FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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II. La belle époque y el capitalismo global

La nueva política

 

 

La nueva oleada de industrialización complejizó el escenario social y dio paso a nuevas batallas en el campo de las ideas. En lugar de polarizar la sociedad, el avance del capitalismo propició la aparición de nuevos grupos, en gran medida debido a la diversificación de los sectores medios: los asalariados del sector servicios, la burocracia estatal y el personal directivo de las grandes empresas. También modificó la fisonomía y el comportamiento de la burguesía que dejó de ser la clase revolucionaria que había sido fuente. El burgués que dirigía su propia empresa perdió terreno, en la conducción de las nuevas industrias aparecieron profesionales y técnicos que engrosaron las filas superiores de los sectores medios. La gran burguesía preservó su adhesión al liberalismo económico, pero su liberalismo político se cargó de incertidumbre ante el avance de las fuerzas que pugnaban por la instauración de la democracia. Los liberales que viraron hacia el imperialismo, por ejemplo el inglés Chamberlain o el francés Ferry, creyeron posible que la expansión colonial ayudaría a descomprimir el conflicto social. Al apoyar el reparto del mundo dejaron de lado la máxima de que la paz era factible a través del libre comercio y avalaron la carrera armamentista a través de la cual los Estados competían en la creación de imperios coloniales. En el campo de la cultura y las formas de vida, la gran burguesía se sintió cada vez más consustanciada con los valores de la aristocracia y en el afán de distinguirse socialmente, el burgués ahorrativo e inversor que había impulsado la revolución industrial dejó paso a una alta burguesía que asumía las formas de vida y de consumo distintivas de la aristocracia.

 

 

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PASTELERÍA GLOPPE EN LOS CAMPOS ELÍSEOS 

OBRA DE JEAN BÉRAUD (1849-1935) PINTOR FRANCÉS NACIDO EN SAN PETERSBURGO QUE PLASMÓ NUMEROSAS IMÁGENES DE LA VIDA COTIDIANA DE PARÍS

 Hasta el último cuarto siglo XIX, las fuerzas conservadoras fueron el principal rival de los liberales. Con disímiles grados de fuerza y convicción en los distintos países, la burguesía ascendente enfrentó al orden monárquico y a la aristocracia. El proyecto liberal incluía la defensa de los derechos humanos y civiles, la mínima intervención del Estado en la economía, la creación de un sistema constitucional que regulara las funciones del gobierno, y las instituciones que garantizaran la libertad individual. Este ideario se fundaba en la primacía de la razón y era profundamente optimista respecto al futuro. Sin embargo, en el presente, los liberales condicionaron la democracia: los que no tenían educación y carecían de bienes que defender, debían ser guiados por los ilustrados y los que promovían el crecimiento económico. Sólo los ilustrados y los propietarios estaban capacitados para adecuar las políticas del Estado a las leyes naturales del mercado. En un principio, los liberales levantaron una serie de barreras económicas y culturales para impedir el voto de las mayorías. Al mismo tiempo que socavaban los principios y prácticas del antiguo régimen, deseaban que los asuntos públicos quedasen en manos de los notables. En algunos casos fueron los conservadores, por ejemplo el canciller Otto Bismarck en Prusia o el emperador Napoleón III en Francia, quienes ampliaron el derecho a votar. Deseaban contener el avance de los liberales y para eso recurrieron a su posibilidad de manipular a un electorado masivo, pero escasamente politizado.fuente

El avance de la industrialización asociada con la decadencia de la economía agraria tradicional modificó profundamente la trama de relaciones sociales. El debilitamiento de las aristocracias terratenientes, junto con el fortalecimiento de la burguesía y la creciente gravitación de los sectores medios y de la clase obrera, gestaron el terreno propicio para el avance de la democracia. En este proceso se combinaron las reformas electorales que incrementaron significativamente el número de votantes, la aparición de nuevos actores, los partidos políticos, y la aprobación de leyes sociales desde el Estado.

Los cambios en el plano político se produjeron a ritmos y con intensidades muy diferentes. Las transformaciones más tempranas y profundas se concretaron en Gran Bretaña. En el resto del continente europeo hubo una oleada revolucionaria en 1848 que produjo el quiebre de la cohesión del antiguo régimen, aunque muchos liberales, por ejemplo, los alemanes e italianos, no lograron alcanzar sus metas. Las tres décadas siguientes fueron un período de reforma básicamente promovida desde arriba. En casi todos los países, salvo en Rusia, el período concluyó con el avance de los gobiernos más o menos constitucionales frente a los autocráticos. Antes de 1848, las asambleas parlamentarias sólo habían prosperado en Francia y Gran Bretaña. A partir de 1878, los parlamentos elegidos eran reconocidos en casi todos los países europeos. Sin embargo, los liberales del siglo XIX buscaban un justo equilibrio. Querían evitar la tiranía de las masas, que consideraban tan destructiva como la tiranía de los monarcas. Los liberales luchaban por un parlamento eficaz que reflejara los intereses de todo el pueblo, pero descartaban que los pobres y los incultos comprendieran cuáles eran sus propios intereses.

La nueva política también incluyó la manipulación del electorado y en muchos casos, la ampliación del sufragio apareció asociada con el fraude electoral. Generalmente, en las áreas menos urbanizadas las elecciones se hacían a través de relaciones más personales que políticas. En cada pueblo o aldea existían dos o tres personajes de peso que actuaban como grandes electores a través de su control sobre las autoridades de la localidad y de sus posibilidades de ofrecer favores a los miembros de la comunidad. El gran elector podía acrecentar su poder mediante el vínculo forjado con el dirigente político (muchas veces ajeno al medio local) que ocupaba la banca en la asamblea legislativa nacional gracias a los votos obtenidos por el jefe político local. Después desde su banca el diputado electo devolvía el favor a través de su colaboración en nombramientos y destituciones, y en la promoción de determinadas obras públicas. Estos vínculos raramente  eran armoniosos y daban lugar a enfrentamientos entre diferentes jefes políticos y facciones que dividían a la clase gobernante y podían ir asociados con crisis institucionales. Los nuevos partidos que pretendían llegar al gobierno sufrían tanto las consecuencias del fraude como la violencia instrumentadas desde el Estado. Estas prácticas tuvieron mayor peso en los países más débilmente urbanizados, por ejemplo los del sur europeo.

No obstante, desde fines del siglo XIX hasta la Gran Guerra se produjo un avance significativo de la política democrática en la mayoría de los países europeos. Las profundas transformaciones sociales que acompañan a la segunda revolución industrial, así como la creciente urbanización y los cambios culturales, provocan una progresiva ampliación de las bases sociales sobre las que se sustentó la legitimidad del ejercicio de la política. Esto supuso la lenta transición desde el liberalismo moderado, de carácter restringido o censatario, hacia la adopción de prácticas democráticas, en las que se integraron cada vez con mayor fuerza las clases medias urbanas.

 

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CARICATURA SOBRE LAS ELECCIONES DE FINES DEL SIGLO XX EN ESPAÑA

 

 

 

 

Con la ampliación del cuerpo electoral, los acuerdos entre los notables cedieron el paso a las decisiones de los partidos políticos. Estos se hicieron cargo de una variada y compleja gama de tareas. La producción de los resultados electorales que legitimasen el ingreso al gobierno de los dirigentes partidarios requería de organizaciones estables y consistentes, capaces tanto de representar los intereses de los electores como de construir nuevas identidades políticas. Los vínculos entre dirigentes y dirigidos trascendieron el marco local y los nuevos partidos de alcance nacional, no sólo organizaron campañas electorales y defendieron determinados intereses, también intervinieron en la construcción de cosmovisiones en competencia en torno a la mejor forma de satisfacer el bien común. La política de la democracia apareció asociada con la creciente gravitación de los elementos ­lengua, raza, religión, tierra, pasado común­ que se proponían como propios de cada nacionalidad. La exaltación de los mismos contribuía a la cohesión entre los distintos grupos sociales de una misma nacionalidad al mismo tiempo que los distinguía de los otros, los que no compartían dichos valores y atributos.

Ante la creciente movilización de los sectores populares y el temor a la revolución social, los gobiernos promovieron reformas sociales con el fin de forjar un vínculo más o menos paternalista con los sectores más débiles del nuevo electorado. En los años ochenta, el conservador canciller de Prusia Otto Bismarck, por ejemplo, fue el primero en poner en marcha un programa que incluía seguros de enfermedad, de vejez, de accidentes de trabajo. También se aprobaron medidas en este sentido en Gran Bretaña, Austria, Escandinavia y Francia. El Estado mínimo postulado por los liberales retrocedía frente al muy incipiente Estado de bienestar.

Antes de haber completado la transformación del antiguo régimen, el ideario liberal y el orden burgués sufrieron el embate de nuevos contendientes: el de la clase obrera y el de la nueva derecha radical. La primera no sólo creció numéricamente, las experiencias compartidas en el lugar de trabajo, en los barrios obreros, en el uso del tiempo libre y del espacio público y a través, tanto de la necesidad de organizarse sindicalmente, como de la interpelación de los socialistas, construyeron un nosotros, una identidad como clase obrera.

En década de 1890, con el avance de los partidos socialistas que confluyeron en la Segunda Internacional (1889-1916), el movimiento obrero socialista se afianzó como un fenómeno de masas. nota Sin embargo, existieron destacados contrastes entre las trayectorias de las distintas clases obreras nacionales, tanto en el peso y el grado de cohesión de las organizaciones sindicales como en el modo de vinculación entre los sindicatos y las fuerzas políticas que competían para ganar la adhesión de los trabajadores. Estas divergencias remiten en parte, a las batallas de ideas entre socialistas, marxistas, anarcosindicalistas, sindicalistas revolucionarios, pero básicamente, a las diferentes experiencias de la clase obrera en el mundo del trabajo y en los distintos escenarios políticos nacionales.

El cuestionamiento de la nueva derecha al liberalismo fue más radical que la del socialismo. Este último rechazaba el capitalismo, pero adhería a principios básicos de la revolución burguesa: la fe en la razón y en el progreso de la humanidad. La derecha radical en cambio, inauguró una política en un nuevo tono que rechazó la lógica de la argumentación y apeló a las masas en clave emocional para recoger sus quejas e incertidumbres frente a los hondos cambios sociales y el impacto de la crisis económica. Los nuevos movimientos nacionalistas tuvieron especial acogida entre los sectores medios, pero también ganaron apoyos entre los intelectuales, los jóvenes y en menor medida entre sectores de la clase obrera. La crisis económica en la era de la política de masas alentó la demagogia y dio cabida a la acción directa para presionar sobre los gobiernos y al mismo tiempo impugnar a los políticos y los procedimientos parlamentarios. Desde la perspectiva de la derecha radical, la democracia liberal era incapaz de defender las glorias de la nación y era responsable de las injusticias económicas y sociales que producía el capitalismo.

 

 

 

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