FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

ISBN 957 950 34 0658 8

Usted está aquí: Inicio Carpeta 2 Literatura La carnadura Faulkner

La carnadura Faulkner

 

Faulkner

 

 

 

 

 

 

WILLIAM FAULKNER

 

 

 

 

 

 

 

 

Otra sintaxis, una modulación de frases largas y ofídicas montadas sobre un lenguaje fecundo perfilaron a William Faulkner (1897-1962) como el polo opuesto a la economía expresiva hemingwayana, y de hecho posicionaron su escritura como el otro estilo dominante a lo largo del siglo xx. Faulkner fue, a qué dudarlo, un gran innovador, acaso –junto a Melville– el más importante que hayan entregado las letras norteamericanas. Heredero de la estirpe de James Joyce –su maestro–, sus relatos hacen causa eficiente de una alternancia simultánea de puntos de vista que ha sido denominada multiperspectivismo (recurso utilizado desde entonces por escritores de todo el planeta, un signo vital inequívoco de la literatura contemporánea), y asimismo su literatura consolida el fluir de conciencia distorsionado por el delirio y el retraso mental (metáfora nítida del salto oceánico de lo británico a lo estadounidense), y la búsqueda de estrategias temporales donde varían las instancias de vinculación entre el pasado y el presente. Como buen escritor sureño, en Faulkner ese pasado –personal, comunitario, político– se retuerce y fricciona contra el presente, se inviste de contemporaneidad; para los personajes, pasado y presente pueden resultar dos categorías indiferenciadas; o vararse en alguna de ellas sin acceder a la otra. Y ese retraso –esa impotencia– se inscribe de manera palpable en los cuerpos, que sufren amputaciones, se desangran, ambulan sin el gobierno de la razón, son ultrajados sexualmente, se corrompen y degradan. Sus personajes, esos seres dimensionados muchas veces a una escala trágica, en realidad son ellos mismos tragedias (el plural auxilia al concepto, al hacerlo colectivo lo particulariza y agrava): en su novela más celebrada, El sonido y la furia (1929), Benjy, el hijo tonto de la familia Compson, vive a sus treinta y pico en la edad mental de los tres años; sobre la cerca de un prado que su familia ha vendido para pagar los estudios de su hermano Quentin –que se ha suicidado–, mira hacia la nada de los idiotas y balbucea mentalmente. La decadencia y la degradación intrínseca a la existencia de las cosas afectan por completo el universo faulkneriano, que tiene en Yoknapatawpha –su teatro episódico– la creación de un lugar netamente literario, fuente de inspiración para decenas de escritores que poblarán sus libros de sitios similares. En ese condado, cuya representatividad bien podría abarcar al sur completo de los EE.UU., suceden con naturalidad vejaciones, asesinatos, incestos y la serie de perversiones que sea dable imaginar para una narrativa. O para un condado. Sin embargo la literatura de Faulkner fascina: todo en ella amplía el registro humano. Se diría que la realidad humillante y brutal opera sobre la particularidad que encarna cada ser vivo, y ese desgarramiento y lucha por apersonarse en la sociedad tradicional los dimensiona y desampara. En este sentido podríamos decir que Faulkner fue un clásico. El traslado desde una ciudad a otra del cajón con la madre muerta en Mientras agonizo (1930), más allá del fabuloso abanico de voces que tiene lugar a través de hijos y marido y familiares que llevan adelante con enormes contratiempos la gesta, expone magistralmente cómo la fuerza de un mandato ancestral -el deseo de la madre de ser enterrada cerca de los suyos, en Jefferson– lanza a la intemperie emocional y a los dolores de una marcha ridícula pero necesaria a los protagonistas de la comitiva, sus deudos. Las contribuciones de Faulkner configuraron un modelo literario con un peso específico acaso inigualable en la literatura norteamericana del siglo xx, que vorazmente siguió diseminándose desde entonces por el resto de las literaturas occidentales. Y entre ellas también por nuestras latitudes, por supuesto.

 

 

Acciones de Documento