FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

ISBN 957 950 34 0658 8

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Introducción


Después de la Revolución de octubre de 1917, la literatura rusa atravesó varios períodos hasta la consolidación del régimen totalitario de Iósif Stalin, a partir de comienzos de los años treinta. Llegada esa fecha, la teoría oficial (y también la preceptiva y la norma) sería el realismo socialista, que se extendió paulatinamente por todo el bloque comunista. Hoy es una estética kitsch e ingenua, pero considerarla a la luz de lo que hoy se sabe sobre lo que ocurrió en la Unión Soviética, especialmente durante la década de los treinta, sería evitar dar cuenta del proceso, mucho más rico, que antecedió a su consolidación. Antes de que se impusiera el realismo socialista, la literatura ruso-soviética tuvo un período floreciente, entre la Revolución del 17 y fines de la década de los veinte. Estos movimientos, a su vez, fueron desarrollos de dos factores: la literatura rusa de fines del siglo XIX –la llamada “era de plata” de la poesía rusa– y la influencia de las vanguardias occidentales de comienzos del XX, especialmente el futurismo italiano. Durante las primeras décadas del siglo XX, Rusia vivió dos revoluciones, la de 1905 y la de 1917, a la que siguió una guerra civil, con todos los costos que eso acarreó en cuanto a destrucción económica y la transformación al socialismo. Durante este período, hubo momentos de acercamiento estético y cultural a Occidente por parte de los artistas, y otros en que la literatura rusa se volvió sobre sí misma y su cultura nacional. Estos ciclos de apertura y repliegue coincidieron parcialmente con momentos de relajación en las relaciones con Occidente y con otros de total hermetismo. Esta doble dinámica, político-estatal y estética, más la supervivencia de la herencia de la cultura de fines del siglo XIX y principios del XX, marcaron, en buena medida, la producción literaria de ese período, sobre el cual se impuso finalmente la preceptiva realista y de propaganda del régimen.

Toda periodización, como toda clasificación, es en parte engañosa, ya que toma una variable (una fecha, en este caso) para marcar un quiebre. Sin embargo, en el caso de regímenes políticos como el soviético, que se ocupó de discutir teóricamente cómo debía ser una literatura revolucionaria –porque la discusión estética formaba parte de las preocupaciones del marxismo– y, posteriormente, de reglamentarla, las directivas bajo las cuales se debía escribir y las fechas de aparición de ciertos documentos son centrales, porque tuvieron incidencia efectiva e inmediata.

Con la consolidación del estalinismo, muchos escritores fueron acusados de antirrevolucionarios y condenados a trabajos forzados en campos en Siberia y otros puntos del país, o directamente condenados a muerte. Osip Mandelstam, Isaak Babel, Boris Pilniak y muchos otros murieron detenidos y recién se supo de su destino con la apertura de los archivos a fines de los años ochenta. Otros se suicidaron: el caso de Vladímir Maiakovski es el más resonante. Otros más se exiliaron, especialmente a principios de la década del veinte –una vez terminada la guerra civil–, como Marina Tsvietáieva. Otros continuaron produciendo bajo el estalinismo, en diferentes condiciones, como es el caso de Boris Pasternak o Anna Akhmátova. A partir de mediados de la década de 1930, el aislamiento de los escritores en la Rusia soviética fue en aumento, y después de la Segunda Guerra Mundial y durante los años de la Guerra Fría fue casi absoluto.


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