FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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La colonia belga del Congo

I. El imperialismo



En la década de 1870, Leopoldo II, rey de los belgas, muy interesado en hallar tierras donde instalar una colonia para encarar su explotación, apoyó las expediciones de Henry Morton Stanley quien viajó por África central y reconoció el curso del río Congo. Entre 1879 y 1884, Stanley fundó varias estaciones a lo largo de este río y firmó tratados con algunos gobernantes africanos como representante de la Asociación Internacional del Congo, creada por el monarca de Bélgica.

En la Conferencia de Berlín (1884-1885), los gobiernos europeos reconocieron la autoridad de Leopoldo II sobre la región en la que instauró el Estado Libre del Congo con el propósito, según sus palabras, de cumplir “la noble y elevada” misión de llevar la civilización a través de una conducta “firme y paternal”.

La vida en el Congo, mientras fue propiedad de Leopoldo II, estuvo marcada por el ejercicio de una de las explotaciones más sangrientas. Ya en 1890, el misionero estadounidense G.W. Williams hizo la primera denuncia sobre las monstruosidades de las que fue testigo, pero el escándalo tardaría diez años en estallar en Europa. La publicación de los relatos y datos recogidos por escritores como Mark Twain y Joseph Conrad, misioneros como William Sheppard, diplomáticos como el británico Roger Casement, junto con los trabajos de Edmund Dene Morel consiguieron, finalmente, que los gobiernos europeos y estadounidense comenzaran a presionar al monarca de Bélgica.

En 1908, el parlamento belga obligó al rey a ceder sus dominios que, bajo el nombre de Congo Belga, quedaron bajo la autoridad del gobierno.

Denuncia del reverendo William M. Morrison, quien fuera durante seis años y medio misionero de la Iglesia Presbiteriana del Sur, en Luebo, Estado Libre del Congo: “Observaciones personales sobre el gobierno del Congo”.

Texto publicado en la revista mensual sobre misiones americanas, el 28 de junio de 1903.

“Aunque el Tratado de Berlín supuso el reconocimiento internacional del despotismo absoluto que se venía practicando en África, intentó salvaguardar algunos derechos de los nativos en ese territorio por ciertas estipulaciones que se declaran cuidadosamente en el Acta General de la Conferencia de Berlín. Los tres más importante eran: 1.- La supresión del comercio de esclavos. 2.- La prohibición de crear monopolios que coartaran el libre comercio entre todas las naciones. 3.- Estimular el establecimiento de misiones y empresas filantrópicas y científicas sin cualquier restricción o impedimento en absoluto. El Estado Libre del Congo se funda así, con los derechos de nativos y extranjeros cuidadosamente defendidos por un tratado en el que tomaron parte los grandes poderes del mundo. Los horrores del comercio de esclavos africanos venían durante muchas décadas acusando a la conciencia del mundo, y todos pensaron que bajo el gobierno filantrópico del rey de los belgas, pronto se acabaría con esta lacra en la vida del África Central. Yo manifiesto, sin embargo, que la existencia de los nativos durante los 18 años de existencia del Estado del Congo es peor que la que tenían antes de que el rey Leopoldo empezara su empresa filantrópica, las incursiones de los comerciantes de esclavos árabes eran menos sangrientas que las carnicerías actuales del ejército caníbal de Leopoldo. En cuanto el rey tomó posesión de este inmenso dominio, rápidamente se metamorfoseó de filántropo a comerciante y capataz. Por varios decretos emitidos durante los años 1885 a 1890, los nativos se vieron privados gradualmente del derecho a sus tierras, y estas pasaron a ser propiedad del rey. A fin de obtener la riqueza de caucho y marfil de su dominio, los nativos fueron obligados a recoger estos artículos como tributo. El sistema impuesto de tributos indudablemente es una de las páginas más oscuras y más sangrientas en la historia moderna. El rey, ante las perspectivas de ganancia, convocó la Conferencia de Bruselas en 1889 y, con su habitual apelación a la filantropía, se aseguró el derecho para levantar un ejército nativo con el objetivo declarado de acabar con el comercio árabe de esclavos.

Ultrajes de los soldados nativos

El gobierno se estableció firmemente en Boma y dividió el territorio entero del Estado en distritos, con un comisario y varios funcionarios blancos en cada uno. Se escogieron los hombres de las tribus nativas más salvajes, preferiblemente caníbales, y formaron con ellos este ejército de nativos que ha llevado el eufemístico nombre de Fuerza Pública. Estos soldados, armados con rifles de repetición, hambrientos de pillaje y a menudo de carne humana, se esparcieron en los diferentes puestos a lo largo del estado y su número ha crecido ahora a la increíble cifra de dieciocho mil. Estos soldados son el terror de las regiones en las que están. Yo he visto pueblos saqueados, devastados y profanados, que lo habían sido por soldados acompañados por funcionarios blancos. Yo he visto cincuenta mil personas nativas viviendo durante semanas en los bosques, huyendo y escondiéndose de los ultrajes de estos soldados. A menudo mujeres desvalidas y niños de los pueblos cercanos a nuestra misión en Luebo llegan a nuestra casa buscando protección. Casi diariamente, esclavos de Luebo son expuestos para la venta. Estos esclavos han sido atrapados por los soldados estatales o por ciertos jefes con quienes el Estado ha hecho amistad, y a quienes autoriza e instruye en secreto para hacer correrías para capturar esclavos y botín. Presumo que las tres cuartas partes de los cinco o seis mil esclavos de Luebo han sido apresados por estos jefes amistosos o por los soldados Estatales.

Incursiones para capturar esclavos

Aproximadamente hace tres años, uno de estos jefes, Mulumba Nkusa, bajo la autoridad del puesto estatal de Luluaburg, hizo una correría en la región de Ibanj, cerca de uno de nuestros establecimientos misioneros, junto al río Kasai. Se envió a uno de nuestros misioneros para investigar el asunto. Encontró al jefe que, como un amable compañero, le confesó que le habían enviado a los funcionarios estatales, que le habían dado armas y pólvora y que ya había enviado algunos esclavos al puesto estatal. En el momento en que nuestro enviado le visitó, tenía ochenta y una manos humanas que se secaban despacio encima de un fuego (es costumbre cortar las manos derechas de los muertos para demostrar que no se ha desperdiciado munición).

Hace solo diez meses, dos funcionarios estatales blancos vinieron a Luebo y tomaron por la fuerza varios hombres, vi cómo aproximadamente dieciocho de ellos eran llevados con sogas alrededor de sus cuellos. El último 25 de marzo, tomé el tren en Leopoldville y encontré tres camiones cargados con esclavos que habían sido cogidos en el este del país, no muy lejos de Luebo, sin que nadie supiera de donde procedían. .En Boma me encontré a soldados de mi propio distrito, a más de mil millas de distancia, que me dijeron que habían sido tomados por la fuerza y obligados a ser soldados, y que tenían pocas esperanzas de ver sus casas de nuevo en la vida. Es costumbre transportar a los soldados a regiones remotas de sus propias casas para evitar motines y huidas.

Matanza libre

En la primavera de 1899, un funcionario estatal hizo una correría en un pueblo aproximadamente a cinco días de Luebo. Yo llegué al lugar algunos días después, por invitación del jefe, y los nativos me informaron que catorce hombres habían sido asesinados. Solo un año después, otra expedición volvió al mismo lugar. El jefe fue asesinado junto con muchos hombres inocentes y mujeres, y el pueblo fue quemado. El funcionario que hizo esto, algunos días más tarde, presumía entre risas, en Luebo, de que él había matado a muchas personas y se había hecho con una cantidad de objetos curiosos. Contó, además, que mientras sus soldados disparaban, los habitantes de la aldea gritaban ¡Shepite!, ¡Shepite!, es decir, llamaban a uno de nuestros misioneros más conocidos, el reverendo W.H. Sheppard, F.R.G.S., para que fuera en su ayuda. El Estado ha justificado esas muertes alegando que eran expediciones punitivas.

Y podría contar innumerables casos más que yo he conocido que han pasado cerca de nuestro establecimiento. Si las cosas que he narrado han tenido lugar en una región muy limitada, uno puede imaginar las barbaridades horribles que se han practicado en el gran río de Congo y en las grandes zonas explotadas por el Estado o por las compañías monopolistas de las que hablaré después.

El sistema de trabajos forzados

El sistema de trabajos forzados y el servicio forzado en la Fuerza Pública empezaron como resultado de un decreto especial de Leopold, emitido poco después de la Conferencia de Bruselas, aproximadamente hace once años. El 16 de junio de 1897, el rey Leopold celebró la proclamación de su famoso Evangelio del Trabajo en el Estado del Congo. En él les dice a sus funcionarios: “Usted debe obligar a la población a las nuevas leyes, y el más imperioso y saludable de los deberes es ciertamente el deber del trabajo”. Como resultado de este sistema de trabajos forzados, el caucho y el marfil han estado entrando a raudales en el puerto de Amberes, y la sangre de miles de hombres inocentes y mujeres en África se ha vertido para satisfacer la codicia del hombre que se propone como su bienhechor.

Dos nativos castigados en 1904











DOS NATIVOS CASTIGADOS EN 1904













NO HABÍA PAGADO SUS IMPUESTOS EN CAUCHO

Cómo se sofocan las protestas

¿Cómo es posible que el mundo no conozca la verdad sobre esta situación? ¿Qué medios se utilizan para evitarlo? Todo el mundo teme el poder absoluto del rey de manera que los oficiales estatales, comerciantes, e incluso la mayoría de los misioneros, guardan un silencio vergonzoso, y algunos de estos últimos, incluso colaboran abiertamente en apoyo de esta institución inicua. El año pasado recurrí al director de una de las grandes compañías monopolistas de mi distrito para transmitir una apelación al gobierno estatal para detener las crueldades que vienen produciéndose en nuestra región. Su contestación fue que él tenía instrucciones explícitas de no interferir de ninguna manera en lo más mínimo con lo que el Estado podría hacer.

El rey deslumbró al mundo por la cita, hace algunos años, de una comisión compuesta de misioneros protestantes y católicos para crear una comisión para proteger a los nativos e informar sobre cualquier caso de injusticia. Los dos miembros protestantes de la comisión –no sé los miembros católicos– fueron condecorados por el rey con la medalla de la Legión de Honor antes de que se pusieran a trabajar en esta comisión. Si esto ha aliviado sus conciencias o no, no lo sé, pero sé que ellos han vivido durante los últimos siete años en medio de estas injusticias; han tenido conocimiento de estas historias recontadas por otros misioneros y otras personas; ellos (por lo menos uno de ellos) habla audazmente contra el Estado en privado, pero, hasta ahora, que yo sepa, nunca han informado un solo caso de ultraje. Hace tiempo que he llamado su atención sobre diferentes casos, pero se han refugiado detrás del hecho de que las leyes que imponen los trabajos forzados y el alistamiento militar son aplicadas en el resto del continente y, por consiguiente, no hay nada que se pueda hacer, y que si las aldeas no aportan los tributos y los hombres obligatorios, las expediciones punitivas son necesarias. Uno de estos hombres vio los tres camiones cargados con esclavos a los que me referí antes, pero sé que él nunca ha dicho nada al gobierno sobre eso.

Investigaciones ficticias

De vez en cuando, el rey nombra a algún funcionario especial que sale con gran ruido y pretende investigar la verdad de los informes de crueldad. Uno de estos funcionarios estaba a solo unas millas de la escena de la incursión de Mulumba Nkusa que he descrito antes. Algunas semanas después, uno de nuestros misioneros, que también había visitado la escena, buscó a este funcionario y le hizo personalmente un informe del asunto. El funcionario se encogió de hombros y dijo que él ya no estaba actuando como inspector.

El Estado constantemente está “investigando” los cargos que se hacen contra los soldados y funcionarios. Hasta ahora, que yo sepa, ni una sola persona ha sido sancionada por los ultrajes que han venido sucediendo bajo mi observación personal. Debo decir, sin embargo, que tengo poca simpatía hacia el castigo de los soldados y funcionarios blancos, aun cuando el gobierno fuera honrado administrándolo cuando lo mereciesen, es el sistema entero de trabajos forzados y el servicio militar los que deben condenarse, y no solamente los funcionarios y soldados que son encomendados a poner en ejecución el sistema. Y esto significa que es Leopold, y solo él, quien deber ser sometido a juicio por haber creado y continuar aplicando semejante sistema.

Cómo se monopoliza la tierra

Todo el territorio del Estado de Congo, con la excepción de una pequeña franja en la costa oriental, ha sido dividido entre el rey y varios grandes monopolios de los que, casi siempre, Leopold es un accionista importante, con el resultado de que ya nadie, ni comerciantes ni misioneros, puede comprar tierra para montar sus establecimientos. Hasta 1898, la tierra podía comprarse, aunque con muchas restricciones; desde 1898, el Estado se ha negado a vender tierra. Los arriendos se fijan para períodos de pocos años. La misión de la que soy miembro ha presentado solicitudes para cuatro concesiones de tierra en los últimos cuatro años. Ahora, al pedir la renovación se nos deniega y se nos dice que disponemos de quince días para abandonar la tierra. El nuestro es solo uno de los casos que vienen a demostrar que el Estado Libre del Congo viola con el mayor de los descaros y de manera sistemática los tratados internacionales”.

Texto citado en diferentes sitios de la Web.

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