FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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El milagro alemán y la decadencia británica

III. Los años dorados en el capitalismo central


Alemania compartió con Italia la destacada gravitación de la Democracia Cristiana en el poder. Pero las diferencias fueron significativas: el partido alemán logró una mayor cohesión interna, sus gobiernos fueron mucho más estables, menos dependientes de las alianzas con otras fuerzas; además, compitió con la socialdemocracia sin obstaculizar su llegada al gobierno concretada en la década de 1960. El dirigente indiscutido de los demócratas cristianos, Konrad Adenauer, fue el jefe de gobierno durante catorce años (1949-1963).


KONRAD ADENAUER




KONRAD ADENAUER (1876-1967), A LA IZQUIERDA, Y EL MINISTRO DE ECONOMÍA, LUDWIG ERHARD.








EL CRECIENTE PESO DEL CARGO DE CANCILLER Y EL ESTILO AUTORITARIO DE ADENAUER LLEVARON A ACUÑAR LA FRASE “DEMOCRACIA DEL CANCILLER”


La presencia, en la segunda posguerra, de la Democracia Cristiana como partido gobernante fue un dato novedoso. Ya habían existido partidos confesionales, tales como el Zentrum alemán, el Partido Popular austríaco y el Partido Católico belga, pero en general representaban intereses conservadores y eclesiásticos. La Democracia Cristiana se constituyó como una formación más compleja, más o menos abierta a las alianzas con otros partidos y a favor de reformas económicas y sociales significativas. Recogió el apoyo de varias clases sociales, incluidos sectores de la clase trabajadora. En su seno coexistían un ala conservadora y otra radical, integrada por sindicalistas católicos.

A pesar de la gran debilidad de su producción industrial en 1948 era la mitad de la de 1936, en poco tiempo Alemania Federal logró un notable crecimiento. Entre 1950 y 1964 el PNB se multiplicó por tres, el mayor avance de los países europeos, aunque no tan rápido como el de Japón. La veloz recuperación económica combinó el alto grado de concentración del capital, el dirigismo estatal y la notable productividad de la fuerza de trabajo. En cierto sentido, la Alemania de posguerra contó con los recursos generados por la política de los nazis. Muchos de los directivos y planificadores que ocuparon puestos importantes en empresas y cargos de gobierno habían iniciado su carrera bajo el mandato de Hitler, e introdujeron las prácticas de planificación impulsadas por los burócratas nazis.

Bajo la presión de la competencia del exterior, especialmente del Mercado Común, la industria atravesó desde los años 60 un proceso de concentración cada vez más intenso. En la siderurgia los cuatro grupos más importantes: Thyssen, Krupp, Hoescht y Mannesmann aportaron las tres cuartas partes del total de la producción; la química se desarrolló sobre tres grandes grupos empresariales: Basf, Hoescht y Bayer.

Esta concentración posibilitaba la adopción de políticas concertadas. Tanto las empresas afectadas en su rentabilidad (carbón, acero) como aquellas en crecimiento (química, electrónica) llegaron a importantes acuerdos para programar sus inversiones. La banca también favorecía la planificación económica, en virtud de su destacada presencia como accionista de las grandes empresas.

El Estado asumió una destacada gravitación en la escena económica: en los años sesenta controlaba alrededor del 40 % de la minería del hierro y el carbón, el 62 % de las empresas de electricidad, el 72 % de la industria del aluminio, el 60 % de todos los institutos de crédito, y el Banco Federal. Tuvo además un destacado papel en la planificación, especialmente a través de los programas de crédito destinados a reanimar determinados sectores considerados claves. En el plano monetario y presupuestario fue fiel, hasta los años sesenta, a los principios ortodoxos: evitar el déficit y controlar el circulante en pos del control de la inflación.

La rápida reconstrucción de Alemania se concretó en un contexto signado por la expansión económica de la mayor parte de los países europeos. La economía europea recibió el impulso de un inmenso mercado, en el que se destacaba la fuerte presencia de la demanda derivada de la enorme destrucción de bienes provocada por la guerra. En 1950 se sumó la gran expansión industrial impulsada por la guerra de Corea. La economía alemana ganó un destacado papel en el mercado internacional; ya en 1959 sus exportaciones representaban el 9,6 % del comercio de exportación mundial, ocupando el segundo lugar luego de EE.UU. El resto de los países europeos constituían su principal mercado de exportación e importación, casi los dos tercios en ambos casos.

Los productos alemanes técnicamente avanzados fueron muy valorados y en consecuencia vendidos en función de su calidad y no de su precio. Otro de los pilares de este “milagro” consistió en la presencia conjunta de un creciente rendimiento hombre-hora y un insignificante movimiento en los costos de salarios por unidad de producción. Entre las razones de este resultado tuvo un peso destacado la gran disponibilidad de la mano de obra de bajo costo proporcionada en primer lugar por los millones de alemanes refugiados. Pero a partir de 1954, el Ministro de Economía alemán negoció con el gobierno de Italia la admisión de entre 100.000 y 200.000 trabajadores de ese país. A partir de 1959 las empresas alemanas afrontaron una falta grave de trabajadores y el Ministro de Trabajo firmó acuerdos de contratación de trabajadores con los gobiernos de Grecia, España, Turquía, Portugal, Marruecos, Túnez y Yugoslavia.

En la década de 1960, los fabricantes de coches alemanes tenían una reputación de calidad de ingeniería que hizo posible que empresas como Mercedes Benz y BMW vendieran cada vez coches más caros en el mercado nacional y en el extranjero.

Las nuevas instituciones de la República de Bonn aspiraban a superar las tendencias centrífugas del fragmentado sistema multipartidario de la República de Weimar, y a impedir las recurrentes rotaciones ministeriales. Desde el momento en que el sistema electoral solo concedió representación a los partidos que obtuvieran por lo menos el 5 % de los votos, propiciaba un sistema basado en grandes partidos. El primer Bundestang lo formaron siete partidos; al elegido en 1957 lo integraron cuatro, y en el de 1961 estuvieron representados tres: la Unión Demócrata Cristiana aliada con la Unión Social Cristiana Bávara (CDU/CSU), el Partido Demócrata Libre ((FDP) y la Socialdemocracia (SPD). El Partido Demócrata Libre (FDP) operó como tercera fuerza clave para posibilitar la constitución de gobiernos con mayoría propia, ya sea vía la alianza con los demócratas cristianos en 1961 o con los socialdemócratas en 1969.

El éxito electoral del Partido Demócrata Cristiano fue bastante impresionante: mien- tras en 1949 la CDU/CSU recibía un 31 % de los votos, en 1953 ganaba un 45.2 % y en 1957 un 50,2 %. En los mismos años, el SPD experimentó un aumento más bien modesto, desde un 29,2 % en 1949 a un 31.8 % en 1957. El Partido Comunista fue disuelto por el Tribunal Constitucional Federal en 1956; se adujo que la Ley Básica excluía de la política alemana a los partidos políticos que pudieran poner en peligro la existencia de la República. En los comicios de 1946 el comunismo había obtenido 1.360.000 votos y en 1953 descendió a 600.000.

La gravitación política de la Democracia Cristiana tuvo su contrapartida en el plano social en la declinación de los definidos alineamientos ideológicos y en la toma de distancia respecto de las bondades de las transformaciones radicales, para privilegiar, en cambio, los desafíos de la reconstrucción económica. Si este apaciguamiento del debate ideológico tendió a favorecer a un partido más pragmático y moderado como el Demócrata Cristiano, el advenimiento de la Guerra Fría fue especialmente pernicioso para la socialdemocracia. A pesar del rechazo del bloque soviético expresado por los dirigentes socialdemócratas, estos aún aparecían comprometidos con el socialismo y adherían al marxismo como su principal marco teórico. Todo ello era usado permanentemente por Adenauer en pos de persuadir al pueblo alemán de que no había una diferencia sustancial entre socialismo v comunismo: “todo marxismo conduce finalmente a Moscú”.

Mientras los democratacristianos consolidaban su influencia sobre un electorado más amplio y aparecían como un partido de todo el pueblo, los socialdemócratas se presentaban comprometidos básicamente con los sectores obreros.

Adenauer se concentró en la política exterior para fomentar la alianza con Estados Unidos y el acercamiento a Francia. En el primer caso logró la creación de un nuevo ejército alemán integrado en la OTAN (1954); y en el segundo, la decisiva participación alemana en la Comunidad Económica Europea (1959).

Entre 1946 y 1952 la vida del SPD se desarrolló alrededor de la personalidad de Kurt Schumacher, quien había pasado los últimos doce años de su vida en prisión. Schumacher pensaba que la democracia alemana, o llegaba a ser socialista, o dejaría de existir. Reafirmó las principales ideas marxistas que inspiraban el programa del partido, pero de un modo más secular y marcando las diferencias con el comunismo. No dudó en señalar que el comunismo de Alemania Oriental era una forma degenerada de marxismo. Después de su muerte en 1952, y especialmente tras la derrota electoral de 1953, el partido decidió emprender cambios de fondo. El paso definitivo se dio en Bad Godesberg a fines de 1959, con la aprobación de un nuevo programa; hubo solo 16 votos negativos sobre un total de 340. Ya no se trataba de construir una sociedad sin clases: ahora se pretendía humanizar el capitalismo y reformar el Estado.

El programa era básicamente una declaración general de principios éticos. Definía al SPD como una “comunidad de hombres que sustentan diferentes ideas y creencias. Su acuerdo se basa en los principios morales y metas políticas que tienen en común”. Rechazaba un camino único hacia una sociedad más justa y afirmaba que en Europa el socialismo democrático se enraizaba en la ética cristiana, el humanismo y la filosofía clásica. Los objetivos económicos del programa se establecieron en forma bastante general: el deseo de una “prosperidad siempre creciente y de una justa participación de todos en el producto de la economía, una vida libre sin explotación y sin dependencias indignas”. El programa reconoció que “la libre competencia e iniciativa empresarial son importantes elementos de una política económica socialdemócrata”. El SPD abandonó el marxismo como un todo y finalmente llegó a reconocerse a sí mismo como lo que siempre había sido en su práctica: un partido socialista, democrático y a favor de la reforma. Casi sesenta años después de la condena del “revisionismo”, el Programa de Bad Godesberg vino de alguna manera a confirmar los planteos de Edward Bernstein.

La socialdemocracia llegó al gobierno en los años sesenta como resultado, en parte, de su viraje, y en gran medida en virtud del agotamiento de la política de Adenauer basada en la preservación de las jerarquías tradicionales y el autoritarismo en las relaciones sociales. Las modificaciones en el plano interno y externo propiciaban la revisión de las fórmulas de la Democracia Cristiana en un doble sentido: la normalización de las relaciones con Europa Oriental y la apertura a la colaboración con el movimiento obrero para afianzar la integración y la estabilidad social.

Los liberales tuvieron un papel destacado en el cambio del elenco gobernante. En las elecciones generales de septiembre de 1961, la CDU no logró la mayoría absoluta y debió aliarse con los liberales que objetaban la continuidad de Adenauer al frente del gobierno. En 1963 Adenauer dejó el cargo de canciller en manos del ministro de Economía Ludwig Erhard, y este, tres años más tarde, lo traspasó a Georg Kiesinger.


GEORG KIESINGER








GEORG KIESINGER (1904-1988).









EN 1940 SE AFILIÓ AL PARTIDO NACIONAL SOCIALISTA.


 Kiesinger formó un gobierno de “gran coalición” que integró a los socialdemócratas con el fin de de aunar fuerzas ante la crisis económica en curso, la primera tras veinte años de crecimiento ininterrumpido. Willy Brandt, el dirigente máximo de los socialdemócratas, se puso al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores.

En las elecciones de 1969 la socialdemocracia superó en dos escaños a los demócratas cristianos y Brandt encabezó el nuevo gobierno con el apoyo de los liberales. Cabe destacar que la Democracia Cristiana siguió siendo el partido más votado: obtuvo el 46,1 % de los votos frente al 42,7 % de la socialdemocracia.

En el período social-liberal creció la inversión del gobierno en la política social. Las partidas asignadas a salud, vivienda, pensiones, educación aumentaron más deprisa que el total del gasto público, y representaron el 60 % de este. Se incluyeron también medidas destinadas a propiciar la democratización de la organización industrial a través de una mayor participación de los trabajadores en las decisiones de las empresas.

Uno de los objetivos del gobierno socialdemócrata fue el de avanzar hacia un relación más amistosa y fluida con los países del bloque soviético, en especial con Alemania oriental: la llamada Ostpolitik.


willy brandt





WILLY BRANDT (IZQUIERDA) Y WILLI STOPH PRESIDENTE DEL CONSEJO DE MINISTROS DE LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA ALEMANA 








PRIMER ENCUENTRO ENTRE LÍDERES DE LAS DOS ALEMANIAS EN ERFURT, ALEMANIA ORIENTAL, EN 1970


El giro aprobado en Bad Godesberg fue criticado por los sectores más jóvenes del partido. La Unión de Estudiantes Socialistas manifestó que el nuevo programa significaba abandonar las aspiraciones de la izquierda. La agrupación, expulsada del partido, formó la Oposición Extraparlamentaria, que reivindicó el pensamiento de Rosa Luxemburgo y de la Escuela de Frankfurt, especialmente el de Herbert Marcuse, y alcanzó su mayor expansión en el marco de las rebeliones de 1968.


EL MATRIMONIO DE MARÍA BRAUN








EL MATRIMONIO DE MARÍA BRAUN (1978)









PELÍCULA QUE PLASMA UNA DURA IMAGEN DE LA REPÚBLICA FEDERAL DE POSGUERRA REALIZADA POR EL DIRECTOR RAINER W. FASSBINDER. PARA LOS JÓVENES CRÍTICOS, ALEMANIA OCCIDENTAL ARRASTRABA LOS VIEJOS DEFECTOS ALEMANES: LA OBSESIÓN POR LA PROSPERIDAD, EL DESINTERÉS POR LA POLÍTICA Y EL OLVIDO COLECTIVO DE SU PASADO.


En el caso de Gran Bretaña, conservadores y laboristas se alternaron en el ejercicio del gobierno sin que ninguno lograra quebrar el círculo vicioso de una economía estancada, según el cual las recesiones eran seguidas por expansiones alentadas por el gasto público, que se reducía abruptamente cuando se desencadenaba la inflación. O sea, los gobiernos oscilaban entre el incremento del gasto y las medidas recesivas sin lograr un crecimiento basado en inversiones productivas de largo aliento.

Existió un acuerdo tácito entre líderes conservadores y laboristas para gobernar dentro de un marco común en la política exterior y la doméstica. Ambos partidos, durante la guerra, habían formado un gobierno de coalición, con Attlee y Churchill al frente. En el plano interno, este consenso incluyó la aplicación de políticas keynesianas en el manejo de la demanda para garantizar pleno empleo, junto con un plan de seguridad social muy amplio. En el escenario internacional, la preservación de una “esfera de influencia” (la comunidad británica, el área esterlina y las excolonias), dentro de la cual Gran Bretaña podía tener privilegios comerciales y de inversión que le garantizaban alimentos y materias primas a bajo costo, y una salida para el capital inversionista británico. La economía británica vivió su último tramo de relativa prosperidad en los años cincuenta, en parte debido al avance imparable de la economía alemana y del resto de los países europeos que arrastraba tras ella, pero debido también a factores y decisiones internas.

En 1951 Gran Bretaña aún era un importante centro de producción industrial, cuyo volumen era equivalente al de Francia y Alemania combinadas. Sin embargo, crecía más lentamente que esas otras economías y estaba afectada por dos graves problemas interrelacionados: el déficit de su balanza de pagos y la cada vez menor productividad de su industria. Los problemas de su balanza de pagos remitían en parte a las deudas acumuladas durante la guerra; a eso se sumaron los enormes gastos en defensa en virtud de su decidido acompañamiento a las empresas militares de Estados Unidos, por ejemplo la aceptación del rearme masivo para la guerra de Corea, donde Inglaterra no tenía ningún interés estratégico. El déficit también fue engendrado por la pérdida de mercados durante el conflicto mundial: las exportaciones redujeron su volumen en dos tercios. El descenso de los ingresos obtenidos a través de la exportación, de los beneficios provenientes de las inversiones en el extranjero, de los fletes y de los créditos tuvo una destacada incidencia en los indicadores negativos de la balanza de pagos.

En la inmediata posguerra Londres volvió a contar con el acceso privilegiado a los mercados de su imperio y la Commonwealth, pero a medida que se vio obligado a competir con otros países europeos se puso evidencia su problema mayor: el retraso de su producción industrial. En 1973, por ejemplo, la industria del automóvil británica producía 5,1 vehículo por empleado y día frente a los 6,8 de Francia e Italia y los 7,3 de Alemania. La industria textil, la minería, los astilleros, la siderurgia necesitaban una restructuración, pero la dirigencia industrial no reaccionó frente al retraso tecnológico y la pérdida de mercados y se acomodó a la baja inversión sin arriesgar en la búsqueda de nuevos productos y mercados. Los gobiernos británicos, a pesar de que desde 1945 el Estado nacionalizó amplios sectores de la economía, no se embarcaron en ningún plan estratégico, como hiciera Francia a través de la inversión pública y una planificación consistente. La que fuera la primera potencia industrial había perdido la pujanza y la capacidad productiva necesarias para competir con éxito en el mercado internacional.

A mediados de los años sesenta, el gobierno del laborista Harold Wilson identificó a los sindicatos como responsables del fracaso de la racionalización de la economía. Intentó controlarlos con una legislación antihuelga a la que se opuso todo un sector del partido. Muchos analistas también suscriben este juicio. Otros investigadores, aunque reconocen el escaso grado de colaboración del movimiento sindical con los gobiernos laboristas, destacan como trabas el carácter del Estado y la primacía del capital financiero, gestados al calor de la construcción del Imperio británico. Desde esta perspectiva, la exitosa expansión imperialista del siglo XIX confirió una posición privilegiada a una elite atada a la lógica comercial y financiera del Imperio y, en consecuencia, escaso margen para dar curso a la necesaria reestructuración del capitalismo británico.

La producción industrial era escasamente competitiva en el comercio exterior, y al mismo tiempo la libra se mantuvo sobrevaluada para preservar su condición de moneda clave en los intercambios del mercado mundial. Esto hacía difícil que Londres vendiera lo suficiente en el extranjero para cubrir su alta demanda de alimentos y materias primas básicas. Esta vulnerabilidad había sido salvada durante largo tiempo a través del acceso privilegiado a los mercados de la Commonwealth y de su Imperio, pero en la posguerra este se desmoronaba al calor de las luchas en pos de la descolonización.

Para no devaluar la libra, en 1964 se aceptó un préstamo norteamericano que iba asociado a la imposición de medidas recesivas: crédito alto y reducción del gasto público, con la consiguiente caída de la demanda. No obstante, en 1967 se impuso la devaluación en virtud de una nueva crisis de la balanza de pagos. La apuesta a favor de la libra significó sacrificar la inversión y el crecimiento industrial.


HAROLD WILSON







HAROLD WILSON (1916-1995)









FUE PRIMER MINISTRO EN LA SEGUNDA MITAD DE LOS AÑOS SESENTA. PERDIÓ LAS ELECCIONES DE 1970 FRENTE AL CONSERVADOR EDWARD HEATH. EN 1974 VOLVIÓ A GANAR, AUNQUE POR UN MARGEN TAN ESTRECHO QUE, INCAPAZ DE GOBERNAR EN COALICIÓN CON LOS LIBERALES, VOLVIÓ A CONVOCAR A ELECCIONES EN EL MISMO AÑO Y LOGRÓ UNA MAYORÍA MÁS HOLGADA, QUE LE PERMITIRÍA GOBERNAR DESDE 1974 A 1976. TUVO QUE AFRONTAR EL AGRAVAMIENTO DE LA SITUACIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL EN EL MARCO DE LA CRISIS INTERNACIONAL DE 1973. EN 1976 DIMITIÓ.


En contraste con el entramado de relaciones en que actuó la socialdemocracia sueca, las relaciones laborales en Gran Bretaña estuvieron signadas por un alto grado de conflictividad. En gran medida debido a las deficiencias que aquejaban al sector industrial y minero, que derivaron en un bajo nivel de inversiones y la ampliación del desempleo. En parte, también, a raíz de la debilidad del vínculo entre el laborismo y el movimiento sindical, que obstaculizó la elaboración de propuestas conjuntas para contribuir a la reforma de la trama productiva en un sentido más eficiente.

A principios de la década de 1960 la República Federal era el puntal de la prosperidad europea; en cambio, Gran Bretaña era un país rezagado con una tasa de crecimiento de 2,6 % anual, muy alejada de la del resto de Europa occidental.


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