FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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V. El tercer mundo

La industrialización y el Estado interventor en el Tercer Mundo

 

Desde la crisis de 1930 hasta principios de la década de 1950, los Estados latinoamericanos y los pocos países independientes del mundo subdesarrollado estuvieron relativamente aislados de la economía mundial. Los sectores vinculados con la producción exportadora se estancaron, pero al mismo tiempo se crearon nuevas industrias para satisfacer la demanda local. En América Latina se abandonó la adhesión plena a la economía abierta para defender el nacionalismo económico, la autarquía. Cuando las colonias consiguieron su independencia también adoptaron esta fórmula.

Los partidarios del nacionalismo económico salieron fortalecidos en los países latinoamericanos con la crisis de los años treinta, y pasaron al primer plano después de la Segunda Guerra Mundial. Los cambios sociales habían sido lo suficientemente profundos para impedir una vuelta a la dependencia del mercado mundial. Pequeños y medianos empresarios, sindicalistas, profesionales, intelectuales nacionalistas, militares y obreros compartían el objetivo de la industrialización.

El Estado asumió un papel clave para hacer más rentable la producción manufacturera local. En cierta medida, gran parte de los países latinoamericanos siguieron el mismo camino que tomaron Alemania, Japón, los Estados Unidos y Canadá a fines del siglo XIX para ponerse a la altura de Gran Bretaña. Los gobiernos latinoamericanos promovieron de varias formas el crecimiento industrial. Impusieron altas barreras arancelarias para elevar el precio de los bienes importados. Manipularon las monedas para que los tipos de cambio favorecieran a los fabricantes locales: un dólar caro para las importaciones que competían con los productos nacionales y un dólar barato para los insumos que necesitaban los industriales. Generaron demanda favoreciendo a los empresarios locales en los contratos gubernamentales. Crearon empresas estatales en industrias básicas que requerían altas inversiones –acerías, plantas químicas– y en la infraestructura que permitiría abaratar costos: ferrocarriles, líneas de navegación, centrales eléctricas. fuente

Dado que la expansión de la industria estaba ligada al crecimiento del consumo nacional, los mercados internos jugaron un papel primordial en estos procesos de industrialización. Simultáneamente, las exportaciones de los sectores primarios tradicionales financiaron en gran medida el desarrollo de la industria: compraban los bienes manufacturados a precios más altos que si hubiera existido el libre cambio y vendían sus productos a los precios del mercado mundial, pero los gobiernos les sustraían parte de sus ingresos a través de impuestos.

Mediante la sustitución de importaciones –particularmente en México, la Argentina y Brasil, y en menor medida en Colombia, Perú, Chile, Uruguay, Venezuela y Costa Rica–, se alcanzaron altas tasas de crecimiento industrial. Entre 1945 y 1973, en México la producción industrial se cuadriplicó, pues la expansión de la industria estaba ligada al crecimiento del consumo nacional, y en Brasil se multiplicó por ocho. En 1973 las principales economías del continente habían alcanzado un significativo grado de industrialización y estaban altamente urbanizadas. Este proceso de modernización propició la intensificación de las expectativas de ascenso social asociadas al crecimiento urbano y la extendida alfabetización.

América Latina ofreció un camino a seguir, pero también una teoría que justificaba el nuevo rumbo y refutaba los principios del liberalismo clásico. Las nuevas ideas se gestaron en la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de las Naciones Unidas. En 1949 la CEPAL, dirigida por el economista argentino Raúl Prebisch, presentó el célebre “Informe Económico de América Latina”, que cuestionaba la teoría de las ventajas comparativas de la ortodoxia económica.

 

 

PREBISCH

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A lo largo del tiempo, como pronosticaron los técnicos de CEPAL, los precios de los bienes primarios tendían a bajar, y los de los manufacturados a subir. Para propiciar el desarrollo económico era preciso proteger y subvencionar a la industria, y por eso los gobiernos debían intervenir en favor de la industrialización. Estas ideas se impusieron –frente a las críticas de quienes anunciaban el fracaso de las industrias protegidas dado su carácter artificial y los altos costos de su radicación– porque expresaban los intereses de las coaliciones sociales que habían alcanzado mayor peso político en los países latinoamericanos y el mundo poscolonial: los industriales, las clases medias y los trabajadores. También porque los logros en términos económicos –el crecimiento del PIB, por ejemplo–, y sociales –las más altas tasas de alfabetización, entre ellos– generaron un clima de época en el que prevalecía la esperanza de seguir avanzando para dejar atrás la dependencia y la pobreza.

La sustitución de importaciones se convirtió en la modalidad dominante de la industrialización del Tercer Mundo. En Asia y Oriente Medio, y más tarde en África, las fuerzas sociales que habían impulsado las luchas por la liberación querían modificar la economía colonial que las hacía dependientes de las metrópolis. La industrialización promovida desde el Estado y basada en la expansión del mercado interno impuso su sello tanto en India como en Egipto, Marruecos e Irak, entre otros países. Este tipo de industrialización generó a la larga una nueva dependencia de la importación de insumos y maquinarias.

En algunas excolonias se promovió la industrialización sustitutiva de importaciones como una variante local del socialismo. El socialismo indio, árabe o africano era una combinación de intervencionismo estatal, democracia social y construcción nacional. Las políticas más extremas sobre protección y subvenciones a la industria se concretaron en algunos de los países menos desarrollados de Asia y África. La distancia entre América Latina y el resto del Tercer Mundo era mayor que la distancia existente entre América Latina y los países ricos. Las sociedades y las economías latinoamericanas eran más maduras, y sus Estados tenían mayor consistencia que los de los nuevos países. En la década de 1960, el panorama del Tercer Mundo parecía promisorio: la economía crecía y el nivel de vida mejoraba. No obstante, la industrialización del Tercer Mundo, además de marcados contrastes entre los países que lo integraban, tenía marcadas diferencias con la del mundo desarrollado. La industria era grande pero poco eficiente y sus costos superaban los niveles del mercado mundial. El ingreso per cápita era muy inferior al de los países industrializados. El atraso y la pobreza en el medio rural continuaron prevaleciendo. Para la mayor parte de los campesinos que emigraron, su nuevo hábitat se ubicó en la periferia de las ciudades, que crecían aceleradamente sin casi ninguno de los servicios sociales necesarios para una vida digna. A pesar del auge industrial, en la década de 1970 se hizo evidente que su necesaria profundización planteaba desafíos de muy difícil resolución y que, además, la pobreza no había disminuido.

No todos los países del Tercer Mundo siguieron esta vía. Los países donde la industria continuó desempeñando un papel marginal y la población agrícola mantuvo su peso aplastante se ubicaron entre los de menor desarrollo del mundo, entre ellos Nepal, Laos, Afganistán, Bangladesh, Burundi, Chad y Camerún. En estas economías, la explotación de ciertos productos agrícolas y materias primas fue clave para vincularse con el mercado mundial pero, por su escasa articulación con el resto de las actividades internas, fueron un enclave. En algunos países, la mayoría en el área árabe musulmana –Arabia Saudí, Irak, Irán, las monarquías árabes del Golfo– y algunos latinoamericanos, como México y Venezuela, la renta petrolera garantizó la afluencia de enormes cantidades de divisas. En algunos casos, los fondos, apropiados sin ningún control por la clase gobernante, fueron puestos al servicio de la preservación del orden tradicional, como ocurrió en Arabia Saudí; en otros países, entre ellos el reino de Irán, dieron paso a profundos y acelerados procesos de modernización.

 

 

 

 

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