FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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II. La belle époque y el capitalismo global

La derecha radical


Tanto en Alemania, como en Francia y en Austria, la nueva derecha radical combinó la exaltación del nacionalismo con un exacerbado antisemitismo. En Italia, los nacionalistas defendieron la necesidad de apropiarse de nuevos territorios para dejar de ser una nación proletaria. En sus reivindicaciones ocuparon un lugar clave, las provincias que, como Trentino, Tirol del Sur, Trieste, Istra y Dalmacia, quedaron bajo dominio austriaco (provincias irredentas, no liberadas). Los nacionalistas que continuaron bregando por su incorporación al Estado italiano entraron en acción después de la Primera Guerra Mundial.

Francia fue pionera en la gestación de grupos de derecha radical tan antiliberales y antisocialistas como capaces de ganar adhesiones entre los sectores populares. En los años ochenta, el carismático general Boulanger recibió apoyo económico de los monárquicos y recogió votos en barrios obreros. A fines de la década de 1890, Charles Maurras al frente de Acción Francesa se presentó en la escena política como un rabioso anti parlamentario, anti republicano y antisemita. Cuando el caso Dreyfus dividió a Francia, Maurras no dudó en privilegiar la defensa de la nación aunque esto incluyera la falsificación del juicio. nota

Otros grupos, menos atados al tradicionalismo, avanzaron hacia el cuestionamiento del orden social. La Liga de los Patriotas alentó un nacionalismo autoritario destinado a terminar con la corrupción de los políticos y a conciliar los intereses de diferentes clases sociales. Prometió la regulación económica para ayudar a los pequeños comerciantes y artesanos y apoyó la organización sindical de los obreros. En este período circuló en Francia el concepto de nacional socialismo. Fue utilizado por el escritor Maurice Barrès en su afán de articular los principios del vitalismo y del racismo darwinista con las raíces nacionales. Se diferenció de Acción Francesa por la importancia que asignó al radicalismo económico y a la posibilidad de movilizar a las masas a través de las emociones, entre las que privilegió el odio al judío y el culto a los héroes.

En el imperio de los Habsburgo, el noble y en un primer momento liberal, George von Schönerer, rabiosamente convencido de que Austria debía ser parte de Alemania, pretendió organizar a los nacionalistas alemanes con un programa nacional-social y brutalmente antisemita que apelaba a los estudiantes y a las clases medias empobrecidas a través de la reivindicación de la unidad de los alemanes y de la justicia social. Aunque no logró crear un movimiento de masas, tuvo un papel significativo en la afirmación de un nuevo modo de hacer política. El más pragmático socialcristiano Karl Lueger, quien también combinó apelaciones nacionalistas y antisemitas, aunque en tono más moderado, con declaraciones a favor de la justicia social y la adhesión al catolicismo, fue elegido alcalde de Viena en 1897.

Las ligas nacionalistas emergieron en Alemania en los años 80 como instrumento de presión a favor de una política imperialista en la que Bismarck no se había embarcado. La Liga Panalemana contó con la presencia del entonces joven Alfred Hugenberg y la más significativa Liga de la Marina recibió el aporte económico del fabricante de armas Krupp. Ambos se vincularon con Hitler después de la guerra.


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ALFRED HUGENGERG (1865-1951)










En el plano interno, las ligas fueron decididamente antisocialistas y antisemitas y además propiciaron la eliminación de las culturas minoritarias como las de los polacos. Ambicionaban que la superioridad racial de los alemanes quedara consagrada con su dominación sobre el conjunto de Europa.

Salvo los socialcristianos encabezados por Lueger, ninguno de estos grupos llegó al gobierno, pero aunque se movieron en los márgenes, su interés radica en los lazos propuestos entre la política popular, el antiliberalismo, el antisocialismo y el antisemitismo. Si bien el fascismo no fue la proyección lineal de ninguna de estas fuerzas, la rebelión intelectual y política de finales del siglo XIX contra la Ilustración abonó el terreno en que arraigó el fascismo, pero sólo después de que el trauma de la Primera Guerra Mundial lo hiciera factible.

La Iglesia Católica rechazó decididamente al liberalismo a través de las opiniones vertidas por el papa Pío IX en el documento Syllabus y la encíclica Quanta Cura publicadas en 1864. En los años noventa, ante el avance de los cambios sociales y políticos, el papado, en lugar de limitarse a denunciar los pecados del mundo moderno, decidió intervenir en el curso del nuevo orden. La encíclica Rerum Novarum de León XIII sobre la condición de los obreros (1891) alentó la gestación del catolicismo social. La propuesta de atender los reclamos justos de los trabajadores fue seguida de la creación de partidos políticos y de sindicatos católicos. La tarea organizada conjuntamente por la jerarquía, los sacerdotes y los laicos con conciencia social, se presentó como una tercera vía entre el capital y el movimiento obrero socialista. Los capitalistas debían entender que la familia obrera tenía que desarrollarse en condiciones dignas. Los obreros no debían seguir las palabras y acciones de quienes conducían al caos social con la consigna de la abolición de la propiedad privada. Los sindicatos católicos lograron mayor arraigo en las ciudades pequeñas y en el campo que en los grandes enclaves industriales urbanos donde tuvieron dificultades para competir con los socialistas.fuente Tanto en Italia (partido Popular) como en Alemania (el partido de Centro), los partidos católicos contaron con un significativo apoyo de los sectores populares.


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