FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

ISBN 957 950 34 0658 8

Usted está aquí: Inicio Carpeta 2 La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto V. La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto

V. La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto

El nazismo y la guerra


Las decisiones del Führer tuvieron una incidencia clave en el desencadenamiento de la guerra europea. Los historiadores aún discuten las razones de la política exterior del nazismo. ¿Fue la voluntad de Hitler –puesta al servicio de sus fines ideológicos– el motor central?; o, por el contrario, ¿fueron los factores estructurales (la dinámica caótica y radicalizada del régimen nazi, o bien los intereses del gran capital, o la necesidad de canalizar el descontento social interno) los que imprimieron su sello y condicionaron las acciones del caudillo nazi?

Desde su ingreso a la escena política Hitler planteó algunas ideas extremas: el racismo, la búsqueda de espacio vital para Alemania y la liquidación del comunismo. La raza aria y especialmente sus hombres más sanos y fuertes debían eliminar a los inferiores para tener asegurada su supervivencia. La propuesta del nazismo se diferenciaba de la política exterior revisionista de los conservadores porque no aceptaba que la recuperación de las fronteras de 1914 fuese suficiente para garantizar la seguridad alemana y asegurar su desarrollo. Era preciso que todos los alemanes fueran miembros de la nación alemana, que a través de la guerra con la URSS se asegurara el “espacio vital” requerido para imponer la hegemonía de su vigorosa raza sobre el continente europeo. Sin embargo, las dos metas inmediatas: crear unas fuerzas armadas poderosas y anexionar al Reich los territorios habitados por población germana, coincidían con la política revisionista y de gran potencia seguida hasta entonces. Cuando Hitler llegó al gobierno, el conservador Von Neurath continuó al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores. Solo a través del proceso de radicalización del régimen nazi se fueron precisando las diferencias. Hasta el Anschluss, en1938, todos los triunfos de la política exterior de Hitler se correspondían con los objetivos de los sectores poderosos del Reich. Si bien Hitler jugó un papel protagónico –en cada una de las acciones, él decidió el momento oportuno y dio la orden de actuar–, contó con un vigoroso respaldo en todos los sectores de la elite política y sus incruentos éxitos iniciales le ganaron el apoyo de la población, poco dispuesta, en principio, a sufrir otra guerra.

En 1938, el debilitamiento de la protección italiana como consecuencia del conflicto etíope y el poderío creciente del Tercer Reich ofrecieron condiciones propicias para avanzar sobre Austria. Después de Versalles, el corazón del imperio de los Habsburgos quedó reducido a una pequeña república con graves problemas económicos y políticos y con un profundo resentimiento por la pérdida de territorios. La unión con Alemania contó con un destacado apoyo entre los austríacos, pero fue prohibida por los vencedores. La ascensión de Hitler acentuó las divisiones en el interior de Austria entre socialistas, católico-conservadores y pangermanistas, y solo estos últimos siguieron reclamando la unión. En 1934 Hitler, que no había dado su aprobación a la medida de fuerza, dispuso –ante la reacción del Duce– que se diera marcha atrás en la empresa. Cuatro años después, desde Berlín se presionó al gobierno encabezado por el socialcristano Kurt von Schuschnigg para que el dirigente nazi Arthur Seyss-Inquart fuese nombrado ministro del Interior, cargo que aseguraba el control de la policía y un amplio margen de acción a los nazis. Entre los más interesados en concretar la anexión estuvieron Neurath, ministro de Relaciones Exteriores; los directores del Plan Cuatrienal, los directivos de las industrias siderúrgicas que lanzaban miradas envidiosas a los yacimientos de mineral de hierro y otras fuentes de materias primas, y Göring, que ejerció la mayor presión. Finalmente el canciller austríaco, ante la amenaza de una invasión alemana, renunció a su cargo, que quedó en manos de Seyss-Inquart. Aunque Hitler solo tenía previsto la unión federal de Alemania y Austria, ante el júbilo con que fue recibido por amplios sectores de la población austríaca resolvió la incorporación de ese país al Tercer Reich. Con la exitosa anexión de Austria el líder nazi confirmó que podía contar con Mussolini y que el gobierno británico no se encontraba dispuesto a luchar.

El próximo objetivo fue Checoslovaquia. Este Estado nacional, creado en Versalles, incluía diferentes comunidades nacionales en tensión con los checos, a cargo de la administración central del país. Entre ellas estaban los 3 millones de alemanes de la región de los Sudetes, que reclamaban mayor autonomía a través del partido Alemán-Sudete, encabezado por Konrad Henlein. Su campaña de agitación contra el gobierno central y los disturbios en esta región hicieron temer a los principales dirigentes europeos que el conflicto fuera imparable y derivara en una guerra europea, en caso de una intervención militar alemana. Checoslovaquia había firmado acuerdos defensivos con Francia. No obstante, en setiembre de 1938, Hitler, Mussolini y los primeros ministros de Gran Bretaña, Neville Chamberlain, y de Francia, Eduard Daladier, se reunieron en la ciudad alemana de Munich y resolvieron que los checos debían entregar los Sudetes a Alemania y atender las reivindicaciones territoriales planteadas por Polonia y por Hungría. A cambio, las grandes potencias se comprometían a garantizar la existencia del Estado checoslovaco en el resto del territorio. Nadie reaccionó cuando las tropas alemanas ocuparon Praga en marzo de 1939, y el Estado checoslovaco desapareció.


El saludo entre Mussolini y Chamberlain

 








EL SALUDO ENTRE MUSSOLINI Y CHAMBERLAIN EN MUNICH











EL PRESIDENTE CHECOSLOVACO EDUARD BENES NO FUE INVITADO A MUNICH, Y POCO DESPUÉS DEJÓ SU CARGO PARA MARCHARSE A LONDRES


VOLVER A Hacia la guerra     IR A  El escenario antifscista

Acciones de Documento