Sobre el Interés histórico del film
¿Milagro en Milán?
Pasado, presente y porvenir se anudan con claridad meridiana en este film extraordinario de Ermanno Olmi en el que se registra un momento histórico crucial para una biografía individual y para una sociedad en transición entre la posguerra y el crecimiento económico de los “años dorados”. Mirando de frente y alrededor de Doménico, ese muchacho dulce e intimidado que está a punto de formar parte del ejército de oficinistas de Milán, el director inscribe en su relato las experiencias y las expectativas de dos generaciones que empezarían a distanciarse entre sí a lo largo de la década y que se enfrentarían en torno de los sentidos del bienestar que habían traído los nuevos tiempos. Temprano aún para anotar las grandes grietas generacionales que se abrirían con mayor claridad en la segunda parte de la década, Il posto desplegaba discretamente, sin embargo, una mirada amplia y rigurosa sobre los cambios históricos que atravesaba el país; y si la capacidad de Olmi para inscribir e iluminar la historicidad de su presente resulta notable y elocuente, la dimensión crítica de esta obra se percibe con mayor claridad aún en relación con lo que interrogaba sobre su futuro próximo, el de Doménico y el de sus semejantes, claro, pero también el de un tiempo de cambios estructurales presentados bajo los rostros múltiples del progreso.
Nos detendremos en ciertas instancias del film para indagar en ellas, en su forma y en los múltiples detalles que el director ofrece en el relato, procurando desentrañar ciertos elementos que sitúan la obra en su tiempo y, a la vez, hacen de ella una pieza notable para pensar históricamente a su alrededor y a través de ella.
El día del examen
Doménico Cantoni despierta en el catre tendido en la sala de la casa familiar. La modestia y la estrechez, no sólo espacial, están a la vista. El mayor de los dos hijos varones no tiene habitación propia y ocupa un rincón incómodo del hogar, al alcance de todos los movimientos de los otros. No es un día cualquiera, y aunque Doménico intente prolongar su infancia en las peleas inofensivas con su hermano Franco, la madre le recuerda pronto que es el día de su gran examen, ese que le “puede ganar un empleo para toda la vida” y sobre el que sus padres depositan expectativas firmes y precisas, visiblemente más importantes que las del propio muchacho.
AMANECER DE FUTURO OFICINISTA
Un par de escenas en la calle le bastan a Olmi para situar el barrio popular en el que viven los Cantoni y la incipiente construcción de edificaciones que parecen atentar contra el perfil aún bajo del trazado suburbano. Doménico se dirige a la estación de Meda a por el tren que lo lleve a Milán a rendir ese examen del que depende su futuro y en cada plano el film anota algún detalle significativo sobre su mirada, su ánimo y también sobre la vida social en derredor. Ciertamente, el nivel de detalles significativos que despliega Il posto torna imposible un análisis minucioso que nos llevaría a detenernos cuadro por cuadro, pero es preciso advertir que el film instala muy pronto y definitivamente para su desarrollo un tipo de mirada histórica especial en la que caben tanto la sensibilidad de su protagonista como las circunstancias inmediatamente próximas de sus experiencias cotidianas y las que permiten pensar más ampliamente la proyección histórica de la obra: Olmi trabaja permanentemente en varios niveles de sentido justamente porque su film presenta varios objetos de interés sin perder nunca de vista que se organiza a partir de una experiencia individual. En parte, esto se expresa en un tratamiento notable del espacio a lo largo de toda la obra, tanto en el uso de la profundidad de campo como en ciertos planos íntimos o generales, el director calibra lo que es de los sujetos, lo que es del entorno y lo que pertenece, más ampliamente, al tiempo en el que se desarrolla la historia y que el film permite percibir tanto en sus continuidades como en sus novedades.
Veamos si no la llegada de Doménico a la compañía: un plano en contrapicado desde el punto de vista del muchacho nos muestra ese edificio enorme y moderno que amedrenta aún más al protagonista y que lo sitúa en una evidente inferioridad no sólo geométrica sino también social –recordemos que Doménico viene del extrarradio-; otro plano corto nos muestra el rostro del chico intimidado por esa postal futurista que se yergue ante sí y, por último, el brevísimo intercambio con el portero de la compañía registra y confirma su pequeñez y la de los cuerpos en general en relación con ese espacio que para alguien de su condición social parece extraído de un film de ciencia ficción. El cierre del trayecto es formidable por el contraste que establece entre la cama de Doménico plantada en medio de la cocina-comedor de su casa y el espacio de la empresa que lo espera para examinar su capacidad como posible futuro empleado. Esa distancia entre el sujeto y la corporación está en la base de la profundidad del film, no como referencia esquemática, sino como relación en movimiento, como tensión y como conflicto y se verifica una y otra vez en la entidad de los espacios que el film presenta con austera precisión.
Ya en la espera del examen, el protagonista entra en una habitación pequeña en la que se reúnen todos los aspirantes: hombres y mujeres de todas las edades e incluso una madre sobreprotectora que acompaña a su hijo adolescente y aprovecha para renovar los contactos con las autoridades que lo podrán hacer ingresar. Doménico se distrae mirando a una de las chicas con la que se reencontrará a la hora del almuerzo, pero la espera es tensa y los murmullos dan cuenta de la inquietud y de las expectativas comunes de la gente que necesita acceder al empleo. La sencillez de la prueba demuestra que en la compañía hay lugares para muchos de ellos y que no es necesaria una calificación especial para acceder a los empleos comunes que requiere la administración de la corporación; aún así, no todos los aspirantes pueden superar el examen.
EJERCICIOS PARA UN RECLUTAMIENTO
Por la tarde, el ritual del ingreso se completa con un examen físico elemental y una entrevista somera tomados a las apuradas, mecánicamente, sin mayor oficio ni entusiasmo; más que la dificultad intelectual o física, el día que Doménico y los otros aspirantes pasan en la compañía supone para ellos el sometimiento a una cierta disciplina que recuerda, sin tanto rigor, a la de la escolaridad o a la de la conscripción: son examinados en general para una rutina básica que la mayor parte de la gente puede desempeñar y que les será necesario desempeñar a lo largo de sus vidas, no es aquí la individualidad lo que importa, sino, justamente, la generalidad capaz de funcionar normalmente, sin sobresalir.
Una compañía
El mandato de sus padres es lo que impulsa a Doménico a la evaluación y al intento de ingresar en la empresa, pero lo que sostiene su deseo desde ese primer día es el encuentro casual con Antonioetta, una aspirante de su edad que reencuentra en el almuerzo en la ciudad mientras hacen tiempo para volver a los exámenes. En unos pocos minutos el film da cuenta de la felicidad fugaz de ese encuentro, de lo que une circunstancialmente a la pareja y, también, de lo que podría separarlos.
Paseando por las veredas de una ciudad que se mueve a ritmo febril y en la que se desarrollan construcciones gigantescas que asombran las miradas de los jóvenes, Doménico y Antonietta se conocen, dialogan, intercambian impresiones y preguntas sobre la instancia que les toca compartir y sobre lo que esperan para el futuro. Más desenvuelta y práctica que el chico de pueblo que acaba de conocer, Antonietta lleva la iniciativa de la charla y sostiene el paseo más allá de lo habitual una vez que salen de la empresa. La sensibilidad con la que Olmi narra los momentos breves, cálidos y ligeramente graciosos que comparten los chicos recoge la situación novedosa en la que se encuentran ambos de diferentes maneras, el abismo entre sus experiencias de adolescentes y ese paso hacia la vida adulta que están por acometer y el deseo y los temores compartidos por lo que no saben bien cómo funciona, pero ven a su alrededor que debe ser imitado.
La escena en el café, cálida, tierna, delicada, da cuenta de la inexperiencia de ambos, de la alegría por la complicidad que encuentran en el otro y del deseo de entrar en un mundo que les resulta todavía lejano e inalcanzable. Olmi filma como si esa situación menor fuera el momento más importante del film y lo atesora con un cariño que desborda la pantalla, capturando con insólita ternura la singularidad de sus personajes y de sus circunstancias. Pero aloja también en ella una escena social y cultural que los trasciende y que da cuenta de las experiencias de muchos y muchas jóvenes que, como ellos, salían del hogar paterno rumbo al empleo en una gran ciudad cumpliendo el deber que la familia les había asignado e integrándose a la vida económica por la vía de la necesidad antes que por la del propio deseo.
DOS INGRESANTES: ESCENAS DE UN ENCUENTRO FUGAZ
Doménico llega a su casa por la noche cantando una canzonetta de amor que desborda su atracción por la chica, distraído y un poco aturdido por las emociones de un día con tantas novedades, se subió a un tren fuera de servicio y perdió mucho tiempo en el viaje de vuelta. Cuando vuelva a la empresa, ya no lo hará sólo por cumplir con los deberes impuestos, tendrá también sus propios deseos puestos en la relación con Antonietta.
La compañía
Y al volver, todo será como se había esperado y también será diferente. Doménico acude nuevamente al cuarto en el que se pasa lista a los ingresantes y se reencuentra allí brevemente con Antonietta, que convoca discretamente a un Doménico todavía torpe en el trato con ella y hace lugar a la conversación en la que vuelven a surgir las ilusiones y los temores por el futuro. Incorporados ambos, Doménico es trasladado al edificio auxiliar a la espera de que se produzca una vacante en la sección administrativa.
La escena en la que se le comunica que pasará un tiempo como cadete de correspondencia sitúa varios elementos de interés en relación con su ingreso en el mundo del trabajo en una gran corporación con tan sólo 18 años: un director lo recibe durante unos minutos mientras se ocupa de leer y firmar varios documentos; su secretaria, una mujer mayor, se deshace en sonrisas y gestos significativos hacia ese chico que podría ser su nieto y que le produce una inmediata empatía. El hombre del otro lado del escritorio le habla a Doménico sin dirigirle una sola mirada, le formula un par de preguntas de rutina, le imparte dos o tres máximas de ocasión y lo envía a la salita de correspondencia, donde Sartori debe ocuparse de él y, a su vez, ocuparlo. Múltiples sentidos pueden extraerse de la escena, de lo que en ella se dice y de cómo el film la registra. En principio, destaca la insignificancia del individuo que continúa aquella otra puesta de relieve en el examen: en realidad, lo único que importa aquí –dice el director sin decirlo- es la compañía, sus necesidades y sus propios tiempos. No te elegimos para ingresar por quién eres, o por lo que podrías aportar como sujeto, sino porque necesitamos ocupar una vacante con personas comunes y corrientes que se integren a la empresa y que sostengan un empleo que les dará seguridad de por vida. Aquí pasarán sus vidas enteras, comerán cada día, se casarán, recibirán bonificaciones y de este mismo empleo se jubilarán. Cuanto menos sepamos de quiénes son estos sujetos, mejor funcionará la maquinaria que los emplea.
PRIMER DÍA EN LA EMPRESA: TU LUGAR ES DEBAJO
Doménico transcurre la escena en estado de pánico: lo han sentado ante un director veterano y autoritario, en un asiento bajo desde el que sólo le queda mirar para arriba, al jefe y a su secretaria que le sigue sonriendo mientras revuelve servilmente el café del patrón. Casi no puede responder a las preguntas que le hacen y no sabe bien para qué lo han citado si toda está ya resuelto de antemano. Pero en la escena sucede algo fuera de lo previsto, una mujer mayor, empleada de oficina, pasa a presentar el justificativo por su llegada tardía, temerosa, visiblemente inquieta. El jefe la amonesta con rigor y le advierte sobre sus responsabilidades para con la empresa que deben anteponerse a cualquier otra preocupación. Tampoco mira a esta pobre mujer a la que sin mayor violencia, agrede y humilla valiéndose de su superioridad jerárquica en la compañía.
Si pudiera observar más allá de su temor, para Doménico quedaría claro que su insignificancia ante los directivos no es personal, justamente porque nada personal puede haber en el trato entre ejecutivos y empleados de la compañía. El registro de su paso titubeante al salir de la dirección, la doble inscripción del espacio: vertical en relación con la superioridad y horizontal en su larga distancia respecto de la toma de decisiones, completa una situación en la que lo social cobra evidencia geométrica y certifica la irrelevancia del individuo en una serie de espacios enteramente trazados con fines políticos. No es casual que la escena se inicie con Doménico al final de un pasillo estrecho, esperando la orden de avanzar que llega desde una voz fuera de plano y fuera del alcance de su vista. Un cuarto de siglo antes, Chaplin había desmenuzado y satirizado con sombría y fina precisión el lugar del hombre en la fábrica en Tiempos modernos; en Il posto Olmi avanza hacia una representación igualmente exacta del humano en la gran corporación moderna; si Ford y Marx estaban detrás de la crítica que destila aún corrosiva la obra cinematográfica más célebre sobre la industria capitalista, Keynes y Kafka se encuentran a uno y otro lado de ese largo pasillo del film de Olmi en el que Doménico va a empezar su vida como oficinista para entregarla a una alienación de nuevo cuño que mantendrá a raya cualquier posible deseo de singularidad o diferencia. Baste una mirada alrededor, como la que el propio film nos brinda en su secuencia más extraordinaria.
El abanico
Olmi se aparta de un principio ortodoxo de la narración cinematográfica al romper con el punto de vista de Doménico en una secuencia especial de la obra. Lo que aparece como una heterodoxia algo desconcertante en el marco de la narración, va a cobrar finalmente una importancia mayúscula en el desenlace. Mientras espera por alguna clase de ocupación efectiva y trata de reencontrar a Antonietta que ha quedado en el otro edificio, Doménico pasa largas horas junto a Sartori, el responsable de la correspondencia que lo pone al tanto de cómo funciona todo en la empresa. En ese marco de monotonía extendida, Olmi corta y empalma, sin ninguna clase de subrayados, con la oficina en la que trabajan diariamente una decena de empleados apostados detrás de sus escritorios bajo la atenta mirada de un director que lo controla todo como si se tratara de un maestro frente a sus alumnos en el aula. El film prolonga la curiosidad narrando pequeños momentos de las vidas de cada uno de los trabajadores fuera de la compañía: la necesidad de mantener las apariencias, las permanentes estrecheces económicas, las sencillas alegrías de unos y otras. Esta mirada alrededor de esas criaturas de simple condición más allá de sus empleos se demora especialmente en un hombre maduro, casi ciego, que escribe hasta muy tarde en la humilde pensión que habita, sobre una mesa diminuta apenas iluminada por un velador de luz exánime.
EL EMPLEO DE POR VIDA
El recorrido da cuenta de lo estrechas que resultan las existencias de esos hombres y de esas mujeres más allá del tiempo y de los espacios de trabajo y completa una serie de pequeñas señales que se habían ido depositando en derredor de la marcha de Doménico: la compañía, el puesto, el empleo, es lo que organiza la existencia cotidianamente y a largo plazo, no sólo en términos materiales o estrictamente económicos, no sólo en relación con la subsistencia o el poder adquisitivo, sino también en relación con la visibilidad social de las personas y de las familias, con sus tiempos de ocio y con sus relaciones fuera del trabajo: en tiempos de los “años dorados” el empleo no sólo era el motor del sistema económico sino también el eje vertebrador de la vida social y el marco más importante en el que se desarrollaban las experiencias cotidianas de la mayor parte de los trabajadores. La fiesta de fin de año lo confirma en todos los aspectos: incluso la infidelidad matrimonial se despliega en el marco de la vida social ampliada que propone la empresa más allá del horario de trabajo.
Tras un nuevo encuentro casual con Antonietta y un desencuentro que desmoraliza a Doménico, nuevamente sin anuncios grandilocuentes ni subrayados, Olmi regresa a la oficina y a los empleados ahora circunspectos que miran la silla vacía del colega que ya no está. El director practica un inventario de rutina entre los efectos hallados en los cajones del escritorio y se topa con el capítulo 9 de una escritura que juzga perteneciente a alguna novela que estaría redactando el difunto. Empaquetado y atado, el material será arrumbado en un rincón para ser olvidado inmediatamente. Se ha producido finalmente la vacante que hará lugar a Doménico, el joven recién salido de la secundaria, enviado a trabajar a la gran ciudad por las necesidades de su familia ocupará el asiento del anciano anónimo e ignorado que pasó décadas en un empleo en el que nadie lo conoció personalmente y que murió sin compartir su afición por la literatura, único deseo personal visible en ese cuadro burocrático y asfixiante que presenta la escena. Escaramuza mediante con los otros empleados que pelean miserablemente por ese escritorio, Doménico ocupa su nuevo puesto mientras el sonido de un mimeógrafo acompasa como las agujas de un reloj el tiempo del que se fue y el tiempo del que vendrá. Sus ojos se mantienen bien abiertos, mirando en una dirección indeterminada, tal vez pensando en su futuro, o tal vez en la novela del hombre al que le toca reemplazar.
DOMÉNICO EN SU PUESTO