FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Testimonios recogidos por Svetlana Aleksiévich sobre la perestroika, Gorbachov y Yeltsin.

II. El derrumbe del bloque soviético

 

 “Anna Ilinichna

Ahora ya nadie hace colas para comprar azúcar o jabón. Ni hace falta talones de racionamiento para conseguir abrigo.

¡A mí Gorbachov me enamoró desde el primer momento! Ahora es moneda común maldecirlo: Traicionó la URSS, ¡Vendió el país por una pizza! Pero yo recuerdo muy bien la conmoción el estupor que nos produjo su aparición. ¡La conmoción que significó! Por fin teníamos un líder mundial, ¡que no nos hacía sentir vergüenza ajena! (…)

Gorbachov tenía más poder que cualquiera de los zares de antaño, un poder absoluto. Pero en cuanto ocupó el puesto de secretario general pronunció aquella frase que se hizo célebre: “No podemos seguir viviendo así”. Y en ese mismo momento el país se transformó en un inmenso foro de debate. (…)

Y antes del congreso hubo comicios para elegir diputados. ¡Las primeras elecciones libres que conocimos! ¡Las primeras elecciones de verdad! En mi barrio se presentaron dos candidaturas: competían cierto funcionario del Partido y un joven demócrata, profesor universitario. (Este último) ganó las elecciones! (…) Después llegaron las transmisiones en directo del Congreso, y estábamos encantados: resultó que los diputados se expresaban aún con mayor franqueza que nosotros en las cocinas (…) Todos estábamos pegados a los televisores, no podíamos apartarnos, como drogadictos. (…)

Una vida desconocida se abría ante nosotros (…) Nos parecía estar en el umbral del reino de la libertad.

Y no obstante, las cosas no hacían más que empeorar. Muy pronto no hubo nada que comprar, aparte de libros. Lo único que había en los escaparates de las tiendas eran libros. (…)

“Y cuando se anunció por fin que los golpistas (en 1991) habían sido arrestados, la gente se abrazó sin parar. ¡Estábamos tan felices! ¡Habíamos ganado1 ¡Habíamos sabido defender nuestra libertad”.

 

“Margarita Pogrebítskaia, médica, 57 años

“De Lenin andan diciendo que era un desertor alemán y que la fue obra de una pandilla de desertores y de marineros borrachos. (…) ¡Me niego a oírlas! (…) Viví toda mi vida segura de que había nacido en el país más hermoso del mundo. (…)

“Esto es demasiado para mí. Todo el mundo se ha apeado del tren que nos conducía a toda prisa hacia el socialismo para subirse al tren que los lleve al capitalismo a velocidad de bólido. (…) Me felicité por la aparición de Gorbachov, aunque no le ahorré críticas (…) fue como todos nosotros, un soñador. Un hombre que creía en las utopías. (…) Ya Yeltsin fue otra cosa. (…) En lugar de hablarnos de un futuro brillante, nos decían “Enriqueceos, adorad al dinero…Postraos ante ese monstruo” (…)

Ni me convencerán de que un héroe es aquel que compró una casa en un lugar y la vendió después más cara en otro para ganarse tres kopeks”.

Podría preguntarme sobre “las detenciones nocturnas, los secuestros que se producían noche tras noche. La gente que desaparecía sin más (…)¡No lo recuerdo en absoluto! En cambio recuerdo muy bien las lilas en flor (…) Los cegadores desfiles de los atletas y cómo eb la Plaza Roja, formaban con sus propios cuerpos y empuñando ramilletes de flores dos nombres: Lenin y Stalin. (…)

Papá tomó parte en la Revolución…Pero en 1937 fue víctima de la ola represiva…Por suerte no permaneció preso mucho tiempo (…) Pero ya no pudo recuperar la condición de miembro del Partido (…) En la cárcel le rompieron todos los dientes y la cabeza. Y ni eso consiguió que papá dejara de sentirse un comunista más”.

 

El golpe de 1991 y la resistencia

“Yo era estudiante en la Universidad (…)

Nunca me había sentido orgullosa de mi país hasta que vi a la gente enfrentándose a los tanques. Antes se habían producido los sucesos de Vilnius, Riga, Tiflis (…) La gente que salió a las calles de Moscú se había pasado la vida encerrada en las cocinas de sus casas para quejarse del Gobierno. (…) Me sentí orgullosa de Yeltsin cuando lo vi encaramado a un carro de combate. “Ese es mi presidente” me dije (…)

 

“Yo soy ingeniero (…)

A primera de la mañana escuché en las noticias que Gorbachov abandonaba el poder debido a una grave enfermedad. (…) Telefoneé a mis amigos. Todos se mostraron favorables a Yeltsin y contrarios a la junta militar. ¡Había que marchar a defender a Yeltsin! (…) Corrían rumores de que nos atacarían con gas lacrimógeno y de que había francotiradores apostados en los tejados. Recuerdo que se nos acercó una mujer que llevaba un jersey cubierto de condecoraciones. “¿A quién habéis venido a defender aquí? ¿A los capitalistas?”, nos espetó (replicamos que estábamos defendiendo la libertad). “Pues yo luche por el poder soviético, por el poder obrero y campesino. Y no por este país de bazares y cooperativas. Ay si me dieran un fusil automático ahora, ya veríais lo que es bueno”.

Todo pendía de un hilo. Se olía la sangre. No recuerdo que aquello fuera una fiesta precisamente”.

 

“Yo soy un patriota

(…) Somos una generación de cobardes y traidores (Nuestros hijos dirán) “Nuestros padres vendieron un gran país por un puñado de tejanos, cigarrillos Marlboro y unos chicles”. Hemos sido incapaces de preservar la URSS, nuestra patria. (…) Me pregunto que nos hicieron a los soviéticos, cómo consiguieron taparnos los ojos para que echáramos a correr como bólidos hacia el jodido paraíso capitalista. (…) Entregamos un país a cambio de unos coches y unos trapos. (…) Con nuestras propias manos echamos por tierra la URSS. Soñábamos con que nos abrieran aquí un McDonald’s para comer hamburguesas calentitas, con comprarnos Mercedes y reproductores de video y con que vendieran películas pornográficas en cada quiosco.

Rusia necesita una mano fuerte que la sujete. Un puño de hierro. (…) ¡Al gran Stalin! ¡Viva Stalin!”.

 

La desintegración de la URSS

“Yo soy comunista

Y apoyé el estado de emergencia, es decir, apoyé a la URSS. Y si apoyé sin reservas a la comisión estatal fue porque me gustaba vivir en un imperio. Ancho es mi país natal como dice la canción. En 1989 hice un viaje de trabajo a Vilnius (Lituania). La víspera del viaje, el ingeniero jefe de la fábrica, que acababa de volver de allí, me hizo llamar y me advirtió: No te dirijas a nadie en ruso. En las tiendas no te venden ni cerillas como se te ocurra pedirlas en ruso (…) ¿Qué diablos estaba ocurriendo? Y ten cuidado en el comedor de la fábrica, porque pueden intentar envenenarte. Ahora te consideran un ocupante, ¿lo entiendes? Pero yo tenía grabado aquello de la amistad de los pueblos, etc. Lo de que todos los pueblos soviéticos éramos hermanos.”

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