FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Entrevista a Mallarmè por Jules Huret, 1891

 

 

(Huret)Se les dice a los niños: "No robéis y seréis honrados". Es verdad, pero existe algo más; ¿es posible hacer buena poesía situándose al margen de los preceptos consagrados? Hemos pensado que sí, y creo que hemos tenido razón. El verso anida en cualquier rincón de la lengua, allí donde haya ritmo, en todas partes -excepto en los anuncios y en la página tres de los periódicos. En el género denominado prosa, existen versos, a veces admirables, y en todos los ritmos. Pero, a decir verdad, la prosa no existe; existe un alfabeto, primero, y, luego, versos más o menos ajustados, más o menos imprecisos. Siempre que en un estilo exista trabajo, encontraremos en él una versificación.

Le he dicho, hace unos instantes, que si hemos llegado al verso actual, ello se debe a que uno está harto del verso oficial; sus partidarios, incluso, comparten este cansancio. ¡No le parece algo demasiado incómodo que, al abrir cualquier libro de poesía, uno encuentre, con toda seguridad, de cabo a rabo, ritmos uniformes y preestablecidos, allí donde el autor pretende interesarnos en la esencial variedad de los sentimientos humanos! ¡Dónde está la inspiración, dónde la sorpresa... qué cansancio! El verso oficial sólo puede servirnos en los momentos en los que el alma está en crisis; los poetas actuales lo han comprendido muy bien; y, con cierto distanciamiento extremadamente delicado, vagabundean a su alrededor, se acercan a él con timidez singular, a veces diría que con espanto, y, en vez de convertirlo en su punto de partida y de llegada, provocan su aparición ¡por sorpresa! para coronar el poema o el período. 

Por otro lado, en la música, se ha producido la misma transformación: a las melodías de antaño, perfectamente dibujadas, les suceden una infinidad de melodías quebradas que van enriqueciendo el tejido de la orquesta, sin que uno sienta, como antes ocurría, la cadencia tan fuertemente acentuada.

Le pregunté, ¿la ruptura se ha producido, pues, en este punto?

- Claro. Los Parnasianos, amantes del verso perfecto, bello en sí mismo, no han sido capaces de ver lo que se escondía tras nuestro intento, no era sino un esfuerzo complementario del suyo: esfuerzo que tenía la virtud de crear una especie de interregno para el gran verso oficial, agotado ya, que pedía clemencia. Pues, es preciso que se sepa que los ensayos de los recién llegados no tienden a la supresión del gran verso; tienden a airear el poema, a crear fluidez, movilidad, en el interior e los versos que ya tenían un vuelo amplio -algo les faltaba hasta ahora. Oímos, de pronto, en las orquestas, la maravillosa explosión de los metales; pero, percibimos, perfectamente, que si sólo hubiera esto, pronto nos cansaríamos.

Los jóvenes distancian estos majestuosos trazos rítmicos, con el fin de presentárnoslos, sólo, en el instante en que deben producir un efecto total: y así, el alejandrino, que nadie se ha inventado, y que surge en soledad del instrumento natural de la lengua, en vez de seguir siendo maníaco y sedentario, como ahora, se tornará en el futuro más libre, más imprevisible, más aéreo: cobrará el valor que le da el ser empleado, sólo, en los momentos más serios del alma. Y la poesía futura será el cuerpo a través del cual transitará el gran verso primitivo, matizado con una infinidad de motivos que los oídos particulares de cada uno nos irán descubriendo. (…).

Esto, en cuanto a la forma, le dije al señor Mallarmé, y, ¿en lo que atañe al fondo?

- Creo, me responde, creo que los jóvenes poetas están más cerca del ideal poético que los parnasianos que tratan todavía sus temas como los viejos filósofos y los viejos retóricos, presentándonos los objetos de manera directa. Pienso, por el contrario, que es preciso que sólo exista alusión. La contemplación de los objetos, al emprender el vuelo la imagen desde la ensoñación que ellos propician, eso es el canto; en cambio, los parnasianos consideran la cosa en su totalidad, y nos la enseñan: y, entonces, les falta el misterio; le quitan al espíritu del lector la alegría deliciosa de creer que él también está creando. Nombrar un objeto supone eliminar las tres cuartas partes del placer que nos ofrece un poema que consiste en adivinar poco a poco; sugerirlo, éste es el camino de la ensoñación. En el uso perfecto de este misterio anida el símbolo: evocar paso a paso un objeto con el fin de manifestar un estado del alma; o, a la inversa, escoger un objeto y extraer de él un estado de alma, a través de una cadena de desciframientos.

Nos acercamos ahora, le dije al maestro, a una objeción importante que me veo en la obligación de hacerle... ¡La falta de claridad!

- Es, en efecto, igualmente peligrosa -me respondió- ya nazca de la oscuridad producida por las limitaciones del lector, ya nazca de las limitaciones del propio poeta..., pero zafarse de este esfuerzo no deja de ser una trampa. Pues, si un ser de inteligencia media y con una preparación literaria insuficiente abre, al azar, uno de estos libros con la pretensión de disfrutar, en tal acción se esconde un malentendido: hay que poner las cosas donde deben estar y a cada cual en su sitio. Es necesario que en poesía haya siempre enigma, y el fin de la poesía -y no existen otros fines- es el evocar objetos (…)”

 

Stephane Mallarmè, Prosas, Madrid, Alfaguara, 1987.

 

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