FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Sobre el Interés histórico del film

 

Sinopsis

Senegal 1963. Un pobre carretero de Dakar emprende su jornada de trabajo en busca del sustento para él y los suyos, incluido el caballo. Lo hace con amargura y resignación, según nos lo cuenta su propia voz en off mientras se dirige hacia el mercado en busca de clientes. En el camino, recoge a sus pasajeros de todos los días, sabiendo que ninguno de ellos tendrá dinero para pagarle y que abultarán aún más la deuda corriente. A lo largo del día, realiza algunos viajes de rutina: el trabajo, un nacimiento y una defunción se cruzan en su jornada diaria; nada extraordinario, nada especial. Aquí y allá se topa con la miseria, la tristeza y la burocracia mientras su propia voz sigue repitiéndole sus desgracias. De pronto, un hombre bien vestido le propone un viaje a la meseta, la ciudad rica a la que los carros tienen negado el acceso. Lo convence diciéndole que tiene influencias y que nada le sucederá, lo convence mostrándole dinero en efectivo. Una vez en la ciudad, los ojos de nuestro protagonista se encuentran con el otro mundo, el de las grandes casas, las calles asfaltadas, limpias y ordenadas, la riqueza; el mundo que no le pertenece y en el que es un intruso. Un policía lo intercepta, aplica la reglamentación y le quita el carro. Quebrado, el carretero emprende a pie y con su caballo de las riendas el regreso a casa, sin dinero, sin comida, sin fe. Su mujer promete que habrá cena en la casa esa noche, deposita al bebe en su brazos y se marcha hacia la calle.

 

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UN NUEVO DÍA EN MARCHA

 

Andar en círculos

 

Notable apertura de la cinematografía del África negra, El carretero es una muestra cabal de la madurez de la conciencia histórica de su realizador, que inauguraba la mirada cinematográfica sobre su país sin condescender a las dos grandes tentaciones que acosaban a los artistas del entonces considerado tercer mundo: el tradicionalismo y la denuncia.

El primer cortometraje de Sembene desplegaba una mirada discreta y de seco tono realista a la crónica diaria de las mayorías humildes de su país recientemente librado del dominio colonial. Alejado de cualquier reivindicación de un hipotético pasado pre colonial de esplendor, el film se limita a mirar fijamente el largo día de labor de un carretero que apenas cuenta con su caballo y con su carro destartalado para intentar alimentar día a día a su mujer y a su hijo con los que habita una humildísima casa en las afueras de Dakar.

La tradición no está, sin embargo, ausente del relato de Sembene. A media jornada, nuestro protagonista se detiene un rato en la calle a escuchar a un “cuentacuentos” cantar a las glorias pasadas de sus ancestros mientras algunos paseantes se reúnen a su alrededor. El carretero disfruta de las historias y de sus evocaciones y entrega al trovador una parte de su modesta ganancia. Ha escuchado la voz de sus raíces y se ha distraído un rato de sus pesares, pero se encuentra ahora sin dinero para comer o para llevar a casa algún alimento.

 

 

null LA TRADICIÓN FUERA DE LUGAR Y MERCANTILIZADA

 

La evocación del pasado tradicional se presenta para el carretero entonces como una interrupción y una desviación inconveniente: la antigua vida de la aldea se canta en el arrabal de la ciudad desvinculada de sus ambientes y de sus raíces, como un entretenimiento pasajero por el que hay que pagar con dinero. El lugar de la tradición se encuentra entonces fuertemente interrogado en el film de Sembene que parece señalar con fuerza la necesidad de concentrarse en un presente cuyos problemas son grandes y profundos y requieren soluciones urgentes que no surgirán de la invocación de la presunta grandeza y la dignidad de otros tiempos. La ruptura histórica provocada por la colonización aparece entonces evidente e irreparable, la apelación a una África pre colonial no tiene sentido ni objeto en la coyuntura de una nación reciente que debe lidiar con las múltiples herencias del colonialismo. El carretero no encuentra en ese pasado evocado ninguna solución, ninguna inspiración, ninguna idea de acción que le permita enfrentarse individual o colectivamente a los males de la hora de otras maneras; en cambio, busca en aquel pasado una imagen idealizada de pasado que de alguna forma compensa y equilibra simbólicamente el presente histórico y lo consuela brevemente de sus desgracias actuales.

Si el film se aparta con claridad de cualquier intención nostálgica, es quizá más notable aún cómo evita caer en la denuncia plana del colonialismo europeo como la razón única y excluyente de su presente. Repongamos su situación histórica una vez más: Sembene acometía la realización del primer film poscolonial realizado en la región francófona del continente, a sólo tres años de la emancipación oficial de su país del estado francés –que se presenta en reiterados planos de un obelisco que conmemora la fecha-. Puesto a contar una pequeña historia de la crónica diaria tomaba una decisión trascendental: no incluir en su film a un solo protagonista europeo o siquiera blanco. Esta ausencia es doblemente significativa: por un lado, daba cuenta de la clara intención del autor de llamar la atención sobre su actualidad, Senegal hoy: un presente sin dominación política o militar extranjera y en el que las burocracias foráneas se han retirado definitivamente; por otro, procuraba explorar los sentidos históricos de esa retirada de maneras indirectas, no en las típicas acciones de la dominación, sino en las estructuras de poder legadas por el orden colonial y extendidas profundamente en la vida social y en las mentalidades de los propios colonizados.

 

null  TÉTRICO VIAJE AL CEMENTERIO

 

 

Tres instancias del largo día del carretero del film nos permiten explorar las preocupaciones de Sembene y las formas en las que las presenta en el espacio que se abre entre la conciencia de su protagonista y la mirada, ciertamente más amplia y ambigua, que el film nos ofrece sobre los hechos.

En primer lugar, el viaje al cementerio para trasladar a un hombre que lleva a enterrar a su hijo, un niño pequeño cuyo cuerpo va envuelto en una mortaja. El carretero acepta el encargo con toda naturalidad y conduce a pie su carro a manera de humilde cortejo fúnebre en compañía de su cliente. En las puertas del cementerio el hombre es detenido por un empleado que le exige un documento que, por ser extranjero, es indispensable para el trámite de ingreso del cadáver. El carretero asiste inmutable a la conversación, escucha las razones del burócrata sin intervenir, baja el cuerpo del bebe y lo deposita en el suelo junto a la puerta y se aleja con su carro sin ofrecer ninguna muestra de solidaridad o de consuelo para con el padre. La escena despliega varias dimensiones dignas de una segunda mirada: en un país nuevo, apenas organizado como estado soberano, la burocracia más rancia y rutinaria se encuentra firmemente enraizada en las costumbres y las mentalidades corrientes. Más allá de que el director la registra con suma discreción –o tal vez, justamente por ello-, la situación resulta tremendamente violenta y nadie alrededor, salvo el padre abatido, demuestra la más mínima reacción o sensibilidad ante las circunstancias. El empleado se comporta de una manera mecánica e indiferente y el carretero le da la espalda a su cliente desentendiéndose de cualquier forma de colaborar con él o de proponer alternativas al autoritarismo burocrático. Esta indiferencia no resulta menor, dado que el propio carretero sufrirá en breve en carne propia las consecuencias de la aplicación mecánica de unas reglas construidas por burocracias invisibles que se presentan en el film, una y otra vez, como inapelables y fuera de todo cuestionamiento para los sujetos.

Tras el episodio en el cementerio, el protagonista resulta tentado a infligir una de esas reglas y llevar a un cliente a la ciudad blanca, que se divisa lejana y alta en el horizonte. El hombre le muestra unos billetes y lo convence de llevarlo y el director nos lleva a nosotros antes, mostrándonos amplias panorámicas de ese otro mundo blanco y ordenado, bellamente arbolado y surcado por vehículos modernos en calles anchas y de prolijo trazado. Sembene sustituye aquí la música nativa por una pieza clásica europea que nos introduce a un universo suave y armonioso en el que el chirrido constante de las ruedas del carro adelanta que la suerte del carretero está echada, no hay comunión posible entre una música y otra: el hombre negro y su carro están allí fuera de lugar. Detenido por un agente, también negro, el carretero resulta multado y privado de su carro, mientras el cliente se aleja rápidamente del lugar para no quedar comprometido, como poco antes había hecho el propio carretero con su cliente a las puertas del cementerio. Rumbo a casa a pie con su caballo, preocupado por el día y el carro perdido, el protagonista vuelve a contarse a si mismo todas sus desgracias, de las que culpa a sus propios semejantes: el cliente que lo llevó a la ciudad y lo abandonó, o el hombre que lo llevó al cementerio donde se encontró con ese cliente…

 

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 IMÁGENES COTIDIANAS: UNOS PADECEN LA LEY Y LOS OTROS HUYEN

 

Como al principio del día, el carretero ve en los otros de su misma condición la razón principal de sus males, al tiempo que naturaliza la estructura social y las reglas de funcionamiento del mundo en el que cada mañana para él empieza un nuevo día desde cero.

Ya en casa, sin dinero, sin carro y sin comida, el protagonista asiste a una reacción de su mujer que el film presenta como un final corriente de la crónica diaria: el sostén básico del hogar depende del sacrificio personal de Fatou que debe prostituirse para alimentar a su familia. El día no ha dejado nada de provecho para nuestros protagonistas y ateniéndose a la mentalidad y a las acciones del carretero no hay forma de imaginar siquiera la salida de ese círculo de pobreza y amargura que concluye muy frecuentemente en la violenta humillación de la mujer.

Así, Sembene no encuentra nada que destacar como color local en la miseria diaria y tampoco muestra una figura vertical concreta a la que echarle la culpa por el orden de las cosas. Mira; y en su mirada, que es y no es la de su protagonista – el uso de la voz en off habla a las claras de un cierto distanciamiento del director respecto de su personaje- se percibe una realidad inmóvil, jerarquizada y violenta, en la que los propios senegaleses ocupan ahora los espacios del poder y de la represión. Se insinúa, con el solo subrayado de la escena final, el lugar socialmente subsidiario y económicamente fundamental de la mujer. Ninguneada y esclavizada, pero auténtica sostén del hogar y de la familia.

 

nullMUNDOS QUE SE EXCLUYEN  

 

Pero no todo es distanciamiento o contemplación crítica. Hay en El carretero un momento especial en el que la mirada del director se confunde con la de su protagonista: la entrada en la ciudad blanca, la admiración y la envidia que promueven el paisaje urbano y el orden arquitectónico, la claridad de un día que parece otro, de un sol que parece otro, de un mundo hecho para los otros. Sembene sabe que la desigualdad es la madre de todas las injusticias, incluso la de los propios prejuicios de su carretero, quien sigue culpando a sus semejantes de sus desgracias. Si los blancos han creado este mundo desigual, miserable y violento, su presencia ya no resulta necesaria para que siga funcionando en su orden cotidiano y en las mentalidades de sus criaturas marginadas.

 

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