II. Crisis de los Imperios Coloniales y emergencia del Tercer Mundo
Introducción
Al concluir la Segunda Guerra Mundial, las potencias europeas aún retenían sus inmensos imperios coloniales sin que se previera que esta situación fuese a cambiar; sin embargo, en pocos años, la mayor parte de las colonias logró su liberación. Desde el retorno a la paz en 1945 hasta el encuentro en Bandung en 1955 (reunión de los países independizados), el proceso de liberación tuvo su epicentro en Asia y en el ámbito árabe. En este último caso, la independencia de los países árabes se entrelazó con el conflicto desatado por la creación del Estado de Israel en 1948.
Desde fines de los años cincuenta hasta la década de 1970, el proceso descolonizador se concentró en África subsahariana. En África del sur, el derrumbe del imperio portugués se produjo en 1975 con las guerras de liberación de las colonias de Mozambique y Angola que se combinaron con las luchas contra el régimen de appartheid en Sudáfrica.
La caida de los imperios coloniales fue, junto con la Revolución Rusa, el proceso más significativo del siglo XX y transformó el escenario internacional. La ONU que en 1945 estaba integrada por 51 países; en 1975 reunía a 144. Con el ingreso de los nuevos países, la ONU asumió una posición cada vez más decidida a favor de la supresión del colonialismo, pero la llegada de las nuevas naciones a la Asamblea General no modificó la relación de fuerzas favorable a las grandes potencias ya que éstas retuvieron su poder de veto en el Consejo de Seguridad.
La crisis de los imperios europeos fue resultado de una serie de factores. En parte, porque la posición de las metrópolis se debilitó a lo largo del conflicto mundial. También porque las dos superpotencias no estaban comprometidas con la preservación del colonialismo. Los Estados Unidos se oponían al orden colonial por su historia y por su interés en promover el libre comercio. No obstante, frente a la posibilidad de que la liberación nacional favoreciese a los comunistas, como en el caso de Indochina, apoyó los intereses metropolitanos. La Unión Soviética vio en los movimientos anticolonialistas una fuerza que contribuía al debilitamiento del capitalismo, sin embargo actuó con cautela ya que Moscú privilegió su propia recuperación dadas las enormes pérdidas que le infligiera el esfuerzo bélico y hasta los años setenta su política exterior prefirió no asumir acciones que cuestionaran abiertamente las áreas de influencia surgidas de la Segunda Guerra Mundial. Después de la muerte de Stalin, ayudó a gobiernos del Tercer Mundo, al margen de su ideología, cuando cuestionaban el accionar de Estados Unidos, el caso de Egipto y otros países árabes a partir de los años cincuenta. Los movimientos de liberación contaron además, con el aval de la opinión pública que después de la Segunda Guerra Mundial se mostró más anticolonial que en la primera posguerra contribuyendo así al desgaste de los imperios.
La acelerada descolonización fue, ante todo, el resultado de las profundas transformaciones que venían alterando la fisonomía del mundo colonial. Con el surgimiento de nuevos países, otras colonias se sintieron más seguras y respaldadas para liberarse del yugo metropolitano. El movimiento de liberación indonesio, por ejemplo, recibió el apoyo de India y Australia en los foros internacionales para que Holanda reconociese su independencia. Básicamente -aunque con diferentes modalidades, ritmos e intensidades- la emergencia de los nuevos países se concretó porque, especialmente después de la Primera Guerra Mundial, en las sociedades coloniales fueron creándose condiciones que erosionaron el vínculo colonial, a la vez que emergían actores que promovieron su liquidación. Este proceso incluyó la presencia de nuevas clases y sectores formados al calor de los cambios económicos, pasando por las experiencias de autogobierno local y el desarrollo de la educación, hasta la constitución de movimientos de liberación apoyados por los amplios sectores de la sociedad. Cada trayectoria en pos de la independencia nacional tuvo su fisonomía singular.
Las diferencias remiten a tres factores: las experiencias previas a la imposición del dominio colonial; las conductas de las distintas metrópolis durante su administración y frente a las demandas de independencia; y por último, la composición, las acciones y las ideas de los movimientos anticolonialistas.
En relación con el primer punto, la mayor parte de las sociedades asiáticas y musulmanas contaban con un pasado político, cultural e institucional que podían reivindicar como propio y reinventar para forjar la nueva identidad nacional y sostener la construcción del Estado nacional. En África esta tarea fue mucho más compleja debido a la heterogeneidad de tradiciones de cada colonia. Respecto al segundo factor, ante el avance de los movimientos independentistas los principales centros imperiales asumieron posiciones disímiles: Francia opuso resistencia y Gran Bretaña –favorecida por la Commonwealth en su relación con las colonias– adoptó una postura más flexible. Las dos guerras más cruentas fueron la de Argelia –que repercutió sobre la política interna francesa provocando la caída de la IV República– y la de Indochina. La guerra de Vietnam acabó convirtiéndose, en los años sesenta, en un conflicto de la Guerra Fría con severas consecuencias negativas para los Estados Unidos, tanto en el orden interno como en su posición internacional.
Por último, los movimientos de liberación surgieron en sociedades que estaban lejos de ser homogéneas. En muchos casos, frente a los reclamos de independencia, ciertos sectores de las elites renegociaron el vínculo con la metrópoli para preservar sus privilegios, por ejemplo las monarquías árabes del norte de África y Oriente Medio. Los más interesados en la constitución de estados independientes eran quienes contaban con una educación que los habilitaba para reemplazar a los funcionarios metropolitanos en el gobierno, los miembros de una burguesía incipiente deseosos de romper con la subordinación económica, y los trabajadores nativos discriminados por los empresarios europeos. Pero no siempre constituyeron un frente unido. Existieron propuestas y demandas encontradas en torno a cuestiones tales como la organización institucional del nuevo Estado, la forma de encarar la fuerte heterogeneidad cultural de las poblaciones, y el rumbo económico que adoptaría el nuevo país. Los desafíos eran inmensos y gran parte de las ex colonias quedaron atrapadas en el círculo vicioso de unas economías muy dependientes de los avatares del mercado mundial, unos Estados frágiles y al mismo tiempo autoritarios, y la trágica politización de las diferencias culturales y religiosas.
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