FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Usted está aquí: Inicio Carpeta 3 LITERATURA Desde el margen: subjetividades en la contracultura Introducción

Introducción

 

 

Luego de la Segunda Guerra Mundial, promediando los años cincuenta, la expansión económica se empezó a sentir en los países desarrollados. En los países centrales, donde la bonanza económica repercutió más rápidamente, el arte supo develar que detrás de las luces del glamour y el boom del consumismo existían tensiones negativas. Durante los años dorados, parte de la literatura cumplió la función de incomodar, tanto recordando el horror de la guerra, como advirtiendo sobre el costado salvaje que connotaba al capitalismo.

Como respuesta al vacío y a la mascarada que acompañaban al boom económico, muchos artistas se comprometieron con formas de vida alternativas a las establecidas. En un contexto en que se intensificaba la importancia de las biografías para la recepción de los textos, Günter Grass confesó en una entrevista que su objetivo era “ser capaz de usar el lenguaje como escondite”, desnudando la necesidad de manejar la oposición entre la exposición y el ocultamiento del yo.

El énfasis en esta tensión, asumida por los autores seleccionados, se hizo cargo de los problemas que traía aparejado asumir la individualidad reivindicada por la literatura del período, al mismo tiempo que ésta se correspondía con el carácter también individualista del capitalismo que ellos criticaban. Todos los textos que revisaremos están narrados en primera persona y es en esa forma, que sostiene la tensión entre las categorías de autor, narrador y personaje, donde se juega gran parte de la apuesta de la literatura en un contexto de bonanza económica, ya que se logra así sustraer el sujeto de la lógica de explotación del sistema dominante.

Los textos que revisaremos, en su mayoría de modalidad realista, exploran los márgenes de la sociedad, las vidas de los bordes, de los “hombres infames”, al decir de Michel Foucault. Los vínculos con la locura de muchos de estos personajes advierten sobre el vacío imposible de llenar con los objetos que promete el capitalismo. Consideran que el precio de la sociedad de consumo es ocultar el dolor y por eso se la perciben como una farsa. La importancia dada al silencio, a lo no dicho, a lo que no puede ser contabilizado y ni siquiera nombrado, pone en evidencia a esas conciencias que se asientan en los umbrales a la espera de encontrar allí algún rastro de sentido.

En los años cincuenta surgió en Estados Unidos un grupo de artistas que se encargó de señalar, desde los márgenes, las fisuras del sistema. Conocidos como la Beat Generation, entre ellos había autores de la talla de Jack Kerouac, Allen Ginsberg y William Burroughs. Estos escritores revolucionaron la vida académica de la época y lograron suscitar en los jóvenes gran interés. Con varios puntos de contacto con las vanguardias de principios de siglo, estos artistas sostenían que la violencia era la estrategia principal del arte para despabilar e impresionar al público, provocándole un shock. Aullido, poema largo de Allen Ginsberg publicado en 1956, provocó un gran escándalo, lo que le valió a su autor un juicio por obscenidad. En los límites de lo inteligible, el poema es, como lo indica el título, un grito desgarrador. Mediante imágenes yuxtapuestas, da cuenta de algo que está en descomposición en la ciudad y en las conciencias.

Jack Kerouak escribió una serie de novelas retratando los grupos de jóvenes de los que formaba parte y sus propias experiencias. Los elementos autobiográficos, sobre todo las historias de viajes interurbanos que practicaban, determinaron la forma de composición de En el camino, su obra cumbre. Su temática que ya se adivina desde el título, da cuenta también de la forma de producción: entrecortada, fragmentaria y fugaz que se puede practicar desde la ruta en un rollo de papel. En Los vagabundos del Dharma, siempre en primera persona, retoma específicamente este tópico del viaje iniciático.

 

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JACK KEROUAC Y ALLEN GINSBERG

 

William Burroughs, por su parte, escribió en el marco de la generación beat sus primeras producciones y mantuvo con Ginsberg una intensa correspondencia recogida en un libro titulado Las cartas de la ayahuasca. La experimentación con drogas fue para los beatniks una de las herramientas para lograr una forma de percepción no ordinaria de la realidad. Interesado en la interfase hombre-máquina, los devenires animales y las experiencias de subjetivación a través de sustancias psicotrópicas, avanzó en la experimentación formal con el lenguaje al que pretendía destruir. Exploró en profundidad la oscuridad de la ciencia y los nuevos métodos de comunicación en relatos muchas veces cercanos a la ciencia ficción. En sus obras revisa el papel del intelectual, el escritor y el científico. Las mismas esgrimen un llamado a la acción contra el virus del lenguaje, especialmente en su ensayo La revolución electrónica de 1970. Este texto también ofrece estrategias prácticas para la revuelta social a partir de la utilización de tecnología. Su trabajo fue llevado al cine en repetidas oportunidades por cineastas como Francis Coppola, Rainer Werner Fassbinder, David Cronenberg y Gus Van Sant.

Si bien la mayor parte del grupo se formó en un principio en San Francisco, luego muchos se mudaron y escogieron vidas itinerantes. Huyendo permanentemente de una sociedad que, desde su percepción, los condenaba a obedecer reglas con las que no estaban de acuerdo, estos jóvenes viajaban sin dinero y cuando lo tenían lo gastaban en el primer bar. Aprobaban la conducta del derroche. Muchos de los miembros de la generación beat tenían una orientación anarquista, antipolítica, porque desconfiaban de toda institución.

Su búsqueda de la autenticidad no solo tuvo que ver con el “conócete a ti mismo” del oráculo de Delfos, sino sobre todo con una filosofía práctica. En otras palabras, sus formas de vida debían ser coherentes con las ideas que las sustentaban. Otorgando valor a la experiencia presente, prefirieron vivir al margen de los mandatos sociales, rechazando el trabajo y la familia tradicional. Observaban en la forma de vida occidental una gran hipocresía que se debía a que no se daba lugar al autoexamen.

Desde fines de los 50, los medios masivos de comunicación se ocuparon de estereotipar y desprestigiar a este grupo de artistas. El término beatniks, con que más tarde se popularizó el grupo en el mundo de habla hispana, fue en un principio acuñado de manera despectiva. Los diarios los tildaron de delincuentes y pervertidos y Hollywood filmó varias películas que los estigmatiza como violentos.

También durante los años dorados, pero en soledad, Jerome Salinger, el autor de El guardián entre el centeno, logró convertirse en un clásico de la rebeldía juvenil contra el sistema norteamericano. Salinger se dedicó a hacer patente la tristeza que produjo la guerra, en medio del auge de la producción en masa y las supuestas garantías de confort que prometía la civilización. Salinger problematizó doblemente la figura de autor: desde la literatura, desligándose de sus textos ­-ya que uno de sus personajes funciona como autor de toda la obra- y desde su forma de vida, manteniéndose en un halo de misterio total.

Mientras Salinger optaba por el secreto, a Truman Capote, otro autor norteamericano que comenzó a publicar en la década del cincuenta, le gustaba asistir a fiestas y ser conocido en sociedad Luego transformaba estas experiencias en material literario. Ambos advierten sobre la distinción entre autor y narrador que en principio parece sencilla y tajante pero que sin embargo se descubre compleja.

 

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TRUMAN CAPOTE BAILANDO CON MARILYN MONROE, A QUIEN LE DEDICA VARIOS ESCRITOS.

 

También en la década del sesenta, surgieron en el Harlem, barrio de la periferia neoyorquina, plumas que denunciaron la injusticia al ritmo sincopado del blues y del jazz. Herederos del famoso Harlem Renaissance de los años veinte, un grupo de escritores vuelve a llamar la atención sobre la actividad literaria de este suburbio del norte de Manhattan.

En su poema “Notas para un discurso”, Amiri Baraka interpeló el significado de la identidad afroamericana llamando a África “el lugar extranjero”.nota. Allí, el espacio se divide y se funde, entre África y América, y también lo hace la muerte, entre la propia y la ajena. Artista y militante, fue poeta, narrador y dramaturgo y también líder de organizaciones políticas. Además, fundó y condujo la importante escuela de teatro Black Arts Repertory en el Harlem.

 

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AMIRI BARAKA EN 1972, EN UNA CONVENCIÓN POLÍTICA

 

Entre otros escritores del Harlem de esa época podemos citar también a James Baldwin y a Sonia Sánchez. Sánchez formó parte del Black Arts Movement, creado por Baraka luego de la muerte de Malcolm X (momento en que también se convirtió al Islamy cambió su nombre). Este movimiento acompañó la lucha política del Black Power contra el racismo imperante. Baldwin, al igual que Richard Wright unos años atrás, huyó a Francia por sentirse perseguido en la “tierra de la libertad”.

Amiri Baraka y varios de estos artistas se reunieron en 1967 en la Segunda Conferencia de Escritores Negros en la Universidad de Nashville, evento al que también asistió Gwendolyn Brooks, escritora oriunda de Chicago. Su libro Annie Allen publicado en 1950, fue galardonado con el Pulitzer de literatura. En 1959 escribió el famoso poema “Nosotros somos geniales”, con la ironía y la violencia propias de saber que solo hay una chance para impactar. notaEste sería publicado un año después en su tercer poemario Los comedores de frijoles.

En este período, en Europa occidental con el aporte de figuras como Jean Paul Sartre y Theodor Adorno, estaba en plena discusión el estatuto del escritor en tanto intelectual comprometido. El período de posguerra vio desarrollar grandes dosis de nihilismo a los mejores exponentes de la literatura del siglo, como el irlandés Samuel Beckett o el rumano Paul Celan, que la emprendieron contra toda manifestación de sentido.

A fines de los cuarenta, apareció en Alemania un grupo de artistas que necesitó enfrentar a su país con el pasado un cercano pero sin embargo innombrable. Conocido como Grupo del 47, esta generación se enfrentó a la tarea de refundar la literatura y a la vez a la lengua alemana, que habían sido utilizadas para realizar un genocidio. En la línea de la famosa frase de Adorno sobre la imposibilidad de escribir poesía después de Auschwitz, Heinz Fischer, respecto del alemán, sostiene que la actitud del escritor frente a la lengua ya no podía ser la misma porque esta había servido al nazismo.

En el Grupodel 47 confluyeron artistas de distintas extracciones políticas; en 1951 se incorporó Heinrich Böll y en 1955 Günter Grass. Con el tiempo, ambos serían galardonados con el Premio Nobel de Literatura. A este movimiento, que extiende su influencia hasta los años 70, también se consideran cercanos nombres de la talla de Paul Celan y Hans Magnus Enzensberger.

 

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