FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Sobre el Interés histórico del film

El imperio insostenible

 

Una de las primeras muestras de una mirada crítica del colonialismo inglés, este film narrado con pulso clásico y de aspecto convencional revisa con inteligencia y humor asordinado una parte del proceso de descolonización del imperio británico. Su argumento desarrolla una situación de conflicto entre las fuerzas militares inglesas y un grupo rebelde dispuesto a tomar el mando de la nación sin la tutela de la metrópoli, en un lugar imaginario de África pero en el marco de una coyuntura histórica muy semejante a la de la independencia de Kenya.

Los militares británicos que defienden o se agrupan en el casino de oficiales casi como si fuera el último bastión de la era colonial, van desde el folklore imperial clásico representado por el Sargento Mayor Lauderdale -encarnado por un notable Richard Attenborough- hasta la indiferencia completa respecto de un conflicto que juzgan de otros y por el que no vale la pena mover un dedo, una perspectiva compartida por la gran mayoría de los oficiales británicos. Las visitas de una delegada de la ONU y de una parlamentaria británica agregan situaciones insólitas para la rutina militar y completan la escena de un imperio trasnochado cuyos diques de contención ideológica y simbólica han sido quebrados, y de un orden internacional estrafalario en el que nadie espera que se respeten las disposiciones conjuntas ni los acuerdos firmados.

Pero seguramente el valor más notable de este film sea el de exponer, en un tiempo aún temprano para el cine comercial y para la representación crítica del imperialismo, el punto de vista de los militares africanos sublevados en sus propios términos: se trata de sujetos autónomos dispuestos a tomar lo que les pertenece sin que les sea otorgado por la mano de un imperio cuya autoridad se exhibe en el film patética y agonizante.

Nos interesa recuperar tres aspectos de la obra que se pueden considerar con interés histórico en relación con la etapa de clausura del imperialismo a la que se refiere: la mirada que despliega sobre el imperio en retirada, la imagen del escenario histórico en el que se despliega su argumento y las formas en las que presenta su conflicto en relación con los diferentes sujetos.

 

Una caricatura viviente

El espesor dramático del film está apoyado sobre todo en la figura de ese sargento mayor al que le toca vivir en carne propia un cambio de época. Lauderdale es el núcleo de la obra y en ese carácter que Attenborough compone de manera admirable se sintetizan los elementos centrales del film y de su mirada sobre el tiempo histórico.

 

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SITUACIÓN INICIAL: LAUDERDALE HUMILLANDO A UN SOLDADO NATIVO

 

Su aspecto caricaturesco viene presentado por las burlas y las bromas de sus subalternos británicos: antes de que aparezca en escena, sabemos que el hombre sigue cultivando los antiguos ideales de la carrera militar y sosteniendo en soledad sus rituales, sus normas y lo que considera necesario para la disciplina del cuartel. Cuando entra en imágenes, lo vemos –ante la sonrisa general de los otros blancos- amonestar severamente a un nativo que osó saludarlo sin la atención debida al cruzarlo en el patio. Largos minutos dedica el oficial a recordarle al soldado el respeto inherente a las jerarquías y a someterlo a una absurda sesión de ejercicios de saludo que se prolonga de manera desmedida. Entretanto, los muchachos lo esperan en el casino trago en mano y listos para tenderle una broma sobre la que levantan apuestas.

El contraste entre el carácter férreo y tenaz de Lauderdale y la displicencia generalizada de sus colegas es un elemento clave de la composición del film y da cuenta de un evidente relajamiento de la autoridad imperial, que se exhibe en ese contexto como una reliquia del pasado. Esto se refuerza en los murmullos de los oficiales ante ciertas actitudes del sargento mayor y, especialmente, en las reiteradas escenas en las que, en voz baja, repiten las anécdotas sobre la India, Singapur u otras posesiones coloniales que Lauderdale les propina cotidianamente como una letanía. Sólo un oficial anticuado parece dispuesto a seguir sosteniendo el respeto por la autoridad europea en un tiempo y un lugar donde nadie a su alrededor, ni siquiera sus propios superiores, está dispuesto a hacer ningún esfuerzo serio por mantenerla en pie.

 

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EL GIRO: COMANDANTE INGLÉS BAJO CUSTODIA DE LOS INSUBORDINADOS

 

Pero detengámonos un poco más en ese personaje al que el film le confiere también una dignidad que trasciende sus contornos caricaturescos. Lauderdale pertenece a una generación acunada y moldeada por la era del imperio y sus imaginarios. Cuando recuerda con nostalgia su paso por la India o por Singapur lo hace de forma sentida y auténtica y, dada su mentalidad de otro tiempo, es incapaz de concebir que ese imperio otrora glorioso se esté desarmando a sí mismo en manos de sus naturales subalternos. La nostalgia por un pasado imperial dorado y la lealtad que ha construido a ese tiempo está en la base de su vocación militar y de la seriedad con la que se toma su mando. Que esa seriedad parezca cada vez más ridícula en su contexto no sólo habla de la inadecuación del personaje a la nueva época sino también de la descomposición de la autoridad imperial sobre el mundo colonial o, más ampliamente, de la creciente pérdida de legitimidad de todo imperialismo formal y de sus atributos tradicionales.

Sin embargo, y más allá de lo que corresponde al propio personaje, para la lógica del film, ese sujeto ridículo que parece extrapolado de un relato infantil de Kipling, es el pivote en torno del cual se desenvuelve la trama entera y la posibilidad de la rebelión de los sujetos subalternos. Es a Lauderdale, a su estilo, su convicción y su dignidad extemporáneos a aquello a lo que se rebelan los africanos en general y las tropas acuarteladas bajo el mando de Boniface en la guarnición, justamente porque, detrás de toda la palabrería y la concordia blanda de la moderación y el consenso, el sargento mayor gruñón y autoritario sigue siendo el que representa los intereses imperiales aunque estos se proclamen en amigable retirada política. El carácter de Lauderdale y lo que encarna en relación con el imaginario imperial, sus formas y sus resultados históricos, reclama que el poder le sea disputado y arrancado de las manos y abomina de la hipócrita independencia consensuada y administrada por los amos tanto como los africanos sublevados aunque, claro, desde posturas opuestas.

Entre el acuerdo y la rebelión

El film compone una mirada lateral pero sumamente significativa de su tiempo y de ciertas instituciones y sujetos envueltos en la cesión del poder político a las antiguas colonias y en las distintas alternativas históricas de esa transición. Desde una perspectiva centralmente británica, el núcleo de esa representación es el lugar que ocupa en el film el casino de oficiales en el que sucede la mayor parte de la acción.

Podemos considerar entonces a ese espacio de recreo viril de hombres de armas y de esparcimiento despreocupado, bien regado de whisky y de camaradería un tanto forzada, como una representación de lo que queda del imperio británico a la vuelta de la historia. Quienes lo ocupan y lo sostienen son en general militares amargados por el destino que les toca desempeñar, desgastados por la rutina y deseosos de regresar a casa. Obedecen las directivas de sus superiores y se aprestan a entrenar a sus “pares” africanos para que los sucedan en el control de la guarnición y, más en general, de las nuevas fuerzas armadas nacionales. Lo hacen como antes se habían dedicado a reprimirlos y someterlos a la autoridad imperial, sin pasión y sin voluntad, ajustándose a los nuevos tiempos. En ese marco, se resignan a enseñar el ABC de la democracia parlamentaria entre bromas y lecciones rutinarias y desconfiando profundamente de la capacidad de los otros de apropiarse de sus enseñanzas. En verdad, lo único que parece entusiasmarlos es el baile con las enfermeras del hospital regional anunciado para esa noche y reciben con cómplice regocijo la noticia de que, por la sublevación, no podrán abandonar el salón en el que se encuentran con las visitantes.

La mirada sobre la situación del imperio y sus figuras se amplía y se profundiza con la llegada de Miss Barker-Wise, una diputada que viene a supervisar la transición armoniosa que impulsa la política británica y de la que es una de las principales defensoras. Su intervención es doblemente disruptiva: se trata de una mujer orgullosa de sus ideales igualitarios y que no espera ninguna condescendencia de parte de los oficiales a cargo: quiere ver las cosas como son y se compromete con el conflicto cuando se anoticia de éste al llegar al casino. Barker-Wise ha participado, como ella argumenta con firmeza, de numerosas actividades de confraternización con los africanos en Londres y el propio Teniente Bioniface –a quien llama “Boni”- se ha alojado en su casa y es uno de sus alumnos dilectos.

 

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LA POLÍTICA DEL CONSENTIMIENTO FRACASA

 

La mujer que representa la política del entendimiento impulsada por la opinión progresista de su país se llevará una desagradable sorpresa al comprobar que su alumno dócil y complaciente se ha despertado del sueño de imperial y que está ahora dispuesto a mantenerla bajo custodia para asegurar la propia causa de la independencia. Así, toda una perspectiva de administración imperial de la independencia fracasa y se expone su sustrato paternalista y disciplinante.

Para completar el tablero mundial, una joven funcionaria de las Naciones Unidas arriba al casino acompañada de un soldado que la ha protegido de los rebeldes en el camino al cuartel. De aspecto frágil, dulce y bella, la muchacha desentona con el marco rudo y el trato rústico entre los hombres, pero rápidamente se establece que su romance con el joven soldado la quitará de en medio de cualquier conflicto o preocupación real en el curso del conflicto. Ni el parlamento británico ni la ONU tienen la más mínima noción de lo que se dirime en el momento de la independencia y de lo que las mayorías africanas están dispuestas a hacer para obtenerla, lo que pone otra vez en el centro a la figura de Lauderdale y lo que esta figura representa para quienes se le insubordinan.



Boniface, de Teniente a Coronel

Lo que permite ordenar una visión de conjunto del giro histórico y político que presenta el film es el personaje de Boniface y su actuación en el marco de la rebelión coordinada dentro de la fuerza a nivel nacional.

La insubordinación y la voluntad de la propia autonomía que representa el personaje se pueden analizar en varios niveles y en relación con otras tantas figuras del drama. En principio, con su propio superior africano, el Capitán Abraham a quien quita del medio para hacerse del control de la base desobedeciendo sus órdenes directas. Para la lógica del film, está claro que ambos representan actitudes opuestas en relación con las formas en las que debe concluir el imperio y que si Abraham es el oficial ideal para la transición dirigida, Boniface considera legítimo subordinarse a quien, con razón, considera un vasallo de los amos y de esa transición ordenada por los amos. No es menor que el único hecho de sangre en el film se produzca entre ellos y tampoco lo es que no le cueste la vida a Abraham. De este modo, el film se aparta de cualquier condena a una violencia extrema que le propondría a sus espectadores un juicio más sencillo o binario sobre ambas figuras. No hay lugar aquí para el militar bueno –obediente-y el militar malo –rebelde-, lo que hace más compleja la representación histórica del conflicto y la aparta de cualquier vinculación posible con los crímenes bárbaros que la prensa británica de la época le adjudicaba a los movimientos independentistas rebeldes –centralmente en relación con la guerrilla Mau Mau en Kenya y su actuación a lo largo de la década del cincuenta-. Es importante subrayar entonces que el film se abstiene de representar a los rebeldes como sujetos especialmente violentos o movidos sobre todo por un ánimo de venganza.

La sublevación de Boniface tiene también entre sus destinatarios a esa diputada que le enseñó sobre el “buen gobierno de las naciones” en su paso por Londres y que trata ahora de moderar su conducta y llamarlo al diálogo racional. Quizá el contenido más evidente del giro político que despliega la obra se dirima en este vínculo en el que un personaje negro rechaza la posición de inferioridad en la que el imperio se obstina en mantenerlo y le enrostra a su pretendida protectora que sus discursos sobre el consenso aburren y mienten, y que la bota inglesa no se ha quitado aún del cuerpo de los africanos. “Boni” se revela ante Barker-Wise como el Teniente Boniface, un sujeto autónomo decidido a conquistar la libertad política de su nación por sus propios medios y, sobre todo, a no seguir participando del juego de la obediencia y la sumisión que supone la actual situación histórica.

 

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SITUACIÓN FINAL: BONIFACE SUBORDINA A LAUDERDALE

 

Por tanto, la situación política real no se dirime en los ejercicios de adiestramiento militar e instrucción política, tampoco en el diálogo moderado y la contención administrada desde el imperio; el conflicto es más fundamental y se despliega, sobre todo, entre la vieja autoridad imperial sin máscaras representada por Lauderdale y la nueva autoridad nacional autónoma, que expresa el joven Teniente Boniface. La estrafalaria escaramuza militar que Lauderdale y el joven soldado Wilkes acometen juntos contra las tropas rebeldes no hace más que subrayar que ha llegado de una vez la hora de entregar el mando, no a los que seguirán obedeciendo sino a quienes son capaces de obtenerlo por sus propios medios.

No es para nada menor que, en 1964, un film británico establezca una paridad política de este tipo entre un personaje blanco que sintetiza la tradición imperial y un joven negro insubordinado dispuesto a tomar las armas contra sus dominadores. Y no lo es doblemente: en el mismo año, se producía y se estrenaba otro film inglés –Zulú, de Cy Endfield- en el que se narraba una gesta imperial del siglo XIX coronada por la victoria británica y en la que a los africanos sólo les cabía el lugar de la muerte bajo las armas de los blancos o el saludo respetuoso a sus vencedoresi.

Está claro que Cañones en Batasi no es una película que destaque por su forma o por sus innovaciones narrativas, está claro también que su estructura se apoya sobre todo en situaciones narradas por medio de los discursos y las palabras de sus protagonistas. Guillermin no rompe ninguno de los moldes de la representación convencional y se atiene a poner en escena la adaptación de la novela que da origen al film, en la que hay que buscar, evidentemente, su mayor espesor histórico. Pero este film tenía entre sus sentidos una crítica a la política imperial británica y a su liquidación más filosa y más aguda de lo que parece a primera vista y reponía en su tiempo la doble percepción de todo cuanto se había perdido para siempre y del derecho de los otros a tomarlo por su cuenta. Esto se puede advertir con claridad en la secuencia final de la obra.

La despedida que el film rinde al viejo Sargento Mayor resulta tan ceremoniosa como ambigua: después de arrojar con ira su vaso de Whisky contra el retrato de la reina –que nunca se muestra frontalmente en pantalla-, Lauderdale solloza angustiado e intenta recomponer los trozos de lo que se ha despedazado. Es inútil, no hay reparación ni continuidad posibles y el oficial debe abandonar el lugar como parte de las condiciones impuestas por el nuevo gobierno nacional y el flamante Coronel Boniface, ahora a cargo de la guarnición. En el último plano, desfila en soledad en una plaza imponente y vacía que solía regir con mano firme y altiva convicción. Su marcha, cuyos sentidos quedan bien definidos por la banda musical que lo encuadra, resulta patética; pero es preciso advertir que en ella se expresa también el último resto de dignidad del imperio agonizante.

 

i Disentimos aquí abiertamente con la lectura de Shlomo Sand (El siglo XX en pantalla, Crítica, Barcelona, 2004, págs. 448 y 449), que equipara el valor de ambos filmes y los pone en un mismo plano político en relación con el lugar que hacen a los otros, y reafirmamos lo que señalamos en el artículo dedicado a Zulú en este mismo sitio: mientras en el film de Guillermin los africanos devienen en sujetos, en el de Endfield se limitan a ser objetos sin entidad disponibles para una abyecta glorificación de la superioridad blanca.

 

 

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