FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Da… da… arte es otra cosa





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DOS CARTELES DEL ANTIGUO CABARET VOLTAIRE

 

 

 

 

 

 

           “El pensamiento nace en la boca”, dijeron los dadaístas mientras masticaban la pluralidad de sus lenguas, y recitaban y vociferaban o superponían idiomas en la Zurich de 1916. Como se ve, los tiempos de la Primera Guerra Mundial se habían poblado de ruidos y se habían quedado sin habla. La gestualidad y el balbuceo son los signos vitales que apuran a los artistas a decir “da... da..." y a que todo quede allí. Están inaugurando el siglo de las paradojas: para que dure, debe ser fugaz.

            Y lo fue. Durante apenas cinco meses del año 1916 permaneció abierto el célebre Cabaret Voltaire, donde un puñadito de artistas dio vida a un movimiento que marcaría la huella artística futura: el dadaísmo. Enumerar a sus integrantes supondría un antojo de la historia cultural, porque sus nombres propios resbalan en las manos de un arte que se disuelve. Se diría que sus mismas calidades resultaron evanescentes, fugaces, perentorias. Pero mucho más que eso: en el pequeño recinto donde se congregaban cada noche unas cincuenta personas, los dadaístas instrumentaron casi sin saberlo lo que heredaríamos como un giro intransitivo para el arte de nuestro tiempo: cualquiera puede ser artista; cualquier individuo que se lo proponga puede hacer arte. A partir de las licencias y arbitrariedades que instalarían para siempre (relativicemos adrede este alcance, que nos sobrepasa, pero no dejemos de utilizarlo) en la escena cultural, será posible en adelante revertir los esquemas tradicionales y formularse una pregunta clave que democratizará las formas: ¿Por qué no?

            “Ne passera plus”, “Nunca morirá”, han escrito sobre uno de los muros de la casona suiza donde Hugo Ball, dramaturgo y poeta alemán, y su mujer Emma Hennings, cantante, más Hans Arp, escultor y poeta alsaciano, el creador de textos Tristan Tzara, el pintor Marcel Janco y el talentoso Richard Huelsenbeck, poeta y estudiante de medicina, fundaron el club nocturno que modificaría el rumbo creativo del siglo. ¿Cuáles fueron sus preceptos, qué bagaje técnico desarrollaron? Ninguno, nada. A diferencia del cubismo o del mismo surrealismo, los dadaístas lo hicieron todo sin nada. Sus preocupaciones no recalaban en la obra de arte como tal, no hay atención por el color como en el impresionismo notao la mirada puesta en la forma del cubismo, ninguna edificación artística previa. El tema único y aglutinante fue el arte; y las convenciones estéticas que Ball y Huelsenbeck encontraban en las tradiciones resultaban deudoras de las convenciones sociales que habían generado la guerra y sus masacres. Cómplice a su manera, el arte había sostenido la noción de que el mundo no era tan malo, y en esos términos hacía las veces de una “válvula de seguridad moral” que balanceaba sus fantasías, reconvirtiendo las atrocidades en bonitas imágenes. Ahora había que destruirlo. Ningún otro deber para por fin cambiar el mundo. El significado ha de ser creado a partir de cualquier cosa, de lo que haya a mano. Y no importa en qué termine. Quizás sea una oportunidad para desentrañar el ritmo de la realidad.

           Ni el simbolismo de los poetas franceses, ni el tecnológico futurismo de la poesía italiana, ni el expresionismo alemán que tanto aportará a la literatura y a la pintura consiguieron prescindir de dos impulsos que se hermanan en estos movimientos estéticos: el afán programático y el deseo de perdurabilidad, de proyección, la cosecha posterior de fieles y verdades. Nada de eso ató a los integrantes del Cabaret Voltaire. Aquel arte comodín de un estado de cosas que había propiciado la guerra y el asesinato de millones de personas… ha muerto. ¿Cuándo? Ahora, ya, lo declaramos extinto y que en paz no descanse. Las reservas estéticas que garantizaban la existencia de un basamento artístico, el volumen de supuestos donde reconocer la aparición de una nueva obra serán dejados de lado. El dadaísmo transformó el arte en procedimiento personal y modificó el rumbo de las cosas, como décadas más tarde hará el punk con la sobrecarga sinfónica y las cuerdas y teclados que encajonaban al rock en una música de sofisticación desbordada. Alrededor de 1977 el grito enfurecido de Johnny Rotten con sus Sex Pistols desmoronará la escena rockera de su época, y no necesitará mucho más que su voluntad para hacerlo; la ineptitud y simpleza de la banda revitalizarán por fin una escena que había caído en melindres inviables. ¿Cómo y con qué lo lograron? Con nada. La nada como factor estético. O mejor, como metaforización del despojamiento y del deseo radicalizado. Antes que el mercado, la nada, pensarían los punks; antes que la tradición –y la guerra, y la muerte-, la nada de los dadaístas.

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MONALISA DE MARCEL DUCHAMP (1919)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

            El legado parece asomar en el procedimiento. El artista decide, en un acto voluntario e irresponsable, con independencia de la ética y de la estética, qué es arte. Es lícito pensar que los manuales confunden a Marcel Duchamp con el mote de dadaísta; sin embargo, nadie como él compartió con el grupo de Zurich la necesidad de distinguir el surgimiento del arte a partir de un acto volitivo. La creación de los ready made (algo así como “ya hecho”, objetos industriales que el artista encuentra y casi sin intervenirlos los declara arte, y les da título) es menos un soporte que una resolución, y allí, en ese posicionamiento irreductible, de alcances insospechados para la época, se produce un salto de calidad que coloca al arte en un lugar obvio e inverosímil, solamente porque el artista se decidió. Un mingitorio convertido en fuente, una Monalisa intervenida por un bigote extemporáneo y pertinente a la vez, una rueda de bicicleta ¿son arte? Por supuesto. (Tan arte que fracasamos siempre describiéndolo, como ocurre en este caso). Y este gesto avanza de manera inédita sobre los cimientos del consenso social acerca de los estatutos y cánones artísticos. Porque de aquí en más el procedimiento, cuya previsibilidad y lógica han volado por los aires, habilitará otra perspectiva, que es preferible plantear mediante una pregunta: ¿Es el artista el que le dice a la comunidad lo que es arte? ¿O al revés, es la comunidad la que le propone y transmite lo que es arte al artista?

 

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