadze renunció a fines de 2003 a raíz de la llamada “Revolución de las Rosas”. Los activistas se concentraron en la avenida Rustaveli e invadieron el Parlamento para protestar contra las elecciones “fraudulentas” del mes anterior. Shevardnadze fue reemplazado por Mikheil Saakashvili.
Armenia se destaca como un país relativamente estable y seguro pese a la guerra de 1992-1994 con Azerbaiyán. También en este país, la perestroika dio lugar a la creación en 1989 de la primera organización política de oposición, el Movimiento Nacional Panarmenio, que se centró en reivindicar la anexión del Alto Karabaj sin cuestionar a Moscú. Su economía ha mantenido un crecimiento sostenido gracias al ingreso de capitales privados atraídos por la desnacionalización de las empresas En el plano internacional, Armenia cuenta con apoyos amplios y variados: recibe el apoyo de Rusia y de los Estados Unidos y mantiene muy buenas relaciones con Irán. No obstante, debido al conflicto latente en el Alto Karabaj sufre el bloqueo decretado por Azerbaiyán y Turquía.
En el caso de Moldavia, el partido Comunista triunfó en las elecciones convocadas a principios de 2001. La prensa occidental destacó que Moldavia era el primer país de la antigua Unión Soviética donde los marxistas-leninistas llegaban a la gobierno. Vladímir Voronin asumió como presidente y buscó mantener una especie de equilibrio inestable entre Rusia y Europa occidental.
VLADÍMIR VORONIN (1941-) PROCEDE DEL TRANSNITRIA Y FUE DIRIGENTE ALLÍ EN ÉPOCA SOVIÉTICA.
Rápidamente aseguró que mantendría un sistema multipartidista y que no se retornaría a un estilo de gobierno soviético. “Queremos tener un Gobierno tecnocrático y profesional. No vamos a instaurar un régimen de culto a la personalidad como los que hay en el Asia Central ex soviética”. Además confirmó en su cargo al primer ministro, un hombre clave en la instrumentación de las reformas económicas que alentaban a la inversión extranjera.
Después del triunfo del partido Comunista en las elecciones legislativas de 2005, Voronin avanzó respecto a su orientación a favor de “la integración europea” y la necesidad de que Rusia dejase de apoyar la autonomía de Transnistria. “El régimen separatista caerá cuando le privemos de la sustancia económica que lo alimenta. Los separatistas aguantan porque tienen el apoyo de ciertos círculos de Rusia. (…) Si Rusia nos quiere ayudar a resolver el problema, lo primero que debe hacer es retirar sus armas y soldados de Transnistria y entonces el régimen separatista se quedará sin protección política. La presencia rusa es un factor de apoyo a los separatistas”. (El País, 29 de abril de 2005)
Este conflicto sigue congelado. La independencia de facto de Transnistria es garantizada por un cuerpo de paz ruso. La República Moldava de Transnistria (no reconocida internacionalmente) espera que Rusia, con la que carece de fronteras, sea la locomotora de su desarrollo.
Los idiomas oficiales son el ruso, el moldavo y el ucraniano, y la influencia cultural y política de Rusia es considerable. En la capital, Tiráspol, junto a los símbolos del antiguo régimen soviético que aún dominan el paisaje urbano, no es raro ver carteles dedicados a Vladímir Putin, dándole a veces al visitante la sensación de estar en una provincia de Moscú. En 2006, cerca del 97 por ciento de los ciudadanos se pronunció en un referendo a favor de la adhesión de la región a la Federación Rusa.
Voronin intentó combinar las buenas relaciones con Rusia con la adhesión a la integración proeuropea y ambas cosas con los esfuerzos para recuperar la región separatista del Transdniéster, algo muy difícil sin el visto bueno de Moscú.
Sin embargo en abril del 2009, después de unas elecciones calificadas como fraudulentas los jóvenes, principalmente, se movilizaron contra su gobierno. “Queremos viajar. ¿Por qué nosotros, que también estamos en Europa, hemos de esperar y pagar por un visado de la UE?”, “Abajo el comunismo”, “Mejor estar muerto que ser comunista”, “Somos rumanos” fueron algunos de los lemas que gritaron los manifestantes en las calles de la capital moldava que se habían autoconvocado vía Internet.
Los manifestantes furiosos asaltaron la sede de la Presidencia de la República y saquearon el Parlamento en la capital. Voronin, acusó al país vecino, Rumanía, de estar detrás de los desórdenes en la capital y declaró persona no grata al embajador rumano. La movilización fue rápidamente sofocada. Los nuevos comicios pocos meses después llevaron a Marian Lupu a la presidencia. El ex ministro de economía había abandonado las filas comunistas para encabezar la lista del Partido Demócrata (socialdemócrata).
Parte de las nacionalidades orientadas a favor de Rusia, pero localizadas en los territorios de las nuevas repúblicas han buscado unirse para fortalecer su posición. A mediados de 2006 crearon la Comunidad de Estados no reconocidos, o CEI-2, que en busca de “la resolución justa y pacífica” de cuatro conflictos postsoviéticos, propone la cooperación política entre los gobiernos de Sujumi, (Abjazia) Tsjinval (Osetia del sur) ambos en Georgia, Tiráspol (Transnistria) en Moldavia y Stepanakert. (Alto Karabaj) en el Cáuucaso.
El uso del idioma ruso, oficial en Transnistria, Osetia del Sur y Abjazia, hace de la Comunidad de Estados no reconocidos un espacio rusohablante. Sin embargo, la influencia rusa sobre los tres territorios no se limita a la esfera lingüística. Las relaciones económicas, políticas y militares entre Moscú y los miembros de la Comunidad son muy estrechas.
Para el Kremlin, el apoyo a los miembros de la CEI-2 es un medio para sensibilizar la opinión pública mundial sobre las condiciones de vida de los millones de personas que tras la caída del comunismo se han quedado sin patria y a menudo son víctimas de las políticas de renacionalización forzada impuestas por algunos de los gobiernos de las antiguas repúblicas soviéticas.
En Asia Central una vez finalizada la Guerra Fría, en la región se concretó un importante proceso de reislamización. A la existencia de un Islam oficial, muy controlado por las autoridades, que ya existía durante la época soviética y que se mantiene en la actualidad, hay que sumar la presencia de un islam radical que si bien es minoritario en el conjunto de las repúblicas, ha tenido una importante actividad y participación política. La presencia del islamismo radical es manifiesta en Tayikistán, Uzbekistán y Kirguistán. Los principales movimientos de este tipo son el Partido del Renacimiento Islámico (PRI), legal en Tayikistán; el Movimiento Islámico de Uzbekistán (MIU), con clara implantación en el valle de Fergana (zona de frontera tayika-kirguiza-uzbeka). El MIU está integrado por uzbekos, tadzhikos, chechenos, uigures y kirguizos. El Partido de la Liberación Islámica (Hezb-ut-Tahir ), cuyo objetivo es la creación de un "califato para Asia Central".
La presencia de grupos de oposición islámica ha servido a algunos gobiernos para adjudicar el aumento de la conflictividad social y política a la proliferación de un discurso islamista de corte radical. Asimismo se ha utilizado la eventual vinculación de los grupos islamistas centroasiáticos con la red de Al-Qaeda como factor que justifica el control autoritario de la población por parte de los gobiernos de dichos Estados. Un ejemplo de ello es la represión de las manifestaciones en Uzbekistán en mayo de 2005, que acabaron con centenares de muertos. También hay que mencionar la presencia de bandas armadas que se mezclan y se confunden con los grupos más politizados.
Respecto a la presencia del Islam la mayor parte de los gobiernos desplegaron dos tipos de iniciativas: la prohibición de las actividades de los grupos más radicalizados y al mismo tiempo la integración del clero islamista a la burocracia estatal a través de una serie reformas, entre las que se incluyen la legalización y construcción de un gran número de mezquitas, el apoyo del Estado a la peregrinación a La Meca, la apertura oficial de varias madrazas. Todo esto para lograr un más acabado control de una religiosidad que cuenta con fuerte presencia en la vida diaria de la población.
La región se ha convertido en zona de paso y de distribución del opio procedente de Afganistán, el gran productor de la región. Dentro del crimen organizado existe también, el tráfico de armas que atraviesa la región en virtud de que la misma ha sido epicentro de los grandes conflictos, Afganistán, Tayikistán, Cáucaso, que han tenido lugar en la posguerra fría.
En los nuevos Estado centroasiáticos se concretó la instauración de gobiernos autoritarios con prolongada permanencia en el poder con la excepción de Tayikistán. Casi todos los presidentes de esta región enfrentaron violentamente al Parlamento o bien lo relegaron a un segundo plano recurriendo a las consultas populares para legitimar el giro hacia el presidencialismo. También en casi todos los países hubo intentos de manipular el proceso electoral, apelando para ello desde la inhabilitación de los partidos peligrosos hasta el fraude liso y llano.
En Tayikistán, la destitución del presidente comunista por un bloque de fuerzas opositoras con fuerte predominio musulmán condujo a la guerra civil desde 1992 a 1997. Es una simplificación juzgar el conflicto político en Tayikistán basándose únicamente en una lucha entre el PRI y el Partido Comunista. Se combinaron una serie de complejos factores étnicos y socio-económicos.
En el resto de las repúblicas, los secretarios generales del PCUS pasaron a ser los nuevos presidentes: Nursultán Nazárbayev en Kazajstán, Saparmurad Niyasov en Turkmenistán, Askar Akáyev en Kirguistán e Islam Karímov en Uzbekistán. Fueron confirmados en sus cargos mediante elecciones que las potencias occidentales calificaron como muy irregulares. Casi todos se han convertido en presidentes vitalicios.
El único que perdió su puesto fue el kirguizio Akáyev en 2005 a raíz de la tercera revolución de color después de la de Georgia y la de Ucrania. La llamada “Revolución de los Tulipanes” en marzo de 2005 proclamó el fin del “régimen corrupto” del “clan familiar” del presidente. La caída de Akáyev, a quien Putín acogió en Moscú, posibilitó que tomara al gobierno el ex primer ministro Kurmanbek Bakiyev favorable a una mayor integración con Occidente. Aunque le dio asilo a Akayev, el presidente ruso se mostró dispuesto a colaborar con el nuevo gobierno kirguiz.
Cinco años después Bakiyev fue derrocado por sectores de la oposición, apoyados por Rusia y por una revuelta popular que cuestionaba la escandalosa corrupción y el autoritarismo. Tanto Estados Unidos como Rusia, ambos con bases en Kirguistán para controlar el transporte de hidrocarburos en la región de Asia Central hacia China, Pakistán e India, tuvieron injerencia en el golpe. La estrategia de Bakiyev había consistido en acordar y presionar alternativamente a ambas potencias respecto a los alquileres que pagaban por sus bases. Moscú, enfrentado con la Casa Blanca por los recursos de Asia Central, le ofreció al ex presidente sustanciosos préstamos con la condición de que finalizara el contrato militar con Washington. Bakiyev aceptó los créditos, pero renovó el tratado con Washington aunque lo hizo sólo por un año de modo que irritó también a Estados Unidos.
A pesar del vendaval que arrasó con los pilares del orden soviético en virtud de la caída de la URSS, en las cúpulas dirigentes de la mayoría de los Estados ex soviéticos prevaleció la continuidad de los funcionarios y el marcado sesgo autoritario de sus gobiernos. En casi todas partes, en lugar del advenimiento de la democracia se desembocó en el autoritarismo combinado con una destacada presencia de conflictos étnicos. El fortalecimiento del poder presidencial se presentó como necesaria alternativa al caos. En la mayoría de los casos la población se definió a favor de esta instauración del orden. Los presidentes, elegidos por “sufragio popular”, se distanciaron de la democracia que fue asociada al desorden de modo tal que sin negarla discursivamente sólo conservaron sus aspectos formales mientras la vaciaban de contenido. Con la excepción de los Estados bálticos, las “democracias de imitación” se propagaron por casi todo el territorio postsoviético.
Los principales desafíos a Moscú en el seno del Estado multinacional ruso provinieron del Cáucaso norte. En el marco de la desintegración de la URSS el Cáucaso Norte siguió integrado a la Federación Rusa. En el presente contiene siete repúblicas autónomas: Chechenia, Osetia del Norte, lngushetia, Daguestán, Kabardino-Balkaria, Karachevo-Cherkesia y Adiguea.
Para Rusia el Cáucaso es importante no sólo porque es parte constitutiva de su territorio (repúblicas y administraciones que integran la Federación) sino también porque ocupa un lugar relevante en el ámbito de la Comunidad de Estados Independientes en lo que se denomina “el extranjero cercano”. Entre los objetivos que Moscú persigue en ese ámbito están la preservación de una situación de dominación económica, el afianzamiento de una zona de influencia que ponga freno a la expansión de otras potencias regionales, los casos de Turquía e Irán, hacer frente a eventuales amenazas exteriores y proteger los derechos de los rusos residentes en los países que conforman el área del “extranjero cercano”.
Los chechenos asumieron las reivindicaciones independentistas más radicales y las defendieron con las armas en dos cruentas guerras: la de 1994-1996, cuando los rusos fracasaron en subordinar la región; y la iniciada en 1999, cuya etapa de combates activos finalizó en 2002 con la derrota de los chechenos. No obstante, Moscú mantuvo hasta abril de 2009 el estado de guerra con el pretexto de combatir la amenaza del terrorismo.
Cuando estalló la revolución de Octubre los chechenos aún constituían una sociedad prácticamente feudal muy alejados de la modernización económica y social que Moscú pretendía generar. Los bolcheviques suprimieron en 1920 el emirato del Cáucaso Norte en el que los chechenos participaban junto a otros pueblos de la zona. En la década de 1930, Stalin la unió a Ingushetia y le confirió el rango de república: la República Autónoma de Chechenia-Ingushetia.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Stalin decidió la deportación hacia Siberia y Asia Central de numerosos pueblos de la región (entre ellos, ingushes, chechenos y balkares) por “colaboracionismo masivo” con los ocupantes alemanes así como la disolución de la república de Chechenia-Ingushetia. La rehabilitación oficial de los pueblos del Cáucaso, llevada a cabo por Kruschev, posibilitó el retorno de los deportados y el restablecimiento de la república en 1957. Los exiliados se encontraron con rusos y ucranianos atraídos a raíz de los procesos de industrialización y de explotación de los recursos de la región.
Como resultado de las reformas propiciadas por Gorbachov nacieron una serie de iniciativas dirigidas a favorecer y a desarrollar la identidad política y cultural de los pueblos de la región. A finales de los años ochenta, los dirigentes locales exigieron de Moscú el reconocimiento como república federada y se constituyó el Congreso Nacional del Pueblo Checheno, presidido por el general Dzhojar Dudáiev veterano militar soviético de origen checheno. Esta organización se enfrentó al Partido Comunista de Chechenia. El conflicto estalló al calor del golpe de agosto de 1991. Los comunistas lo apoyaron y el Congreso Nacional del Pueblo se opuso. Una vez fracasado el golpe, el partido Comunista fue ilegalizado y Chechenia proclamó su independencia. En las elecciones de 1991 Dudáiev fue elegido presidente. Los ingushes no participaron en los comicios. Ingushetia se pronunció, por medio de un referéndum, a favor de mantenerse dentro de Rusia de quien espera su apoyo respecto a las diferencias que mantiene con Chechenia respecto al control de algunos territorios. El Kremlin no reconoció los resultados electorales chechenos. La primera reacción del presidente ruso Boris Yeltsin, que hasta el momento había apoyado a los movimientos independentistas para debilitar a Gorbachov, fue proclamar el estado de emergencia, pero el Parlamento anuló la orden para evitar un enfrentamiento abierto con los líderes chechenos. La proclamación de independencia dio lugar a un gran éxodo de los rusos residentes en la región.
La intervención rusa en Chechenia es inseparable de los intereses petrolíferos. En Grozni, la capital chechena, se encontraba la principal instalación de refinado de petróleo de la ex URSS. El petróleo extraído en la cuenca del Caspio, y buena parte del procedente de Siberia, pasaba por Grozni. Los oleoductos y gasoductos que atraviesan la zona del Cáucaso Norte tienen un gran valor estratégico. Rusia necesitaba el control y la estabilidad en esta zona para preservar su control de los oleoductos y gasoductos que atraviesan Chechenia para llevar los productos energéticos a las grandes ciudades de la Rusia europea, de Ucrania, y de Europa Occidental. En segundo lugar, el Cáucaso es la frontera meridional de Rusia, una zona de especial interés para su seguridad. Desde la desintegración de la URSS, Rusia intensificó su intervención en los numerosos conflictos de la zona caucásica, tanto en el norte como en la Transcaucasia. Chechenia era una pieza clave e incontrolable de ese rompecabezas. Por otra parte Chechenia tuvo una destacada presencia en la trayectoria política de Georgia.
Dudáiev presidió desde 1991 la república secesionista. Como Yeltsin, el antiguo militar soviético checheno fue partidario de ejercer un presidencialismo fuerte, de modo que su mandato se caracterizó por su tono personalista y autoritario. En mayo de 1992, la misma Federación Rusa que negaba legitimidad a los dirigentes chechenos firmaba con ellos un acuerdo por el que se aceptaba la retirada de las tropas rusas estacionadas en la zona y la distribución, a partes iguales, de los arsenales disponibles en su territorio.
En 1993 Dudáiev disolvió el Parlamento. La ausencia de mecanismos institucionales para resolver la crisis política hizo que se impusiera la vía armada entre el gobierno y los opositores al mismo. Con el fin de contrarrestar las acusaciones de dictador, anunció la celebración de elecciones legislativas en 1995 y presidenciales en 1996. La oposición contaba con apoyo financiero y material de Rusia y en noviembre de 1994 se materializó la intervención directa de tropas rusas en los enfrentamientos.
Rusia justificó la invasión de Chechenia en la defensa de los derechos de una minoría rusa presuntamente agredida y además calificó a Chechenia de Estado “mafioso”. Lo que parecía una tarea fácil para las tropas rusas se convirtió en una auténtica pesadilla. A la sucesión de masacres perpetradas por el ejército ruso, las milicias chechenas respondieron con acciones espectaculares y suicidas como los secuestros masivos. En Rusia sólo un partido parlamentario, el Partido Liberal Democrático respaldó las acciones militares. Todas las demás fuerzas políticas se opusieron a esas acciones armadas. A través de las encuestas una mayoría de rusos se mostró partidaria de reconocer una Chechenia independiente.
La intervención militar comenzó con la destrucción de los aeropuertos chechenos. Yeltsin creyó que Dudáiev no tenía gran respaldo popular y que la oposición estaba bien articulada. Daba por hecho que las tropas federales iban a tomar Grozni en unas horas. Los bombardeos sobre Grozni marcaron el inicio de una de las batallas más cruentas. Para conquistar el Palacio Presidencial fueron necesarios catorce días de combates constantes, de emboscadas, de muerte y destrucción. Mientras Yeltsin anunciaba públicamente el cese de los bombardeos y el inicio de negociaciones, en Grozni las bombas caían sin cesar.
La guerrilla ofreció una gran resistencia y se batió en retirada para hacerse fuertes en otras ciudades del país. Dudáiev con los miembros de su gobierno y su Estado Mayor escaparon a las áreas montañosas y allí reorganizaron sus fuerzas dispuestos a seguir batallando mediante una guerra de guerrillas combinada con acciones terroristas. A lo largo de 1995 los sucesivos acuerdos de alto el fuego y desmilitarización no fueron aplicados y se sucedieron dramáticos episodios con captura masiva de rehenes por comandos chechenos.
A mediados de junio de 1995, un grupo de rebeldes chechenos se internó en Rusia y secuestró a cientos de personas en un hospital de Budionnovsk. Al intentar su liberación, las tropas gubernamentales provocaron más de cien muertos y numerosos heridos. La acción dirigida por el jefe político de la guerrilla islámica Shamil Basáiev pretendía detener las acciones militares y obligar a las autoridades moscovitas a establecer una base negociadora sólida. Se puso de relieve la vulnerabilidad del gigante ruso e hizo temer a la opinión pública que la guerra de Chechenia se convirtiese en un nuevo Afganistán.
Dudáiev falleció en un ataque de misiles ruso en de abril 1996, al mes siguiente su sucesor firmó un alto el fuego con Moscú. El presidente Boris Yeltsin, en su batalla por la reelección como jefe del Estado en junio de 1996, no dudó en presentarse como pacificador de un conflicto que él había profundizado. Encomendó al general Alexander Lebed la firma de la paz. Lebed, que se opuso a una intervención masiva del ejército ruso, emprendió las difíciles negociaciones con el jefe del Estado Mayor de las fuerzas separatistas, Aslan Masjadov. A finales del verano de 1996 chechenos y rusos lograban un acuerdo sobre la base de congelar la proclamación de soberanía de la república separatista hasta el año 2001. En este periodo de transición se procedió a la retirada de las tropas. En el 2001 se retomarían las negociaciones con vistas a convocar un referéndum.
Ningún Estado de la CEI criticó a Moscú por su intervención en Chechenia. No hubo declaraciones de solidaridad hacia Chechenia desde el mundo musulmán ruso. Tampoco los países musulmanes fueron más allá de expresar su repudio. Estados vecinos, como Irán o Turquía, afirmaron que se trataba de un problema “interno”. La misma posición adoptaron las potencias occidentales.
La actividad exterior de la Chechenia independiente tuvo dos referencias principales. En primer lugar, una política de acercamiento en lo económico a los pueblos del Cáucaso Norte para aprovechar los recursos de la zona de forma conjunta. En lo político el fortalecimiento de la Confederación de los Pueblos Montañeses del Cáucaso con el fin de frenar a Rusia.
Chechenia no dudó en utilizar los beneficios del acuerdo alcanzado con Rusia y actúo como si fuese un Estado independiente. Prueba de ello fue la proclamación de la ley islámica en su territorio, la declaración por parte del parlamento checheno del ruso como idioma extranjero e incluso la solicitud del establecimiento de relaciones diplomáticas plenas con Rusia. Las elecciones presidenciales de enero de 1997 dieron el triunfo al líder secesionista moderado Masjádov. El nuevo presidente debió hacer frente a dos grandes problemas: la situación económica cada vez más precaria y los embates de los sectores extremistas islámicos bajo la dirección del integrista Basáiev.
El colapso del bloque soviético y el derrumbe de la URSS fueron procesos complejos en los que el fracaso de una economía central planificada fue sólo uno de los factores. Se combinaron razones políticas y culturales. Tuvieron un peso destacado, tanto la existencia de diferentes pasados como la constitución de disímiles lazos con Moscú.
El fracaso de la experiencia comunista fortaleció al neoliberalismo en casi todo el mundo. En los años noventa el cuestionamiento al libre mercado fue descalificado como generador de “falsas ilusiones” que habían exaltado la capacidad de la voluntad política para imponer un determinado rumbo de la economía junto con la persistencia de un Estado multinacional. La crisis del partido monolítico que encabezó las reformas en la URSS condujo a la desintegración del único imperio multinacional del siglo XIX que había prolongado su existencia durante el siglo XX.
La desaparición del bloque soviético puso fin a la Guerra Fría, pero en lugar de la esperada paz, las luchas armadas en los países del Tercer Mundo y las guerras entre algunos de ellos y Estados Unidos, la única superpotencia sobreviviente, pasaron a ocupar el primer plano del escenario internacional.