FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

ISBN 957 950 34 0658 8

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Carpeta 2. El quiebre del liberalismo y la crisis del capitalismo (1914/1918-1945)

I. La Primera Guerra Mundial y la Revolución rusa

Australia, Egipto, Turquía      

 

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Un auténtico recorrido imperial, no sólo porque vincula históricamente regiones geográficas alejadas y diferentes, sino porque responde además al itinerario real que siguieron las tropas australianas camino a Gallipoli. Y aquí de nuevo podemos ver la voluntad del director de no desvincular su ficción de los hechos reales. Weir podría haber omitido el intermedio egipcio en su relato y volcarse a narrar las peripecias de sus criaturas de cara a la batalla final; pero toma una decisión narrativa que le confiere mayor espesor histórico a la trama y corre al filme en general del formato bélico.

 

Una situación curiosa que sólo puede explicarse en las circunstancias excepcionales de una guerra imperial a escala mundial: unos miles de jóvenes provenientes de Oceanía pasan una estadía prolongada en el norte de África a la espera de la orden que los conduzca a las costas de Asia a defender los intereses de un país europeo. Y nada de esto es inventado por el cine, que se limita a representar las experiencias de la crónica histórica. Weir esquiva además toda tentación pintoresquista del Egipto bajo dominio británico y lo muestra como un universo propio, con reglas culturales, económicas y sociales muy diferentes de las que conocen los protagonistas, lo que motiva un choque cultural que el director registra con humor, pero también con cierto interés histórico y antropológico que recoge tanto las distancias más elementales, como las diferencias religiosas, económicas y culturales, claramente visibles en el trato comercial con los egipcios y en el paseo por el mercado durante el que los australianos asisten, entre asombrados y entusiasmados, a la oferta de mujeres enjauladas para la práctica de la prostitución con los visitantes. Un mundo ajeno que promueve en los muchachos un extrañamiento real que el filme se ocupa de señalar y establecer con claridad y detalle.

 

En Egipto, además, las tropas provenientes de Oceanía toman nota del lugar subsidiario que se les asigna en la planificación militar de los aliados. Su entrenamiento, que no pasa de algunas escaramuzas informales, los prepara muy mal para una batalla en la que serán ofrecidos en primera línea a las balas de la metralla enemiga. Las relaciones con los oficiales británicos en Egipto se cuentan por medio de ciertas anécdotas graciosas, pero queda claramente sentada la diferencia de jerarquía de unos y otros y su correlato con el destino que les aguarda en el combate. 

           

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Todo el intermedio egipcio, al pie de las majestuosas pirámides, agrega a la situación un tinte grotesco que subraya el costado excepcional del contexto histórico imperial y el de la guerra en particular. La escena en la que Archy y Frank escalan la pirámide para grabar sus nombres en la piedra, corona la singularidad de una situación en la que un par de muchachos nacidos en Australia occidental pasan por Egipto rumbo a una extraña batalla en el mediterráneo oriental.

 

Las aventuras de nuestros atletas y de sus amigos terminan en Gallipoli. La apertura de la parte final del filme señala, por medio de la oscuridad de la situación de desembarco y la música seria y grave de Albinoni, que algo muy distinto de lo esperado está por suceder. Rápidamente, los protagonistas comprenden que esa batalla a la que han marchado sin demasiadas prevenciones y preocupaciones, no se parece en nada a la escena de gloria y aventuras que imaginaban al salir de la apacible tierra natal.

 

Weir agrega unos cuantos elementos históricos en su presentación del campamento aliado al pie del monte Nek. Por un lado, el apunte de la desorganización visible de las fuerzas que integran los soldados recién llegados, por otro, algunos objetos que el propio director encontró en las excavaciones de las trincheras de la costa, que él mismo exploró mientras preparaba el rodaje del filme. Entre esos objetos sobresale una lata de carne de origen uruguayo, de marca Liebig –otro elemento que confirma la estructura imperial que se expone en la guerra- que marca el punto más allá del cual, los soldados serían presa fácil de las líneas enemigas. Weir decidió usar esos objetos asignándole un lugar concreto en la escena de la batalla, un detalle que refuerza la voluntad realista del relato, más allá de que las vidas de sus protagonistas han sido imaginadas para el filme.

 

Y cuando llega la hora del combate, todo lo que esos muchachos simples son, todo en lo que han creído y han abrazado con el fervor y la ingenuidad propios de quienes desconocen la lógica de las estructuras políticas del mundo y del tiempo en el que viven, queda expuesto a las fauces del monstruo. La carrera final de Archy, que el director congela para fijar en esa imagen el punto de partida y de llegada de su historia, encierra a la vez la lógica y el absurdo de un sacrificio imperial que se cobra todas esas vidas entregadas en una embestida militar sin sentido.

             

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La era del imperio quedó reflejada en Gallipoli, la batalla, como una maquinaria implacable de poder devoradora de hombres de los más distantes confines del mundo; y en el film de Peter Weir, como una instancia ineludible de la historia de sus compatriotas y del lugar de su país en el orden de la época. Ahí está la despedida de Archy en la carta que escribe a su familia: una vida joven y plena, que se desplaza velozmente en línea vertical hacia los límites del círculo imperial de la política mundial.

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