FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Los intelectuales y el antifascismo

V. La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto


Frente al avance del fascismo, especialmente con el ingreso de Hitler al gobierno, la mayor parte de los intelectuales europeos se posicionaron en el campo antifascista, y en gran medida se orientaron hacia la izquierda.

Una de las cuestiones más debatidas gira en torno a las razones que impulsaron a escritores y artistas hacia la asunción de una conducta militante: ¿fue básicamente resultado de la política hábilmente desplegada por el régimen soviético para expandirse y cubrir de brillo a la idea comunista? O, por el contrario, ¿fue la definida adhesión a determinados principios y valores civilizatorios lo que condujo a gran parte de los intelectuales a comprometerse con el antifascismo, en sintonía con el marxismo?

Para algunos, por ejemplo el historiador francés François Furet, la estrategia desplegada por la URSS a través de la Internacional y determinados agentes soviéticos fue un factor clave en el desarrollo de grupos y actividades antifascistas en el campo de la cultura europea. Esta versión también fue esbozada por el escritor francés André Malraux quien, en la década de 1930, combinó su decidida actuación en el campo antifascista con su adhesión al comunismo, pero cuando en 1944 fue convocado por De Gaulle destacó el peso de las maniobras de los comunistas: “Desempeñaron [los intelectuales] un gran papel en el affaire Dreyfus. Han creído recuperar ese papel en tiempos del Frente Popular. Este se servía ya de ellos más de lo que en ellos se inspiraba. Esta utilización por parte de los comunistas fue planeada con mucha habilidad por Willy Münzenberg”. En aquellos años, la Internacional Socialista denunció a Münzenberg como “potencia oculta” de los eventos y organismos antifascistas.

Otra explicación totalmente diferente es la que propone Eric Hobsbawm. Para este historiador marxista inglés, la mayoría de los intelectuales se posicionó en el campo antifascista porque visualizó al nazismo no solo como un enemigo político sino como la fuerza que alentaba la destrucción de la civilización basada en los principios de la Ilustración, compartidos tanto por liberales como por comunistas: fe en la razón, confianza en la marcha hacia un mundo mejor. Si el antifascismo acercó los intelectuales al marxismo fue porque en la URSS percibieron la encarnación de dichos valores en contraste con la aguda crisis que corroía a las democracias liberales, pero también porque visualizaron a la Unión Soviética como el país más decidido a oponer resistencia al nazismo.

Herbert Lottman, en cambio, en su estudio sobre la rive gauche, descarta la posibilidad de pronunciarse sobre las causas del compromiso intelectual, pero subraya los desgarradores conflictos que afectaron el vínculo entre antifascismo y comunismo: en la guerra civil española, cuando los antifascistas soviéticos asesinaron a los antifascistas trostkistas y, luego, cuando el pacto germanosoviético de 1939 obligó a los comunistas a sabotear el frente antifascista que habían defendido hasta ese momento. El planteo de Hobsbawm relativiza y apenas presta atención a estas tensiones.

A lo largo de la década de 1930, los intelectuales desplegaron una serie de encuentros y crearon organismos a favor de la paz y en repudio al fascismo, dos objetivos que fue cada vez más difícil sostener en forma conjunta. La mayor parte visualizó a la URSS como el país más decidido a frenar a Hitler, especialmente a partir del impulso dado a los frentes populares desde la Internacional Comunista. Sin embargo, hubo algunos intelectuales que, en esos años, por haberlo percibido como dictatorial, o bien haber sido víctimas de ese carácter dictatorial del régimen soviético, rompieron con el estalinismo.

Entre las principales iniciativas antifascistas impulsadas por la intelectualidad de izquierda se destacan las siguientes: el Movimiento Amsterdam-Pleyel fue el nombre asignado a dos reuniones concretadas por iniciativa de Romain Rolland y Henri Barbusse; ambos escritores denunciaron la Primera Guerra Mundial y en la posguerra se comprometieron activamente con la defensa de la paz.


henri barbusse








HENRI BARBUSSE (1873-1935)












 FUE UN ESTALINISTA CONVENCIDO. EN SU ÚLTIMO LIBRO, STALINE. UN MONDE NOUVEAU VU À TRAVERS UN HOMME  (STALIN. UN NUEVO MUNDO VISTO A TRAVÉS DE UN HOMBRE), DEFINIÓ AL JEFE POLÍTICO DE LA URSS EN ESTOS TÉRMINOS:

“SU HISTORIA ES UNA SERIE DE VICTORIAS SOBRE UNA SERIE DE DIFICULTADES GIGANTESCAS. NO HAY UN SOLO AÑO DE SU CARRERA DESDE 1917 QUE NO HUBIERA BASTADO PARA HACER ILUSTRE A CUALQUIER OTRO CON LO QUE ÉL HA HECHO. ES UN HOMBRE DE HIERRO. SU NOMBRE LO RETRATA: STALIN (ACERO). ES INFLEXIBLE Y FLEXIBLE COMO EL ACERO. SU PODER ESTRIBA EN SU FORMIDABLE BUEN SENTIDO, EN LA EXTENSIÓN DE SUS CONOCIMIENTOS, EN SU ASOMBROSA CATALOGACIÓN INTERIOR, EN SU PASIÓN POR LA CLARIDAD, EN SU INEXORABLE ESPÍRITU DE SECUENCIA, EN LA RAPIDEZ, SEGURIDAD E INTENSIDAD DE SU DECISIÓN, EN SU PERPETUA OBSESIÓN POR ELEGIR A LOS HOMBRES NECESARIOS”.


Romain Rolland





ROMAIN ROLLAND (1866-1944)









SALUDÓ A OCTUBRE DE 1917 PERO NO FUE UN AMIGO INCONDICIONAL DE LA URSS, COMO BARBUSSE. EN 1927 ESCRIBIÓ SOBRE EL BOLCHEVISMO: “PORTADOR DE IDEAS ELEVADAS (O MEJOR DICHO, REPRESENTANTE DE UNA GRAN CAUSA PUES EL PENSAMIENTO NUNCA FUE SU FUERTE), EL BOLCHEVISMO SE HA (Y LO HAN) ARRUINADO POR SU SECTARISMO ESTRECHO, SU INTRANSIGENCIA INHÁBIL Y SU CULTO A LA VIOLENCIA. HA ENGENDRADO EL FASCISMO, QUE ES UN BOLCHEVISMO A LA INVERSA”. SIN EMBARGO FRENTE A LA VIOLENCIA NAZI ADHIRIÓ A LA DEFENSA DEL RÉGIMEN SOVIÉTICO.

A MEDIADOS DE 1935 VIAJÓ A MOSCÚ DONDE SE ENTREVISTÓ CON STALIN A QUIEN, EN SU LIBRO VIAJE A MOSCÚ, DESCRIBIÓ COMO UN JEFE POLÍTICO SABIO Y FIRME, DISTANTE DE LA FIGURA DEL LÍDER CARISMÁTICO QUE ARRASTRA MULTITUDES EXCITANDO LAS PASIONES COLECTIVAS.


Rolland y Barbusse organizaron el Congreso Internacional contra la Guerra y el Fascismo, que se reunió en Amsterdam en agosto de 1932 con el fin explícito de frenar la amenaza de Japón sobre la URSS. En ese momento, Tokio extendía su ocupación desde Manchuria hacia la frontera de este país. Rolland hizo un llamado anunciando que: “¡La Patria está en peligro! Nuestra Patria Internacional […] La URSS está amenazada”. Recibieron la adhesión de Albert Einstein, Heinrich Mann, John Dos Passos, Theodore Dreiser, Upton Sinclair, Bernard Shaw, H.G Wells y la esposa de Sun Yat-sen. Se constituyeron comités nacionales de apoyo en Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. La Internacional Socialista rechazó la iniciativa porque consideró que estaba dirigida por los comunistas.

En un primer momento también se sumaron los surrealistas, pero asumiendo una postura distante de Rolland y Barbusse, criticados por su “misticismo humanitario”. A fines de los años veinte, los surrealistas afiliados al Partido Comunista se comprometieron a luchar en el campo soviético si los imperialistas declaraban la guerra a Moscú, pero en la década de 1930 solo Louis Aragón se mantuvo junto a los comunistas, aceptó el giro hacia el “realismo socialista” y se erigió en el poeta estrella del comunismo. El resto de la plana mayor, André Breton, Paul Éluard y René Crevel repudiaron la ortodoxia soviética y denunciaron la política represiva del estalinismo. En el manifiesto “Hacia un arte revolucionario independiente", publicado en 1938, Breton junto con Trotsky y Rivera, apoyaron la revolución social y negaron la condición revolucionaria de la URSS: “El verdadero arte, es decir aquel que no se satisface con las variaciones sobre modelos establecidos, sino que se esfuerza por expresar las necesidades íntimas del hombre y de la humanidad actuales, no puede dejar de ser revolucionario, es decir, no puede sino aspirar a una reconstrucción completa y radical de la sociedad, aunque solo sea para liberar la creación intelectual de las cadenas que la atan y permitir a la humanidad entera elevarse a las alturas que solo genios solitarios habían alcanzado en el pasado. Al mismo tiempo, reconocemos que únicamente una revolución social puede abrir el camino a una nueva cultura. Pues si rechazamos toda la solidaridad con la casta actualmente dirigente en la URSS es, precisamente, porque a nuestro juicio no representa el comunismo, sino su más pérfido y peligroso enemigo”.

Los delegados que acudieron a Amsterdan en 1932 representaban a más de treinta mil organizaciones. Al cierre del encuentro se publicó un manifiesto en nombre de los “trabajadores intelectuales y manuales” contra la guerra y el fascismo, contra las naciones que preconizaban la guerra y por la defensa de la URSS. Más tarde los comunistas presentaron este evento como el primer ejemplo de frente único.

A principios de junio de 1933 tuvo lugar en la sala Pleyel, de París, el Congreso Antifascista Europeo que aprobó la creación del Comité de Lucha contra la Guerra y el Fascismo. La Internacional Socialista volvió a denunciar el “patronaje” comunista y no asistió. En Argelia, el escritor Albert Camus ingresaría al Partido Comunista luego de su incorporación a las filas del movimiento Amsterdam-Pleyel, que fue simultáneamente antifascista y pacifista.

La Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios (AEAR), creada en 1932 en París, negó la posibilidad de un “arte neutro” y manifestó su apoyo al régimen soviético: “La crisis, la amenaza fascista, el peligro de la guerra, el ejemplo del desarrollo cultural de las masas en la URSS frente a la regresión de la civilización occidental dan en la hora presente las condiciones objetivas favorables para el desarrollo de una acción literaria y artística proletaria y revolucionaria en Francia”. En el comité patrocinador se encontraban, entre otros: Aragon, Barbusse, Breton, Crével, Éluard, Rolland, Jean-Richard Bloch, Luis Buñuel.

El mitin de marzo de 1933 fue presidido por André Gide, una figura clave de las letras francesas, quien, aunque poco dispuesto a ingresar en la arena política, por un tiempo fue compañero de ruta de los colegas que no dudaban en prestigiar al régimen soviético brindándole su apoyo activo. Su discurso en AEAR expresó la angustia creada por el ascenso del nazismo en Alemania y también se refirió a la ausencia de libertades cívicas en la Unión Soviética, pero destacó que no eran situaciones equiparables ya que Moscú se proponía fundar una nueva sociedad. Por su parte, Malraux anunció que en caso de guerra “nos volveremos hacia el Ejército Rojo”.


Andre Gide








ANDRE GIDE (1869-1951) PREMIO NOBEL DE LITERATURA EN 1947.












EN 1933 VIAJÓ CON MALRAUX A LA ALEMANIA DE HITLER PARA ABOGAR POR LA LIBERTAD DEL LÍDER COMUNISTA GEORGE DIMITROV, ACUSADO FALSAMENTE DE HABER INCENDIADO EL REICHSTAG. A MEDIADOS DE 1936 LLEGÓ A MOSCÚ EN EL MISMO MOMENTO EN QUE MORÍA GORKI, A QUIEN IBA A VISITAR. EN NOVIEMBRE DE ESE AÑO APARECIÓ EN FRANCIA SU RETOUR DE L' URSS, QUE DENUNCIA EL RÉGIMEN ESTALINISTA. ALGUNOS DE SUS AMIGOS DE LA IZQUIERDA, POR EJEMPLO MALRAUX Y PAUL NIZAN, LE REPROCHARON HABER FAVORECIDO A LOS FASCISTAS, YA QUE ECHABA SOMBRAS SOBRE MOSCÚ EN EL MISMO MOMENTO EN QUE ESPAÑA ERA EL CAMPO DE BATALLA ENTRE FASCISTAS Y ANTIFASCISTAS. IRRITADO POR LAS CRÍTICAS ESCRIBIÓ AL AÑO SIGUIENTE RETOUCHES AL RETOUR DE L' URSS. AQUÍ SU CONCLUSIÓN ES ROTUNDA: “LA REPÚBLICA SOVIÉTICA HA TRAICIONADO NUESTRAS ESPERANZAS".fuente


Un mes después de la violenta jornada del 6 de febrero de 1934  y de la unión en las calles de los manifestantes socialistas y comunistas en París, así como también del aniquilamiento de los socialistas austríacos bajo la represión del canciller Dollfuss, y mientras en España la región de Zaragoza se veía envuelta en una oleada de huelgas, en Francia se creó el Comité de Vigilancia de los Intelectuales Antifascistas.

No obstante, la unión de las izquierdas era complicada: los dirigentes comunistas seguían empeñados en sostener la línea de clase contra clase y los socialistas se mantenían al margen de iniciativas que incluyeran la presencia de los comunistas, los militantes que apoyaron el movimiento Amsterdam-Pleyel fueron sancionados. Parecía difícil coordinar esfuerzos, apagar rencores y disipar recelos. Sin embargo, frente al ascenso del fascismo, tres intelectuales de gran prestigio: el etnólogo socialista Paul Rivet, el físico Paul Langevin, cercano a los comunistas, y el filósofo Alain (Émile–Auguste Chartier), vinculado a los radicales, consiguieron el acuerdo y nació la primera agrupación de comunistas y no comunistas por la causa común del antifascismo, sin que la condujera ningún partido. En su presentación, los impulsores del Comité de Vigilancia de los Intelectuales Antifascistas  afirmaron que estaban “Unidos por encima de toda divergencia, ante el espectáculo de los motines fascistas de París y de la resistencia popular que les ha hecho frente ella sola, declaramos a todos los trabajadores, nuestros camaradas, nuestra decisión de luchar junto a ellos para salvar de una dictadura fascista los derechos y las libertades públicas que el pueblo ha conquistado”.

La declaración fue firmada por Víctor Basch (presidente de la Liga de Derechos del Hombre), Henri Wallon, Albert Bayet, Jean Cassou, Marcel Prenant, Julien Benda, Paul Éluard. El Comité contaba con una mayoría pacificista y esto lo conduciría a su crisis cuando parte de sus miembros se inclinase a favor de la resistencia activa.

Otro factor que trajo aparejadas diferencias en el campo de los intelectuales de izquierda fue el carácter represivo del gobierno de Stalin. A pesar de los esfuerzos de los organizadores, los disidentes se hicieron oír en el Primer Congreso Internacional de Escritores reunido en París en junio de 1935, a partir de un hecho que los une: la detención de Victor Serge. Entre las voces de este grupo se escuchó la del profesor antifascista italiano Gaetano Salvemini y las de los surrealistas. Salvemini, que había abandonado Italia ante la persecución de Mussolini, reprobó el “terror en Rusia” y pidió la liberación de Serge. El poeta surrealista Éluard leyó el manifiesto firmado, entre otros, por Breton, Dalí y René Magritte, que repudiaba el pacto francosoviético porque legitimaba a la Francia burguesa y conducía a la impotencia a quienes luchaban como revolucionarios contra la clase dominante francesa. Los firmantes también denunciaron que el Congreso se “había desarrollado bajo el signo del amordazamiento sistemático”.

Al final del encuentro se aprobó la creación de una Asociación Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, dirigida por un comité internacional encargado de “luchar en su terreno propio que es la cultura, contra la guerra, el fascismo y, de manera general, contra todo lo que amenace la civilización”. Entre sus miembros figuraban cuatro escritores que habían recibido el Premio Nobel: el francés Romain Rolland, el inglés Bernard Shaw, el estadounidense Sinclair Lewis y la sueca Selma Lagerlöf (la primera mujer en recibir esta distinción).

En todos los eventos reseñados, se propuso “luchar” por la paz desde el antifascismo. Evidentemente no era sencillo dejar de lado el sentimiento de rechazo a la guerra: el pacto de Munich no fue solo la expresión de la falta de voluntad de los gobernantes. A su regreso a París, Daladier creyó que la muchedumbre que lo esperaba en el aeropuerto iba a abuchearlo a causa de las concesiones francobritánicas, pero fue aclamado. Gran parte de los intelectuales antifascistas seguían siendo antibelicistas. La escritora francesa Simone de Beauvoir, pareja de Jean Paul Sartre, escribía “¡cualquier cosa, hasta la más cruel injusticia, era mejor que una guerra!”. Cuando los nazis invadieron el territorio checo, Antoine de Saint-Exupéry reconocía la desgarradora ambigüedad frente a esta agresión: “Hemos optado por salvar la paz […] Sin duda, muchos de nosotros estaban dispuestos a arriesgar su vida por deber de amistad. Estos experimentan una especie de vergüenza. Pero si hubieran sacrificado la paz, experimentarían la misma vergüenza. Pues entonces habrían sacrificado al hombre […] Por ello, hemos oscilado de una a otra opinión”.

Hasta este momento el afán de evitar la guerra y frenar el avance del fascismo fueron de la mano, pero el fascismo siguió su expansión arrolladora: desde la ocupación de Etiopía por los italianos y el apoyo de Mussolini y Hitler a la empresa bélica de Franco en España, pasando por el Anschluss de Austria y el desmembramiento de Checoslovaquia, hasta la invasión de Polonia y la ocupación de gran parte de Europa. En el marco de la guerra ya no hubo posibilidad de ser antifascista y pacificista: o se resistía la agresión nazi o se colaboraba con ella.


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