FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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V. La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto

El escenario antifascista

A pesar de que las acciones de Hitler se correspondieron cada vez más con una ideología que conducía a la subversión radical del orden existente y los valores civilizatorios, hasta 1941 no encontró una resistencia mancomunada y eficaz. La ausencia de una alianza antifascista fue resultado de una combinación de factores: desde los intereses y posibilidades de cada Estado nacional frente a un nuevo conflicto mundial, pasando por el profundo abismo entre las democracias occidentales y el comunismo, hasta la subestimación de los fines radical y sangrientamente subversivos del nazismo. Entre las decisiones que obstaculizaron la unidad de acción se destaca el peso de la política de apaciguamiento que fue asumida decididamente por el gobierno conservador inglés, especialmente por Chamberlain a partir de 1937, y, con un mayor grado de tensiones internas, por la República francesa. Esta orientación suponía que con la restauración de las fronteras alemanas previas a Versalles serían satisfechas las aspiraciones de Hitler, sin necesidad de llegar a otra guerra. El apaciguamiento se vinculó en parte con el pacifismo. Entre amplios sectores que habían vivenciado los horrores de la Primera Guerra Mundial arraigó con fuerza el sentimiento de que la paz era un bien que debía ser defendido a ultranza.nota

Pero las decisiones de los gobiernos democráticos respondieron también a un definido rechazo del comunismo, y en consecuencia a una escasa disposición para actuar mancomunadamente con la Unión Soviética. Desde esta perspectiva, el apaciguamiento expresó una mayor desconfianza hacia el régimen bolchevique que hacia el nazismo, con la consiguiente subestimación de la naturaleza y los objetivos de este último. No obstante, a mediados años de los años treinta, una serie de iniciativas pareció conducir al estrechamiento de lazos entre las democracias y el comunismo. Por una parte, el diálogo entre París y Moscú, junto con el giro de Stalin; por otra, el viraje de la Tercera Internacional.

El ministro francés Pierre Laval, ante los temores suscitados por la política revisionista de Hitler, exploró el acercamiento hacia la Unión Soviética. En mayo de 1935 se firmó el pacto franco-soviético, que estableció la ayuda mutua en caso de agresión no provocada, pero sin que se formulasen precisiones de orden militar para llevarlo a la práctica. La presión de los sectores franceses más conservadores restó eficacia al tratado. Stalin, además, reconoció los tratados de paz de 1919, que habían sido calificados de imperialistas por los bolcheviques, y en 1934 la Unión Soviética ingresó en la Sociedad de Naciones.

La Tercera Internacional abandonó la estrecha relación propuesta en 1928 entre capitalismo, socialdemocracia y fascismo. En su VII Congreso en 1935 afirmó que el fascismo era “la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, los más chauvinistas, los más imperialistas del capital financiero”. La lucha contra la vanguardia de la contrarrevolución exigía la construcción de alianzas con las fuerzas socialistas y democráticas.fuente

Se crearon frentes populares en Francia y en España sin que los partidos comunistas tuvieran un papel protagónico, y ambos gobiernos frentistas cayeron en poco tiempo, dramáticamente en el caso español.

Después de Munich, Stalin evaluó que franceses e ingleses consentían el resurgimiento del militarismo alemán porque esperaban que su fuerza se descargase sobre la Unión Soviética. Tanteó, simultáneamente, las posibilidades de un acuerdo con los gobiernos occidentales y con la Alemania nazi. Necesitaba tiempo para fortalecer las fuerzas armadas afectadas por las purgas que habían acabado con la ejecución de una parte de los generales del Ejército Rojo. En el primer caso, Polonia objetó las condiciones para una alianza con la Unión Soviética: no quería que las tropas soviéticas ingresasen a sus territorios. Las tratativas con el gobierno nazi que hasta julio de 1939 no habían pasado la fase de sondeos poco precisos, desembocaron en la firma del pacto Ribbentrop-Mólotov, el 23 de agosto 1939. Hitler y Stalin, ambos actuaron pragmáticamente, sus profundas divergencias ideológicas quedaron subordinadas a la necesidad de que sus naciones acumularan fuerzas suficientes antes de enfrentarse ferozmente en el campo de batalla.


Firma del pacto Ribbentrop-Mólotov

 




















FIRMA DEL PACTO RIBBENTROP-MÓLOTOV. FOTO DIFUNDIDA POR LA PRENSA SOVIÉTICA. STALIN EN EL CENTRO, A SU DERECHA EL CANCILLER ALEMÁN JOACHIM VON RIBBENTROP, Y LA IZQUIERDA, EL CANCILLER SOVIÉTICO VIACHESLAV MÓLOTOV.


En el apartado público del tratado, los dos gobiernos se comprometieron a mantener una estricta neutralidad mutua si uno de ellos se viese envuelto en la guerra. En el protocolo secreto acordaron el reparto de una serie de territorios. Hitler se aseguró Lituania y la Polonia occidental, mientras que reconocía como zonas de influencia soviética a Estonia,  Letonia, Finlandia y al territorio polaco al este de los ríos Narev, Vístula y San; en el sur, Moscú ocuparía Besarabia, región de lengua rusa que había sido anexionada por Rumania durante la Revolución rusa. El acuerdo rompió el “cordón sanitario” creado en Versalles en la zona de centro Europa para impedir la expansión de los bolcheviques. Hitler pudo dar la orden de avanzar hacia Polonia sin la amenaza de que se abriera un frente militar en el este.


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