FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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V. El tercer mundo

La fragilidad de los Estados nacionales africanos

 

La trayectoria precolonial, el saqueo, la explotación esclavista y el reparto colonial condicionaron el futuro del continente africano. Cientos de grupos culturales fueron divididos arbitrariamente y decenas de miles de entidades políticas fueron amalgamadas en decenas de colonias europeas y protectorados. El gobierno directo de las metrópolis fue doblemente desafiado. En primer lugar, porque dividía a la sociedad entre una minoría extranjera que afirmaba ser civilizada y una mayoría nativa marginada porque pertenecía a otra raza y era considerada atrasada. En segundo lugar, porque parte de los nativos incorporados por el proyecto civilizatorio –intelectuales y empresarios nativos–aspiraron a reemplazar al gobierno extranjero. Como respuesta a esta crisis, a través del gobierno indirecto se buscó fracturar a los nativos y ganar aliados para el gobierno colonial entre las elites tradicionales del ámbito rural. El discurso, basado en la tradición, se apropió de la diferencia cultural para reforzarla y promover sistemas legales diferentes a cargo de autoridades administrativas y políticas que no dependían del gobierno directo de la metrópoli.

La fuerza de algunos jefes tradicionales, como los líderes rurales, no solo provino de su ascendiente sobre sus comunidades sino que quedó legalizada a través del reconocimiento de su autoridad por el gobierno central. En la época de la colonia era habitual que los líderes tradicionales desempeñaran diversas funciones: dictar leyes a nivel local, recaudar impuestos, juzgar y controlar la seguridad. Se impuso el despotismo descentralizado y, básicamente, la etnicidad cultural se transformó en etnicidad política. Cuando la autoridad política y la ley identifican étnicamente a los sujetos y discriminan entre ellos, el grupo étnico asume un estatus legal y político. El grupo étnico se basa en el reconocimiento consensuado de rasgos históricos y culturales compartidos, pero cuando se pretende imponer esos elementos comunes a quienes no los reconocen como propios, generalmente por parte de un gobierno central que adopta una de las lenguas o una de las religiones como las distintivas del Estado nacional, se abre paso a los conflictos entre etnias. Dichos enfrentamientos son en última instancia de carácter político, aunque su manifestación más evidente sea la de la xenofobia cultural o religiosa.

El África subsahariana había heredado de los tiempos precoloniales y coloniales una configuración económico-política que dejaba poco margen para la construcción de economías nacionales viables o Estados nacionales vigorosos. Los intentos de construirlos gozaron de una considerable adhesión entre los líderes de la independencia, tal como lo refleja la célebre frase de Samora Machel, primer presidente del Mozambique independiente: “Para que nazca la nación, la tribu debe morir”. Los sectores sociales que se rebelaron a partir de los años 50 querían crear un nuevo marco económico e institucional, contar con soberanía y situar a los nuevos Estados en el marco internacional. Para esos fines consideraron que debían transformar las entidades multiétnicas, multiculturales, multirreligiosas y, en algunos casos, multiraciales en unidades cohesionadas. El nacionalismo fue la ideología que guió estos procesos, pero la coerción y la violencia tuvieron una fuerte gravitación en desmedro de la construcción de un imaginario nacional compartido. En parte porque la inmensa multiplicidad de redes culturales, económicas y políticas existentes condicionaron y debilitaron el nacimiento del Estado nacional.

En el marco de la oleada descolonizadora, en la mayor parte del mundo comenzó a pensarse que la independencia completa era una condición necesaria para el desarrollo económico y se supuso que las sociedades excoloniales seguirían el ejemplo político y económico occidental. Pero en el territorio africano casi siempre ocurrió lo contrario. En la mayoría de las colonias subsaharianas, las potencias coloniales habían actuado más como depredadoras que como agentes interesados en la promoción de actividades productivas. Los Estados emergentes se encontraban entre las economías menos avanzadas del mundo. Pero los problemas económicos fueron solo una parte de los obstáculos que afectaron la constitución de los nuevos países africanos. Los desafíos que debieron enfrentar las nuevas dirigencias políticas fueron resultado de una compleja combinación de factores. El círculo vicioso gestado por las desigualdades sociales; los desequilibrios y la dependencia económica; la militarización de la política, y la politización de las identidades étnicas y religiosas impuso su sello a gran parte de los nuevos países africanos. Los desafíos provinieron tanto del carácter artificial de las fronteras como de la persistencia de las autoridades tradicionales, especialmente en el ámbito rural, de la desigual incorporación de las diferentes etnias a la nación y también de la fuerte dependencia de las economías centrales.

La mayoría de las veces, las bases políticas de los nuevos gobernantes abarcan menos que la jurisdiccion del país independizado. Los líderes de la independencia consideraban que cualquier reclamo sobre las fronteras heredadas del período colonial era un estímulo a la inestabilidad y el caos, y fueron decididos defensores de las fronteras trazadas a lo largo del reparto colonial. Los nuevos Estados se impusieron sobre grupos étnicos con trayectorias históricas diferentes, a veces enfrentados y otras veces capaces de forjar vínculos entre sí. También ocurrió lo contrario: que un mismo grupo lingüístico y religioso fuera dividido e incorporado a diferentes naciones, como en el caso de los somalíes. Además, la mayor parte de las sociedades estaban escindidas en términos políticos y sociales. Por un lado, un espacio urbano intensamente signado por las actividades y las ideas de los ciudadanos-colonos que dominaron hasta la independencia. Por el otro, un mundo rural atravesado por una pluralidad de derechos consuetudinarios que fundamentaban la pretendida legitimidad del jefe local.

A partir de la independencia se superpusieron dos lógicas políticas: una lógica formal basada en el modelo de las democracias occidentales, apoyada en principio por los líderes anticolonialistas; y una lógica informal que respondía a las tramas sociales y las lealtades políticas precoloniales legalizadas por las metrópolis. En gran medida, los Estados africanos no pasaron de ser armazones relativamente vacíos. Si bien fueron útiles para posibilitar el control de una serie de recursos por parte de quienes detentaban el gobierno o integraban la administración pública, al mismo tiempo fueron débiles porque no estaban institucionalizados ni diferenciados funcionalmente de la sociedad.

Los gobernantes africanos, civiles o militares, dependían de los vínculos personales basados en un sistema de favores con otros jefes políticos o grandes hombres que sostenían esta forma de relación con los grupos étnicos que reconocían su liderazgo. El modo de representación era generalmente personal antes que electoral. Además, la extensión territorial de estos entramados de lealtades no abarcaba todo el país, por lo que parte de la población quedaba excluida y sin recursos para participar en el orden poscolonial.

En la mayoría de los países, la autoridad central resultó vulnerable a las normas particularistas de la sociedad multiétnica. A medida que los gobiernos incorporaban a los nativos, los intereses particulares y los lazos clientelares de los funcionarios africanos fueron ganando terreno y las regulaciones administrativas se volvieron negociables. Desde el momento en que las burocracias se apoyaron en redes de favores recíprocos, se promovió la vigencia de deberes y derechos desiguales y las instituciones quedaron condicionadas por el poder personalizado.

Este sistema era negativo para el desarrollo económico, en tanto las relaciones sociales y políticas informales imponían sus intereses y fines en desmedro de la promoción de un crecimiento económico a largo plazo de las nuevas naciones. Dada la escasez de actividades productivas excedentarias, los gobiernos africanos buscaron otras fuentes de ingresos –la explotación de recursos naturales por empresas extranjeras, muchas veces concedida mediante soborno; la ayuda internacional de las superpotencias; los préstamos con gran endeudamiento– para solventar los gastos del Estado y sostener sus redes de apoyo. La obtención de este tipo de recursos permitió a los gobernantes disponer de los mismos en provecho propio descuidando la provisión de bienes públicos. La mayor parte de los movimientos nacionalistas habían creído que su control sobre los resortes del gobierno era la condición necesaria y casi suficiente para impulsar el crecimiento económico y mejorar las condiciones de vida de sus pueblos. Una vez en el gobierno, las condiciones sociales, culturales y políticas les presentaron obstáculos que eran muy difíciles de desarmar para avanzar hacia el tipo de Estado basado en una conciencia nacional compartida.

El modelo de Estado poscolonial tuvo una separación formal de poderes, pero en realidad hubo un predominio del Ejecutivo sobre el Judicial y Legislativo. Se gestó una centralización del poder, heredada de la elite anticolonial y de los líderes de la liberación nacional, que habían ganado legitimidad en la lucha. El proceso de concentración del poder que se justificó por la necesidad de alcanzar la unidad nacional y la modernización económica condujo al poder unipersonal y clientelista de carácter arbitrario. No fue solo resultado de la decisión de los dirigentes: la existencia previa de redes familiares y tribales alentó formas de ejercicio del gobierno en las que las luchas de facciones fueron parte constitutiva del mismo Estado. Estas debilidades se potenciaron con la fragilidad de las economías y su dependencia del capitalismo central. En este escenario, el golpe de Estado y las conspiraciones políticas se transformaron en las formas más reiteradas de reemplazo político, con un papel fuertemente protagónico de las fuerzas armadas. En los años sesenta se cuentan unos treinta golpes de Estado.

También la Guerra Fría contribuyó a la reproducción de estas condiciones y conductas. La contrapartida a las presiones ejercidas por las superpotencias fue la capacidad de negociación de los jefes políticos. Muchos gobiernos africanos decidieron su alineamiento con uno u otro bloque según la ayuda económica recibida y el silencio o la complicidad de las superpotencias frente a la corrupción y la violación sistemática de los derechos humanos.

Después de la independencia, en la mayor parte de los países se buscó eliminar la competencia partidaria, que se asociaba con la ingobernabilidad. En algunos casos, los propios líderes de la independencia impusieron el sistema de partido único. En otros, la dictadura fue obra de militares golpistas. Muchos líderes de la lucha anticolonial devinieron luego gobernantes autoritarios y alcanzaron un grado notable de permanencia en el poder: Félix Houphouët-Boigny, al frente del Partido Democrático, gobernó Costa de Marfil hasta su muerte en 1993; Léopold Sédar Senghor, el poeta, abandonó voluntariamente la presidencia de Senegal en 1981; Jomo Kenyatta, creador de la Unión Nacional Africana de Kenia, sucedido después de su muerte en 1978 por su vicepresidente, que gobernó hasta 2002; Julius Nyerere, jefe político de la Unión Nacional Africana de Tanganica, quien ocupó durante veinticuatro años la presidencia de Tanzania; Kenneth Kaunda, presidente de Zambia desde 1964 hasta 1991; Hastings Kamuzu Banda, que gobernó Malaui desde 1963 hasta 1994; Omar Bongo, al frente del gobierno de Gabón desde 1967 hasta 2009; Ahmed Sékou Touré, cabeza del Partido Democrático, presidente de Guinea de 1958 a 1984; Moktar Ould Daddah, líder del Partido del Pueblo Mauritano, quien retuvo el poder desde 1960 hasta 1982.

Una gran parte de los movimientos anticolonialistas no lograron retener el control del gobierno debido a que no estaban suficientemente arraigados en las lealtades de los africanos. Esta inserción limitada afectó incluso a fuerzas políticas que en un principio contaron con el apoyo popular, como el Partido de la Convención del Pueblo encabezado por Kwame Nkrumah, en Ghana. Nkrumah fue uno de los líderes africanos más admirados e influyentes y su gobierno, alineado con la Unión Soviética, derivó hacia un sistema de partido único tras el referéndum de 1965. Pero en 1966 fue depuesto por un golpe militar y, tras un largo período de inestabilidad institucional, en 1981 el Consejo Provisional de Defensa Nacional prohibió los partidos políticos y clausuró las urnas hasta los años noventa.

En los países donde la dictadura fue de la mano de los gobiernos militares, el autoritarismo no logró un alto grado de estabilidad; en muchos países, los gobernantes militares rotaron en el poder mediante una sucesión de golpes de Estado. En Benín, durante los doce años posteriores a la descolonización hubo una seguidilla de destituciones presidenciales. Recién a partir de 1972 se puso fin a este ciclo y el coronel al frente del gobierno, que adoptó la fórmula del partido único, retuvo su cargo hasta las elecciones abiertas de 1991. Togo vivió situaciones similares a las de Benín. La brutal dictadura de Idi Amin (1971-1978) en Uganda fue derrocada siete años después de que, como jefe de las fuerzas armadas, destituyera a su ex aliado en el golpe de 1966. También hubo golpes militares y dictaduras más o menos estables en Mali, Alto Volta, Burkina Faso, República Centroafricana, Congo-Brazzaville y Nigeria. En la ex colonia belga del Congo (Zaire entre 1971 y 1997, República Democrática del Congo desde entonces) la guerra civil desatada poco después de la independencia fue seguida por una de las dictaduras más prolongadas de la región, la del militar golpista Joseph Desiré Mobutu (1965-1997).

Liberia y Etiopía, los únicos dos países africanos donde el yugo colonial no se hizo sentir demasiado, tampoco quedaron al margen de esta trágica combinación de pobreza, autoritarismo, explotación depredadora por parte del gran capital y gobiernos locales que politizaban la etnicidad cultural. El régimen autoritario y corrupto de Haile Selassie, monarca absoluto durante casi cincuenta años en Etiopía, fue magníficamente retratado por el periodista Ryszard Kapuscinski. fuente

Desde los años cincuenta hasta principios de los noventa, algunos Estados africanos, así como ciertos partidos políticos, se consideraban a sí mismos “socialistas” o defensores de algún tipo de socialismo pero de sesgo africano. Entre los sostenedores del “socialismo africano” encontramos a Julius Nyerere de Tanzania, Kwame Nkrumah de Ghana, Sékou Touréde Guinea (Conakry), Modibo Keïtade Malí y Léopold Sédar Senghor de Senegal, entre otros. Sus principios básicos eran los de avanzar hacia la construcción de una economía nacional tomando en cuenta los valores culturales de las sociedades africanas y sin atarse a los principios del “socialismo científico”, que era importado y carecía de herramientas para transformar la trama de relaciones comunitarias africana. fuente

 

 

JULIUS

 

 

 

 

JULIUS NYERERE VISITA CUBA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

KWAME

 

 

 

 

 

 

KWAME NKRUMAH (1909-1972)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

FORMADO EN UNA ESCUELA MISIONAL CATÓLICA, CONTINUÓ SUS ESTUDIOS UNIVERSITARIOS EN PENNSYLVANIA (ESTADOS UNIDOS) Y EN LONDRES. REGRESÓ A SU PAÍS COMO SECRETARIO GENERAL DE LA CONVENCIÓN UNIDA DE COSTA DE ORO, PARTIDO NACIONALISTA MODERADO, DEL CUAL SE ESCINDIÓ EN 1949 PARA FUNDAR EL PARTIDO DE LA CONVENCIÓN DEL PUEBLO, MÁS RADICAL. DURANTE LAS LUCHAS POR LA INDEPENDENCIA QUE SIGUIERON FUE ENCARCELADO VARIAS VECES, PERO EN 1951 GANÓ LAS ELECCIONES CONVOCADAS POR LOS BRITÁNICOS PARA PONER EN MARCHA UN PROCESO GRADUAL HACIA LA AUTONOMÍA, Y PASÓ A COMPARTIR EL PODER CON EL GOBERNADOR DE LA COLONIA. UNA NUEVA VICTORIA ELECTORAL EN 1956 DIO PASO A LA INDEPENDENCIA TOTAL EN 1957 DE LA AHORA LLAMADA GHANA, CON NKRUMAH COMO PRIMER PRESIDENTE. FUE, ADEMÁS DE PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA, JEFE DE GOBIERNO, PRESIDENTE DEL TRIBUNAL SUPREMO, COMANDANTE EN JEFE DE LAS FUERZAS ARMADAS Y SECRETARIO GENERAL DEL PARTIDO ÚNICO, ELIMINANDO A TODOS SUS RIVALES POLÍTICOS E INSTAURANDO UNA DICTADURA PERSONAL.

EN 1966 FUE DEPUESTO POR UN GOLPE DE ESTADO MIENTRAS SE HALLABA DE VISITA EN PEKÍN; PERMANECIÓ HASTA SU MUERTE REFUGIADO EN GUINEA BAJO LA PROTECCIÓN DEL PRESIDENTE SEKOU TOURÉ.

 

 

En algunos países, la independencia fue seguida por guerras fratricidas, surgidas de desacuerdos respecto de las fronteras fijadas, pero también a raíz de las demandas de los grupos subordinados al poder de otras etnias del mismo país que habían logrado apoderarse de los resortes estatales.

 

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